Sorprende que cuando los ciudadanos disponen de más medios de información de todo tipo a su alcance para poder formarse un criterio y actuar en consecuencia, como ocurre en la sociedad interconectada y globalizada en la que vivimos, es cuando el discernimiento desaparece y se generan estados de alarma y pánico que nada tienen que ver con la sensatez y la prudencia. Estamos asistiendo a una dialéctica peligrosa en la que a mayor información disponible la consecuencia es, precisamente, la contraria, un aumento considerable de la desconfianza provocando comportamientos que poco tienen que ver con la mesura.

La semana negra que han vivido las Bolsas de todo el mundo por el pánico generado entre los inversores debido la expansión del coronavirus en Europa que se han dejado más del 11% de su valor, -con un Wall Street en su peor registro desde octubre de 2008, poco después de la caída de Lehman Brothers, o el Ibex que ha registrado posiciones similares a mayo de 2010-, significa una sobrerreacción, que tiene que ver más con la incertidumbre y el desconocimiento sobre el desarrollo y los efectos del COVID-19 que de la propia realidad, cuando todavía la Organización Mundial de la Salud (OMS) no ha declarado su carácter de pandemia.

Lo mismo pasó hace diez años cuando se produjo la Gripe A, una pandemia que causó la muerte de 19.000 personas en todo el mundo, con lo que es de esperar, al igual que ocurrió entonces, que la normalidad regrese en el momento en que el COVID-19 sea controlado y desde los laboratorios farmacéuticos se pueda descubrir la vacuna que sirva de antídoto a este nuevo virus. Las autoridades de China, que fue el país origen de esta infección vírica, ya están diciendo que el virus puede estar controlado en los próximos meses de marzo o abril.

Sea como fuere, lo cierto es que el virus ya ha inoculado sus efectos negativos en el desarrollo de la economía mundial, que, en lo que respecta a Europa puede producir una cierta contracción en su recuperación y estabilización, algo que debe preocupar a las empresas vascas que son altamente exportadoras, sobre todo a Alemania, Francia y Reino Unido. Sin embargo, al tratarse de una epidemia que desaparecerá en muy poco tiempo y, por lo tanto, tiene carácter coyuntural, el rebote económico se producirá más pronto que tarde, al igual que ha ocurrido en situaciones similares registradas hace 18 y 10 años.

El virus ha llegado en el peor momento cuando Europa estaba saliendo de la ralentización de su economía, con lo que la vuelta al ciclo expansivo se va a retrasar, lo que no quiere decir que se vuelva a entrar en un proceso de recesión económica como la ocurrida hace una década, cuyo epicentro se situó en el sector financiero, tras la quiebra de Lehman Brothers, con las importantes consecuencias negativas que ya conocemos.

Por este motivo, la experiencia nos indica que tras una epidemia se produce una recuperación rápida, con lo que muchos analistas no solo descartan que vaya a producirse una nueva recesión, como la que se consignó en los años 2007 y 2008, sino que la economía podría registrar un rebote en forma de V en los próximos meses. En este sentido, al tratarse de una crisis relacionada con la producción industrial, la demanda que no se haya podido satisfacer como consecuencia del coronavirus seguirá larvada en los próximos meses, con lo que, una vez controlado el virus, se recuperaría con la misma intensidad que se ha producido su caída.

De esta tesis participa también el Banco Central Europeo (BCE), que, por boca de su vicepresidente, Luis de Guindos, ha dado a conocer que en sus perspectivas figura una recuperación de la economía europea en forma de V a partir del próximo trimestre, lo que no quiere decir que se contemple la posibilidad de adoptar medidas para amortiguar los efectos económicos del coronavirus en Europa.

La inflexión de esta crisis económica, que viene motivada por los problemas generados por la epidemia en la mayor fábrica del mundo que es China con la falta de suministros en empresas manufactureras de Europa y Estados Unidos y su efecto no solo en el desabastecimiento, sino en el aumento de los precios por una disminución de la oferta, va a producirse cuando el gigante asiático, -que es el origen de la epidemia-, haya controlado la infección y con ello, la desaparición del virus en su territorio.

A partir de ahí, no solo las fábricas chinas comenzarán a producir y a suministrar a sus clientes occidentales, sino que el Banco de China, que no está sujeto a ningún control, inundará de liquidez el mercado provocando la puesta en práctica de políticas expansivas para recuperar los efectos perniciosos que está produciendo el COVID-19.

Otros efectos colaterales que está teniendo esta crisis es que los inversores están buscando valores refugios como el oro y el dólar, con lo que el primer interesado de que esta epidemia se controle cuanto antes es el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ya que un aumento del valor de esta divisa perjudica de manera importante a sus exportaciones al subir el precio de los productos fabricados en este país.

Sin embargo, algunos sospechan que esta crisis también está siendo utilizada para evitar que China se convierta en la primera potencia mundial sustituyendo a Estados Unidos, algo que parece inevitable haga lo que haga Trump, porque el gigante asiático dispone de un capital, tecnología y mano de obra necesaria que han sido alimentados, curiosamente, por las potencias occidentales que vieron en este país un gran mercado por su población, sus bajos costes salariales y su pobreza. Por eso, algunos sospechan que, cuando todavía el virus no había llegado a Europa y estaba localizado en China, la suspensión de la edición de este año del Mobile de Barcelona, se debió no como consecuencia de la epidemia, sino a la exhibición que las grandes empresas tecnológicas chinas iban a hacer sobre los avances en el 5G. Una muestra más de la guerra fría tecnológica en la que nos encontramos.