- Con el apagón provocado por la pandemia del coronavirus, el ciclismo se quedó a oscuras, sin luz, al igual que la humanidad, de repente de regreso a la cueva pero sin mito de Platón al que aferrarse. Recluido en el confinamiento del rodillo, con las esperanzas tapiadas y el futuro zarandeado en el océano de la incertidumbre, la competición respiró al fin en la Vuelta a Burgos. Cinco meses después, el viento sopló en el rostro de los ciclistas, deseosos de recomponer su memoria. Fue la de un pelotón en libertad condicional por eso de la distancia social, las mascarillas y el gel hidroalcohólico. Pero una vez el silbato aguzó los oídos de los ciclistas -con los corazones tamborileando frenesí, nerviosos en el reestreno- y la bandera cayó, todo adquirió sentido.

Nada puede parar al instinto. El ciclismo volvió con el deje de siempre. ¡Corred malditos! En el novedoso escenario, Remco Evenepoel se exhibió como un pavo real, todo exuberancia, talento, potencia y juventud. Sobre el belga giró un día de estreno, que reivindicó la felicidad de Felix Grosschartner, primer vencedor. El austriaco tomó al asalto el Castillo de Burgos, donde Aranburu mostró su perfil y Landa asomó la cresta. El guipuzcoano fue cuarto y el líder del Bahrain, quinto. A todos ellos les sorprendió la arrancada de Grosschartner. ¡Ave Felix!

El retorno a las carreras derivó en el reencuentro de muchos, algo extraordinario. La muchachada se saludó los codos, esa forma de esquivar el virus pero de tocar piel y cariño. El primer día de contacto con la rutina que aún no lo es no tardó en desenmascarar los viejos usos y costumbres.

A la fuga del anonimato le dieron nombre Gotzon Martín (Euskaltel-Euskadi), Jetse Bol (Burgos-BH), Diego Sevilla (Kometa) y Francisco Galván (Kern Pharma). En el pelotón dejaron hacer. Solo el viento y las dudas propias que genera un regreso tras cinco meses sin competición preocupaban a los más afamados.

Gotzon Martín y sus colegas de huida sintieron que a medida que comían kilómetros escaseaban sus opciones. Todo parecía sereno hasta que al viento le dio por enredar e incomodar. Hubo caídas y sangre. Gijs Leemreize perdió un dedo.

La inquietud se posó entonces entre los ciclistas, tratando de leer el siguiente capricho del viento. Ante ese panorama, se aceleró el ritmo y los fugados se entregaron. Surgió Evenepoel y destrozó el orden establecido. En diez kilómetros hizo trizas el pelotón. Salvaje, indómito, Evenepoel volteó a todos. Se largó con una potencia descomunal. Ningún equipo pudo atraparle, hasta que él levantó el pie y silbó su excursión.

Atemperado el belga, los equipos con galones dispusieron el final. Examinaron el castillo en una primera pasada para cargar las catapultas en la segunda y lanzar sus proyectiles. Pello Bilbao pastoreó a Landa, ligero en la subida.

En la ascensión definitiva, todos miraron a Evenepoel y perdieron de vista el entusiasmo de Felix Grosschartner. El austriaco se coló por el dichoso ángulo muerto y reanimó el ciclismo. Recibió el liderato con mascarilla, toques de codo y trofeos desinfectados.

Primera etapa

Alex Aranburu

Mikel Landa

Jon Aberasturi