Si en marzo del año 2019 mi yo actual se me hubiese presentado en casa vestido de crononauta y me hubiese dicho que me iba a tocar ver asaltar el Capitolio de los Estados Unidos, vivir una pandemia de más de dos años de duración con confinamiento incluido y observar a Putin invadir Ucrania -amenazando con el uso de armas nucleares-, hubiese buscado ayuda psiquiátrica de inmediato, pues albergaría serias dudas sobre la salud mental de mi yo futuro. Con todo, lo que menos me habría sorprendido es lo de Putin, que lleva veinte años envenenando y encarcelando opositores y periodistas, acallando voces críticas, invadiendo territorios, incrementando el gasto militar, desestabilizando el mundo con ciber-injerencias en periodos electorales, alimentando una máquina de la mentira propia del Ministerio de Propaganda de Goebbels y sosteniendo un discurso neoimperialista autocrático. Quizá mi estupefacción radicase más en cómo Europa ha permitido (y financiado, a través de la compra de combustibles fósiles, principalmente) el auge y empoderamiento de esta figura siniestra. Aunque tampoco me sorprendería mucho, visto que Occidente lleva tiempo anteponiendo un desarrollo económico salvaje y exacerbado a sus principios morales básicos; supeditando la salud del planeta y de sus ciudadanos, el cumplimiento de los Derechos Humanos, la igualdad, los ascensores sociales y demás pilares tradicionales occidentales, a los intereses de un capitalismo voraz. Un capitalismo enloquecido, basado en la ley del más fuerte que permite, por ejemplo, que macroempresas con sede en paraísos fiscales operen libremente por doquier, destruyendo el pequeño comercio. Que megacompañías fagociten a otras más pequeñas acabando con la libre competencia y asentando oligopolios; que los grandes bancos, haciendo uso de su poder de coacción, socialicen pérdidas y privaticen beneficios. Que empresas privadas se hagan con servicios (y viviendas) públicos. Que las eléctricas nos cobren el total del consumo al precio del quilovatio más caro y un larguísimo etcétera de leyes de la selva económicas... ¿No era cuestión de tiempo que un exKGB megalómano aplicase las no-normas del mercado libre al terreno militar? Regocijémonos (sobre todos esos y esas que coreaban aquello de socialismo o libertad) ante el nacimiento del belicismo libre.David Barbas