ste mes de julio de 2021, cuando se disputan los Juegos Olímpicos de Tokio, se conmemora el 85 aniversario de las Olimpiadas Populares de Barcelona. Unas olimpiadas alternativas organizadas como oposición a las oficiales, que, con sede en la Alemania nazi, se disputaron en el verano de 1936. Las de Barcelona, que tenían prevista su inauguración el 19 de julio, no llegaron a celebrarse por culpa del golpe de estado franquista. Estos días, cuando seguimos a vueltas con la restitución de la memoria democrática, conviene rememorar aquel acontecimiento, una competición deportiva cimentada, desde su origen, en el ideal democrático, popular y antifascista. Unos Juegos impregnados de compromiso, lejos de la indiferencia que caracteriza a menudo el deporte de las elites, y donde, a la propuesta del deporte popular como guía para una vida saludable, se juntaba la propaganda ideológica contra la segregación racial que acontecía en Alemania, donde el nazismo ya había mostrado su carácter xenófobo, promulgando leyes racistas y antisemitas.

El Comité Olímpico Internacional se reunió en Barcelona el 24 de abril de 1931 con el objetivo de designar la sede olímpica para 1936, pero sus miembros no llegaron a ponerse de acuerdo. Barcelona era la candidata favorita. Tenía las instalaciones ya disponibles, como el estadio de Montjuïc, que fue construido para la Exposición Universal de 1929 en Barcelona, pero con la doble intención de preparar los equipamientos requeridos para organizar unos Juegos Olímpicos. Al parecer, la burguesía, hegemónica en ese órgano del COI, incluso la burguesía catalana presente en él, tuvo miedo, tras la reciente proclamación de la República, ante una situación revolucionaria que preveían en el horizonte próximo para España, y no dio finalmente su voto a la capital catalana. La indignidad de celebrar unas Olimpiadas en el Berlín nazi, contraviniendo todos los principios olímpicos, provocó un gran movimiento mundial para organizar los Juegos alternativos en Barcelona, como desagravio por la decisión del COI, y como expresión del auténtico olimpismo. Por eso se llamaron populares, porque extendían su alcance a toda la población antifascista, antirracista, antixenófoba, y no solo obreras, como se habían llamado otros Juegos que, organizados por las izquierdas, se habían celebrado en Praga 1921, Francfort 1925, Viena 1931, Moscú 1928 (Spartakiada) y Berlín 1931 (Spartakiada). Y como se llamarían las que tendrían lugar después en Amberes 1937.

El peso principal de la organización de esas Olimpiadas de Barcelona recayó sobre un movimiento deportivo obrero y popular recién formado, la FCDO, la Federación Cultual Deportiva Obrera. Esta nació en 1931, recién instaurada la República, por una directriz de la Internacional Deportiva Roja, un organismo con el que la Internacional Comunista pretendía llevar a las masas trabajadoras la idea de una vida sana, y ganar adeptos para la revolución socialista. Pronto, ante la inexistencia de otras organizaciones deportivas obreras, la FCDO obtuvo un gran auge, también en Gipuzkoa. Organizaba competiciones deportivas de variadas disciplinas, y fundó, en numerosas poblaciones, Comités pro-Olimpiada Popular de Barcelona.

La noche del 18 de julio Pau Casals dirigió los ensayos de la Novena Sinfonía de Beethoven que la orquesta iba a ejecutar al día siguiente en la inauguración de la Olimpiada. Durante el ensayo se presentó un emisario oficial que ordenó: "Suspendan el ensayo. Se ha producido un alzamiento militar en toda España. El concierto y la Olimpiada han sido suspendidos. Abandonen todos inmediatamente el local". Casals se quedó consternado. Se dirigió a los músicos, a los coristas, y les dijo: "No sé cuándo volveremos a reunirnos; os propongo que, antes de separarnos, ejecutemos todos juntos la sinfonía". Y, levantando la batuta, continuó el ensayo.

La representación de atletas internacionales era numerosa y de gran calidad. Como ejemplo, Francia dividió su delegación deportiva y su presupuesto en dos partes similares, una para Berlín, otra para Barcelona. Muchos de los competidores olímpicos que se encontraban en Barcelona, se implicaron activamente en la lucha contra el fascismo, desde el primer momento en las calles de Barcelona, o marchando con las primeras columnas milicianas al frente de Aragón. El austriaco Mechter fue el primer deportista olímpico muerto, el 20 de julio, en el asalto al cuartel sublevado de las Atarazanas. Y debemos recordar a los ciclistas del Clarion, un club fundado por The Clarion, periódico socialista inglés de Manchester, con el objetivo de fomentar sus ventas y divulgar sus ideas en las excursiones que organizaban los domingos. El germen de Mánchester se extendió por toda la isla y proliferaron los clubs Clarion en muchas ciudades. En la delegación ciclista que Gran Bretaña envío a las Olimpiadas Populares, había cinco miembros de los clubes Clarion. Algunos se quedaron combatiendo en Barcelona, otros regresaron a Gran Bretaña, recabaron ayuda para la República, y volvieron con las Brigadas Internacionales. Combatiendo en sus filas, cuatro ciclistas de los Clarion murieron en la Guerra Civil: Roy Watts, Raymond Cox, Tom Oldershaw y Tom Durban.

El estadio de Montjuïc, donde se iba a celebrar la inauguración, así como las competiciones de atletismo y fútbol, pasó a convertirse en refugio para una multitud de republicanos guipuzcoanos, principalmente iruneses, que llegaron huyendo, a través de Francia. El espacio comprendido entre las gradas del estadio y la fachada fue dividido por multitud de tabiques, construyendo un enjambre de viviendas donde se hacinaron miles de vascos en los primeros meses de la Guerra Civil.

A rueda

Las Olimpiadas de Barcelona de 1936, que tenían prevista su inauguración el 19 de julio, no llegaron a celebrarse por culpa del golpe de estado franquista