Cada vez estoy más convencido de que, en lo que respecta a la innovación y su gestión, la tecnología tiene un rol mucho menos relevante al que se le confiere. Puedo estar equivocado, pero pienso que la clave de la supervivencia de cualquier organización tiene mucho más que ver con la cultura y el desarrollo de hábitos y prácticas organizativas que permitan adaptar modelos de negocio y formas de hacer que con el raca raca tecnológico habitual. No niego la importancia de la tecnología, pero me parece que esta obsesión tecno fetichista nos está volviendo miopes. Hace décadas Theodore Levitt popularizó el concepto de miopía de marketing, nos enseñaba que muchas empresas se centraban como pollos sin cabeza en mejorar su producto sin prestar la debida atención a conocer y atender a las necesidades reales de sus clientes. Esta miopía es un fenómeno que no sólo está plenamente presente a día de hoy, sino que la haría extensiva a cómo se enfoca la innovación en general. Resumiendo, mucho concepto tecnológico y poco conocimiento sobre lo que alguien está verdaderamente dispuesto a pagar. Cuando el asunto está en que la tecnología, por sí misma, rara vez genera ingresos y empleo.

Quizás es justo reconocer que a lo largo del tiempo hemos sido unos fantásticos hacedores/copiadores y en general, hay que reconocer que no nos ha ido nada mal. Pero en la innovación y en su gestión me parece que lo verdaderamente relevante está en incorporar capacidades y desarrollar músculo en aprender a cómo probar nuevas soluciones y formas de hacer negocio de forma sistemática? mientras se es eficiente sirviendo los pedidos de hoy. Aunque el concepto esté bastante manido, decir que requerimos de organizaciones ambidiestras sigue tan presente como hace unas cuantas décadas. El palabro ambidiestro viene a poner nombre a una frustración palpable en muchas empresas, y se refiere a la capacidad de una organización para, de forma simultánea, competir en su mercado habitual donde la eficiencia, el control y la mejora continua son un elemento esencial, pero al mismo tiempo ser capaz de desarrollar nuevas formas de hacer negocio, productos/servicios, y/o introducirse en nuevos mercados, para lo cual la flexibilidad, la autonomía y la experimentación son lo fundamental.

La cuestión es que es inviable proponer una apuesta seria por la innovación si mantenemos la mentalidad de administración, calidad y eficiencia. Porque si uno atiende a las estadísticas referidas al éxito de nuevos desarrollos o empresas, rápidamente se da cuenta de que la innovación es, cuanto menos, ingrata por naturaleza. Al final, esto trata de fallar mucho para que lo que salga recupere la inversión de todos aquellos intentos en los que hemos fracasado. Destinar tiempo y recursos es fundamental. Poner a personas al cargo de estas actividades también, pero si no trabajamos en los supuestos culturales para hacer de eso un hábito a medio-largo plazo el dinero se acabará y esas personas con sus flamantes cargos de innovación terminarán bien como ministros/as sin cartera, bien quemadas, o como suele ser más habitual, las dos cosas a la vez.

El problema es que, en muchos casos, esa idea de organización ambidiestra que nos dice que con una mano hay que hacer mejor lo de hoy y con la otra generar con lo que ganaremos el pan el día de mañana se convierte en "una mano delante, otra detrás, y a verlas venir."

¿Y por qué pasa esto? Ahí van algunas razones. Primera. La ejecución (servir los pedidos de hoy) habitualmente acapara porcentajes muy superiores al 85% de los recursos disponibles, por no decir todos en muchos casos. Segunda. Las estructuras organizativas están fundamentalmente orientadas a la ejecución y no al testeo de nuevas opciones con soluciones de bajo costo. Tercera. Normalmente se pretender gestionar lo de hoy y lo de mañana con los mismos modelos, prácticas, incentivos, sistemas de evaluación y recursos. Cuarta. En la famosa I+D+i, me parece que en general se hace sobre todo desarrollo a corto, algo (poco) a medio plazo, y las dos Ies rara vez aparecen, y en muchas casas ni están, ni se les espera. Quinta, pero tan o más importante que el resto es que actualmente, que las costumbres, actitudes y comportamientos, es decir, la cultura de muchas organizaciones está lejos de asumir que la sostenibilidad de las mismas, y por ende su capacidad de crear riqueza y empleo vendrá de las capacidades que desarrollen para adaptarse y cambiar de forma periódica.

Por ello es fundamental ser capaces de desarrollar proyectos e iniciativas marcando unas pocas apuestas fuertes a futuro que marquen una dirección clara. Destinar personas y/o equipos que tengan como objetivo experimentar y testar nuevas hipótesis correspondientes a mercado, producto y organización, y al mismo tiempo, un conjunto de pequeñas iniciativas que supongan mejoras incrementales con respecto a lo realizado habitualmente.

La cultura de innovación se hace extensible a los colectivos cuando un mayor número de personas tienen la oportunidad de idear, prototipar y testar alternativas, rara vez antes. Esto implica equipos dedicados en proyectos importantes de futuro de forma casi permanente, otros de forma temporal en equipos temporales, y crear foros específicos para que todas y cada una de las personas puedan contribuir con sus ideas.

La historia empresarial está llena de ejemplos de empresas y formas de hacer consolidadas que, convencidas de que "todo estaba inventado", han sido superadas y condenadas al olvido por nuevos modelos de negocio que han sabido capturar y satisfacer necesidades no expresadas/satisfechas de forma más inteligente o adecuada. Y en todo esto, la tecnología solo es una parte pequeña del puzzle.