probablemente fue la medalla olímpica menos sudada de la historia moderna de los Juegos, pero tiene todos los ingredientes para protagonizar una comedia épica. Porque fue la primera, porque fue de oro, porque se consiguió sin jugar y porque, además, fue clandestina. Y es que la presea dorada que el alavés José de Amezola y Aspizua (Izarra, 1874-1922) y el madrileño Francisco Villota consiguieron en cesta punta en 1900 fue el punto de partida de una lista que en la actualidad se extiende hasta las 25 medallas vascas. Tanto ha llovido desde este triunfo, que ni siquiera los Juegos se llamaban Juegos. Eran más bien conocidos como Concursos Internacionales de Ejercicios Físicos y del Deporte y se celebraron dentro del contexto de la Exposición Universal que tuvo lugar en París dos años después de que España perdiera sus últimas colonias. Así que si en la capital francesa ya era poca la gente que supo de la celebración de estos Juegos, al otro lado de los Pirineos su existencia importaba más bien cero. Sin embargo, la inclusión de la cesta punta en el programa animó a De Amezola y a Villota a participar.

Así que allí se plantaron estos dos sport-man de la clase alta, prósperos en tiempo y en dinero,sport-man y hábiles en la mayoría de los deportes practicados por el estrato privilegiado de la sociedad. Villota incluso tuvo tiempo para fundar el Atlético de Madrid y de presidir el Euskal-Jai Club madrileño. Sin embargo, en 1900 los dos amigos acudieron a París por cuenta propia, alentados por la fama que adquirieron en un Madrid de la época donde la pelota vasca era mucho mejor que el fútbol y un poco menos seguido que los toros y sus cornadas. Se convocaron tres torneos y los tres tuvieron escasa participación: uno profesional de cesta punta en el que se inscribieron tres parejas, uno amateur de la misma modalidad en la que se anotaron dos parejas y un último de pelota mano para aficionados al que no acudió absolutamente nadie. Finalmente, De Amezola y Villota participaron en el segundo, llamados por el título de Campeón del Mundo Amateur con el que se había convocado. Para conseguirlo, tan solo tenían que superar a la otra pareja competidora, una de Iparralde formada por Durquetty y Etchegaray. Pero los Juegos de 1900 fueron tan surrealistas, que ni sudar necesitaron para ganar.

La pareja que competía por Francia se retiró antes del partido por no aceptar el reglamento establecido. Y es que a comienzos del siglo XIX, la normativa era tan importante como la competición en sí misma, por eso del orgullo de ganar con justicia o de caer con honor. Por lo que Villota y De Amezola tan solo tuvieron que presentarse en el frontón de Neully-sur-Seine, bien ataviados con el uniforme y las shisteras reglamentarias, para convertirse en campeones del mundo.

Con todo, en esos momentos, nadie contempló el oro olímpico. Por aquel entonces, nadie supo que la París de 1900 acogió al primer medallista vasco de la historia moderna de los Juegos. Que José de Amezola y Aspizua, empresario teatral, taurino y político conservador, además de hijo de uno de los principales bolsillos de la España del desastre, inauguraría la lista de las 25 preseas olímpicas vascas. De hecho, ni el propio alavés lo supo. Porque pasaron 82 años de su fallecimiento, que tuvo lugar en 1922, hasta que el Comité Olímpico Internacional oficializara esos Concursos Internacionales de Ejercicios Físicos y del Deporte como los primeros Juegos Olímpicos de la historia moderna. Es decir, fue en 2004 cuando el COI dio por buena la teoría del historiador Bill Mallon que aplica cuatro condiciones para establecer qué pruebas de las celebradas en 1900 se pueden considerar olímpicas: que fueran amateurs, internacionales, sin handicaps y abiertas.

Como ese torneo de cesta punta que De Amezola y Villota ganaron sin calentar ni sudar. Así pues, ese partido que ambos vencieron sin lanzar ni una sola pelota hacia el frontón les colgó al cuello una medalla de oro póstuma que abre con honores la lista de los éxitos del olimpismo vasco.