a primera etapa de montaña en una gran vuelta suele resultar decisiva, y ayer también lo fue, solo que por detrás. A Indurain le gustaba marcar así el terreno, demostrar su autoridad en el Tour, y lo convirtió en una marca de la casa. Lo repitió varios años, al debutar la montaña; como en las subidas de Hautacam en 1994, y La Plagne en 1995. A Armstrong también le gustaba, y en cuanto aparecían los primeros montes de entidad, atacaba y sentenciaba, como lo hizo en La Mongie en 2002, y también en Hautacam en 2000. Froome también usaba esta táctica, como en La Pierre Saint-Martin en 2015. Una estrategia avasalladora que utilizaron los grandes dominadores del ciclismo para atemorizar a los rivales, bloquear la carrera, y afrontar más cómodos el resto de la montaña. El Etna, ayer, no ofreció esos ataques en cabeza, porque todos los líderes llegaron agrupados, pero sí en la cola. Van der Poel se desentendió de la carrera, dando a entender que las vueltas no son lo suyo; Dumoulin se descolgó, demostrando que no es el que fue, su fuerza mental no se ha restablecido, y la buena contrarreloj fue un alarde de especialista; Nibali, en su ocaso ciclista, no pudo con el ritmo del grupo de los elegidos, y seguro que como siciliano no le hizo ninguna gracia perder en casa; Supermán López se retiróSupermán, aquejado de dolores en la cadera izquierda. Así que el Astana, sin Nibali para la general, y sin Supemán López, se queda sin candidatos al triunfo.

El Etna, con sus 3.357 metros, se muestra esplendoroso sobre Sicilia. Para el ascenso se había elegido la ruta bautizada como Pantani, que es la más exigente. Una subida muy larga, de 22 kilómetros, y por momentos, a mitad del puerto, también dura, con pendientes exigentes, en torno al 10%. Pero no fue capaz de agitar a los favoritos. Seguramente la suavidad de los últimos siete kilómetros, donde las rampas se templaban hasta el 6%, les atenazó las piernas y la valentía. El ganador, el alemán de 26 años Lennard Kamna, es un gran ciclista, con una pedalada profunda, que trasmite una imagen de mucha potencia. Era un gran contrarrelojista de amateur, campeón de Europa, pero ha perdido peso y ahora se defiende muy bien en la montaña. Un chico a tener en cuenta. Aún recuerdo su victoria de etapa en el Tour de 2020, cuando ni el mismísimo Carapaz fue capaz de seguir su rueda. Y el otro héroe del día, el andaluz, Juan Pedro López, que llegó con Kamna, se vistió con la maglia rosa, así que los dos escapados terminaron con premio. Salvando las diferencias en cuanto a la dureza de sus rampas, la subida me recordaba a otro gigante volcánico del ciclismo, el Ventoux, ambos carentes de vegetación en su parte final. El Etna con sus laderas peladas cubiertas de lava oscura. Y como el Ventoux, dominando todo el territorio, y sin obstáculos, expuesto al viento, lo que quizá también asustó a los corredores para los ataques.

El Etna, junto al Stromboli, cercano y dominando una pequeña isla siciliana, y el Vesubio, sobre Pompeya; son tres volcanes italianos famosos. Yo diría, incluso, que son los tres volcanes más famosos del mundo. El Vesubio por la trágica e histórica erupción que sepultó Pompeya, dejándola intacta, petrificada en el momento, tal cual, conservando hasta a los amantes abrazados, perpetuados por la lava. Las excavaciones arqueológicas nos han permitido conocer como ninguna otra ruina clásica esa ciudad, su vida, sus costumbres. Para la fama del Etna y del Stromboli tuvo que ver mucho el cine, las magníficas obras del neorrealismo italiano. El Etna, y la pobreza de la gente que vivía bajo él, quedó inmortalizada en la obra de Luchino Visconti, La tierra tiembla; y Stromboli, gracias a la película de Roberto Rossellini que lleva el mismo título. Una enorme película que narra la dificultad de los entornos conservadores para aceptar al extraño, al extranjero, al diferente, en ese caso una chica lituana. Y precisamente, este pasado día 9 de mayo era el aniversario del nacimiento de Rossellini. Decía el también gran cineasta Bertolucci que no se podía vivir sin Rossellini. Y, sin duda, su obra nos enriquece. Stromboli es fantástica, pero viendo a los ciclistas, la dureza y dificultades de este deporte, me acuerdo de otra película firmada por él: El general della Rovere. Dura, sobre la guerra, mostrando las torturas explícitas de los nazis, y en la que un impostor pretende ser infiltrado en las filas de la Resistencia antifascista. Un farsante que cambia al creerse su papel, convirtiéndose en un hombre nuevo, de conciencia.

Me acuerdo muy bien de un fotograma que me impresionó: cuando el actor protagonista, Vittorio de Sica, es encerrado en la celda de una cárcel. Es un mundo desconocido para él, donde va a comenzar su transformación. Mira las paredes, con grafitis de los presos que por allí han pasado, y se detiene en una que dice: “La cabeza alta”. En eso pensaba un preso antes de ser llevado a fusilar, en su honor. Eso es lo que debe pensar cualquier ciclista, en cualquier carrera, etapa, pase lo que pase. Darlo todo, con honestidad, y después, la cabeza alta.