omo anuncié, tengo mi corredor preferido como ganador del Giro: el portugués Joäo Almeida. Representa al ciclismo sin fronteras, la puerta al único continente ausente del pelotón, el ciclismo africano. Vivimos tiempos de adanismo en todas las esferas de la vida, en la política, en la cultura, donde algunos lanzan el mensaje de que todo se ha inventado con ellos, que antes nada existía, era el vacío, la prehistoria. Y hay que recordarles que no es así, que antes de ellos también se viajaba, se inventaba, se luchaba. Se soñaba. Y a veces con más claridad. Lo digo porque actualmente no hay una sola carrera en África, ninguna al menos a la que acudan las figuras. Mientras que, en enero de 1960, Fausto Coppi falleció tras haber disputado una prueba en Burkina Fasso, entonces Alto Volta. Fue a correr junto a otros campeones como Anquetil, Riviere o Geminiani. Allí contrajo la malaria, que fue mal diagnosticada en Italia, confundida con otra enfermedad, y cuando se quiso reaccionar, no hubo tiempo. En este mundo globalizado hay carreras por doquier, pero no en África. ¿No será que la globalización esconde otra cosa? La simple omnipresencia del capital. Que solo va allá donde extrae un beneficio, también en las pruebas ciclistas, a través de patrocinios, contratos televisivos, productos y marcas. Esa es la razón de su ausencia de los lugares de la pobreza, donde otrora fue Coppi para animar el desarrollo del ciclismo. Si miramos lo que ocurre ahora, más que desarrollo, parece una involución.

Hoy será un día clave para quien quiera vencer en el Giro. Se sube el mítico monte Bondone. En unas condiciones climatológicas muy adversas, con el frío de octubre que es helador subiendo, y más aún bajando. Recuerdo que subí el Tourmalet en septiembre, con poca ropa, y lo pasé peor bajando que en la subida. Me temblaban los brazos. A esa altura, descendiendo a 70 kilómetros por hora, cinco grados se convierten en una sensación térmica de bajo cero. En el Bondone, en el Giro de 1956, Charly Gaul, uno de los mejores escaladores de la historia, escribió una página memorable. Granizaba y el termómetro descendió hasta los diez bajo cero. Antes de la etapa, Gaul se encontraba a 16 minutos del líder, pero en el Bondone destruyó a sus rivales. El segundo en la meta, Fornara, llegó a 7'44", y Magni fue tercero a 12'15". El líder desapareció. Solo 43 corredores terminaron. Entre los abandonos, el del ilustre Bahamontes. Gaul, con síntomas de congelación en las manos y en una pierna, se desmayó nada más cruzar la meta, padeciendo una amnesia temporal que le impedía recordar nada de lo ocurrido en los últimos kilómetros. Había pedaleado como un autómata, con su culote corto, su maillot de lana merina y su estilo majestuoso. Un estilo de ciclista perfecto, intemporal, tanto que, si superponemos una imagen de Gaul sobre el pelotón actual, pasaría inadvertido.

No podían haber elegido mejor las dos localidades para el comienzo y el final de la primera etapa de la Vuelta. Ambas, Irun y Eibar, son capitales del ciclismo guipuzcoano. Eibar, ligada desde siempre a la subida a Arrate, carrera que cuenta en su palmarés con vencedores de la talla de Barrutia, Bahamontes, Jiménez, Poulidor, Ocaña o Roche. Prueba que luego se fundió con la célebre Bicicleta Eibarresa, y finalmente esta, tras la crisis de los patrocinios, con la Vuelta al País Vasco, en la Euskal Bizikleta. Eibar, cuna de fábricas de bicis mundialmente conocidas, como BH, GAC y Orbea. Ayer, en Arrate, Roglic continuó la tradición de grandes vencedores y presentó su candidatura al triunfo final.

Irun es distinto. La presencia del ciclismo estuvo ligada a los equipos, primero el Real Unión, luego el Club Ciclista Irunés, y a grandes campeones, como los hermanos Montero, Luciano y Ricardo. Nacidos en Ávila, emigraron a Gipuzkoa, donde desarrollaron sus carreras. Ricardo, campeón de España en 1925, más escalador; Luciano más rodador, rocoso, tres veces campeón nacional, y segundo en el campeonato del mundo de 1935. Luciano, republicano de corazón, se exilió en Francia, donde compitió hasta 1939, consiguiendo alguna prestigiosa victoria como el Gran Premio de Marsella. Tras la II Guerra Mundial, dejó el ciclismo y se exilió en Argentina.

Junto a este ciclismo irunés de los campeones, de los clubes, latieron otras formas de ciclismo. El ciclismo de los sindicatos estudiantiles que en Irun, con el arraigo que tenía en el instituto la FUE (Federación Universitaria y Escolar), tuvo mucha presencia. Era frecuente ver entrenarse por sus carreteras a los estudiantes preparándose para el campeonato escolar guipuzcoano, que se celebraba habitualmente en la llamada Vuelta a Oiartzun, con meta y salida en Donostia, pasando varias veces por Oiartzun, Cuesta de la guitarra, Astigarraga... Y también un tercer ciclismo, el aplicado al combate político. Igual que Gino Bartali salvó de los fascistas a numerosos judíos de Asís, con la documentación falsa que la resistencia florentina les fabricaba y que Bartali les llevaba, camuflada en sus entrenamientos, escondida en el tubo del cuadro; en Irun, otro ciclista utilizaba su bici para subir hasta un caserío en la cima de Erlaitz, donde vivía el contrabandista Mantecas. Simulaba, como Bartali, un entrenamiento, pero su misión era la de informarle de los fugitivos de la derrotada revolución asturiana que llegarían al día siguiente, para que los pasase a Francia. Así salvaron a muchos revolucionarios de la cárcel, y quizá de la muerte.

A rueda

Hoy será un día clave para quien quiera vencer en el Giro. Se sube el monte Bondone en unas condiciones climatológicas adversas

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