Carlos Rodríguez abrazó a su madre. En realidad fue su madre la que salió a su encuentro. Nada como el calor y el afecto de una madre. El amor más puro. Insobornable. Ese abrazo emocionado simbolizó la coronación de Rodríguez como campeón de España de ruta. Relevó el granadino a Omar Fraile, su compañero. Rodríguez estudia ingeniería. Observador, calculó sus opciones para trazar el plan perfecto.

En la penúltima ascensión a Sa Creu desarrolló el proyecto de fin de carrera. Determinó que su éxito pasaba por quitarse de encima el reprís de Jesús Herrada y Alex Aranburu, plata y bronce, a casi un minuto del granadino en Mallorca. En la última ascensión remató su idea. Contraatacó en el momento exacto y destempló a Herrada y Aranburu, que no pudieron con el impulso de Rodríguez, imparable, impecable su táctica, victoriosa. “Ganar el campeonato de España es algo increíble. Llevo luchando desde categoría inferiores. Es algo muy bonito. Es un orgullo para mí”, dijo el granadino de 21 años.

LA FUGA DE SIEMPRE

Apagados Iván Romeo, Marc Brustenga y Joan Martí Bennassar, Óscar Sevilla, un ciclista de otro tiempo, no tardó en familiarizarse con los paisajes de Mallorca, que siempre es el sol del ciclismo en Europa, donde amanece la campaña cada almanaque. Sevilla se sintió en casa aunque hace mucho que respira en Colombia, donde continúa siendo joven aunque su biografía dicte la contrario. Sevilla es un ídolo en el país suramericano.

Lució el maillot del Medellín con Jorge Arcas y Mikel Nieve, otro veterano, una vez la carrera se adentró en el circuito, cuando aguardaban dos vueltas, con la ascensión al Coll de Sa Creu, el punto caliente de una prueba fogosa, oteando el horizonte. Gestionaron un manojo de segundos hasta que les esposaron y se reseteó una vez más la carrera.

LOS FAVORITOS, A ESCENA

Apergaminadas las piernas, ajetreadas por el ritmo y el calor, el mercurio bailando en los 30 grados, se agitó el oleaje en Sa Creu, donde todos pretendían moverse. Saltó por los aires la carrera. El frenesí en una serpiente de asfalto vigilada por los pinos del Mediterráneo. Carlos Rodríguez y Juan Ayuso se miraban. Marcaje. Jesús Herrada y Adrià se soldaron. Cuarteto en el asalto a la cumbre.

En el descenso, Alex Aranburu, excelso, siempre que se trata de arriesgar en las bajadas, se cosió al cuarteto. El de Ezkio era la gran amenaza. Veloz, fuerte, poderoso. A Omar Fraile se le escapó la reválida. Izagirre tampoco pudo estar en el baile. Okamika se desgañitaba persiguiendo el quinteto. Se quedó afónico. La voz y el voto estaba entre el quinteto hasta que dejaron de entenderse.

Sa Creu era la última frontera. Los fugados hicieron la comida final. Geles para dispararse. Carlos Rodríguez y Ayuso maquinaban para desprenderse de Aranburu, el que más pólvora tenía en caso de esprint. El Caja Rural trabaja de lijar. Apuraba la esperanza. El quinteto se dejó abrazar en las tripas del puerto. Un rizo más. Pedrero, colega de Aranburu, dispuso la marcha para dar aire al de Ezkio. Okamika padecía.

ATAQUE DEFINITIVO

Ayuso y Rodríguez se sombreaban. Adrià se agarraba a duras penas. A Herrada no le convencía el patrón. Aleteó para irse en solitario. Carlos Rodríguez se encorajinó. A la contra. Respuesta inmediata. Tenía que deshilachar a Herrada y Aranburu, más veloces. Ayuso estalló.

En la cresta de Sa Creu, Rodríguez disponía de quince segundos en las alforjas. Contrarreloj. “He ido a tope”, dijo. Surfeó el descenso con maestría. Procedente de la bici de montaña, el granadino fluyó. Aranburu tomó el joystick en la persecución. No le alcanzó. Herrada tamborileaba los dedos a su cola.

El granadino crecía. Espumoso. Cómodo en el plano, desatado. Aranburu y Herrada se medían. Rodríguez, desmedido. A tope. Como en los estudios de ingeniería. Clavó los codos sobre el manillar. Opositor a la gloria. Cálculo e ingenio, campeón. Rodríguez miró para atrás. El vacío. Se golpeó el pecho. Redoble de tambor. Le brotó una sonrisa de felicidad. El nuevo rey. Su madre le abrazó.