- La época invernal, con sus bajas temperaturas y menos horas de luz solar, puede desanimar a muchas personas a la hora de realizar actividades al aire libre. Más aún si dicha práctica se desarrolla sobre las frías aguas marinas. Pero estas circunstancias no intimidan al biólogo y cocinero aficionado Valentín Velasco, que disfruta de la pesca durante estos meses como en cualquier otro periodo del año.

“Simplemente hay que estar más atento a que haga buena mar. Pero los que nos gusta salir todo el año aprovechamos cualquier resquicio para embarcar, sin importar en qué estación nos encontremos”, defiende. “Como digo yo, hay que ir a la pescadería”, bromea.

Y es que para Velasco, estos meses proporcionan más ventajas que inconvenientes para la captura. “La única traba del invierno es que hay menos horas de luz y eso te limita a la hora de disfrutar de esta afición. Pero si hace buen tiempo y vas abrigado, puedes sacarle bastante tiempo a cada jornada”, relata.

“Lo que ya no hago en otoño e invierno es madrugar. En mi caso, suelo salir hacia las diez de la mañana, cuando ya empieza a calentar el sol, e intento alargar hasta las cinco o seis de la tarde para pescar en las horas centrales del día. Lo importante es que no haya caído la noche para el momento de recoger y volver al puerto”, describe. “Pero creo que casi disfruto más estos días porque, como tienes menos oportunidades, los afrontas con más ganas”.

Frente a esta limitación, para Velasco las ventajas de salir a la mar en invierno son mucho mayores. “A partir de bien entrado el otoño, la pesca a fondo es muy productiva porque se consiguen más ejemplares y de mayor tamaño”, asegura. Una de las principales capturas es la muxarra o chopa, “la reina de esta disciplina, un pez muy combativo y muy bonito de pescar”.

Esto en cuanto a fondo de roca. Porque en arena el protagonista indiscutible es “el chipirón; casi todo el mundo intenta hacerse con una buena cazuela para navidades”, comenta. “Y también se va bastante a por la breca, que es una pariente del besugo”.

“Generalmente se simultanean un par de cañas para fondo de arena con otras para especies de roca. Y otra opción es pescar a la cacea (arrastrando el aparejo), ya que ahora hay bastantes bancos de peces pequeños que atraen a otras especies muy cerca de la costa, casi en las bocanas de los puertos”, señala.

Entre ellas enumera a la buztanbaltxa (cola negra), un espárido pariente de la dorada de carácter pelágico que no se enroca y nada en superficie. También el chicharro, la makarela, el aginzorrotza o lampo “y alguna lubina que otra, aunque cada vez escasean más”. “Y si rascas con el aparejo por el fondo o pescas a jigging, se pueden sacar abadejos o algún dentón, un pez muy peleón que puede tener cinco o seis kilos, incluso más”, añade.

Muchas posibilidades para una práctica que, durante esta época, no exige mucho más que en cualquier otro mes del año. “Por supuesto es importante abrigarse bien, sobre todo el cuello y un buen gorro para la cabeza. Y también tener calzado de repuesto, ya que es fácil mojarse los pies durante la limpieza de la embarcación o por cualquier salpicadura. Si no te mantienes seco, el catarro está garantizado”, advierte.

Tampoco ve especialmente necesario cargar con alimento o bebidas calientes para entrar en calor. “En la mar no se pasa tanto frío, suele ser peor en tierra”, sostiene. “Yo me limito a llevar agua o algún zumo y un par de piezas de fruta. Teniendo en cuenta que son menos horas de pesca, puedes salir después del hamaiketako y volver para cenar pronto. No hacen falta más provisiones”.

Otra forma de disfrutar desde un barco durante estos meses es con el avistamiento de cetáceos, que han estado especialmente presentes en nuestra costa durante octubre. “Otoño es muy buena época y el mes pasado fue un espectáculo, por lo menos en las aguas por las que suelo andar yo, entre Mutriku y Elantxobe”, recuerda.

“Hubo una abundancia poco habitual de papardo, un pez parecido a la aguja que suele nadar en cardúmenes y que se dejó ver cerca de la costa. Esto atrajo a familias enteras de delfines y era precioso ver cómo cazaban”, detalla. “Con la embarcación parada se podía observar a los delfines que estaban debajo acosando a los bancos de papardo e incluso saliendo a superficie los que mataban con la cola para capturarlos después”, agrega.

También ha contado con la suerte de detectar rorcuales, “que iban a por krill”; cifios, “un cetáceo bastante grande con un morro pequeñito, a medio camino entre la ballena y el delfín”; y, “por segunda vez en mi vida”, calderones blancos.

“Avistamos una familia entre las mejilloneras que hay entre Lekeitio y Ondarroa, a poco más de una milla de la costa”, narra. “Son bastante tímidos, pero se les reconoce bien por su color blanco lechoso y por una aleta bastante grande que se ve desde lejos. Es un animal precioso”.

“Lo importante es que no haya caído la noche para el momento de recoger y volver”

Biólogo