ste monte en los Abruzos, con nombre de fortaleza alemana, mostró a los tres corredores más fuertes en la montaña, Carapaz, Bardet y Landa, aunque venció el australiano Hindley, que en 2020 terminó segundo en el Giro. Cada vez que alguno de los tres aceleraba, se escapaban juntos. Y el otro trío que les acompañaba -Hindley, Almeida y Pozzovivo- se descolgaba. Volvían a enlazar cuando el marcaje de los tres mejores bajaba el ritmo de pedaleo. Un muelle. A Landa se le veía sobrado. López mantuvo la maglia rosa, retorciéndose con un pedaleo agónico. Yates, con una rodilla maltrecha por culpa de una caída, fue el gran derrotado.

Este año se cumplen 50 desde la victoria de José Manuel Fuente, Tarangu. Las imágenes de Tarangu escapado escalando ese monte, derrotando a un Merckx en su apogeo, son uno de mis primeros recuerdos de ciclismo en televisión. Y de mis deseos de ser un escalador. No un contrarrelojista o un rodador, ni un esprinter, sino un grimpeur. Porque supe, gracias a Fuente y a otros grandes escaladores como él, que era en las montañas donde estaba la gloria, que escaparse y doblegar en solitario una cima mítica, encierra un prestigio inalcanzable en cualquier otra modalidad ciclista. Es en las cumbres donde se dibujan las más grandes hazañas, las más relevantes proezas de este deporte.

Aquel Giro de 1972 fue glorioso para el equipo KAS, que colocó a cinco de sus corredores entre los diez primeros en la clasificación general final: Fuente segundo; el vitoriano Galdós tercero, López Carril cuarto; Miguel Mari Lasa noveno, y Shanti Lazcano, de Errenteria, décimo. Lasa contaba hace unos años cómo discurrió aquella etapa del Blockhaus. “Era una etapa muy corta, de 48 kilómetros. Salimos a tope para intentar reventar a la gente. Nos pusimos todo el KAS a bloque. Habíamos calentado antes del inicio de la etapa, muy pronto, casi al amanecer, para llegar sudados, con kilómetros, a la salida. Cuando llegamos a pie de puerto, Fuente pegó un latigazo y ya no le vimos. Eddy Merckx tiraba como un loco, pero no le alcanzó. Cuando Fuente ya tenía asegurado el triunfo, ataqué yo. Quedé segundo”. No se puede resumir mejor una táctica de etapa.

Lasa sigue descubriéndonos cómo era su compañero Fuente: “Como ciclista era imprevisible. Si tenía un día bueno podía hacer estragos. Más que subir, volaba en la montaña. No se le podía seguir. Era delgado, fibroso. No sé de dónde sacaba la fuerza. Movía desarrollos muy grandes, íbamos con desarrollos cortos y él metía el plato grande. Fuente podía con Merckx en las subidas”. Las demostraciones de Tarangu en ese Giro de 1972 hicieron decir a Merckx que iba a ser el corredor que más le iba a hacer sufrir en los siguientes años. Y acertó.

En las etapas llanas de esta primera semana, Arnaud Demarré se reveló como el mejor esprinter. Cavendish, uno de los ciclistas con más victorias, consiguió una etapa, pero en las que había alguna tachuela montañosa, se quedaba cortado sin opciones para poder disputar el esprint. Otro corredor muy luchador, el belga De Gendt, triunfó sobre un grupito de escapados en el exigente circuito de Nápoles. Cuando este corredor señala una etapa, rueda como una moto. En 2012 quedó tercero en la general del Giro gracias a una escapada victoriosa en la que obtuvo una importante renta de minutos.

De Gendt es un corredor simpático, que ama su deporte. En 2018, tras finalizar su temporada en el Giro de Lombardía, decidió volver en bicicleta, junto a su compañero de equipo Wellens, hasta su casa en Bélgica. Montaron las alforjas sobre sus bicis y recorrieron en seis días los 1.200 kilómetros de distancia. Quería disfrutar de la bicicleta de otra manera, a una velocidad más lenta, para poder apreciar los paisajes, los monumentos, los lugares. Era un acto de liberación y de amor íntimo a este deporte. Salvando las distancias, me recuerda a lo que hice tras mi último examen en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, regresando andando a casa, varios kilómetros, atravesando toda la ciudad. La magnitud del hecho no tiene nada que ver, pero sí el símbolo. Como él, yo no deseaba ir en metro, apresurado como cada día, sino observar con otro tiempo lo que mi oficio de estudiante estresado me impedía.

El año pasado, el ciclista del Euskaltel Luis Ángel Maté les copió la idea, y, tras finalizar la Vuelta en Santiago de Compostela, también decidió regresar en bicicleta a su casa en Marbella, a 1.000 kilómetros de distancia, acompañado por un amigo, en varias etapas. Cuando le preguntaron a Maté por el sentido de su aventura, confesó: “El ciclismo para mí es más que un deporte o que mi trabajo, es una forma de entender la vida y también de saber quién soy. Simplemente quería coger mi bici e irme a casa sin utilizar el avión ni el coche, con mis propios medios, para estar en armonía conmigo y con el entorno”. Maté se hace las preguntas esenciales ancestrales, atávicas, las mismas que todos formulaban al Oráculo de Delfos, en el principio de nuestra historia humana civilizada, y las que proclamaba el grupo de rock Siniestro Total: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Las mismas de siempre.