stuvo bonita la París-Niza. No faltaron las etapas con abanicos, ingrediente habitual de la carrera. La contrarreloj nos dejó sus cositas: el dominio del Jumbo Visma y el gran papel de Simon Yates. Y la montaña terminó haciendo sufrir a Primoz Roglic, salvado sobre la bocina por un descomunal Van Aert. Esta edición de la prueba gala pasará a la historia, sin embargo, por haber establecido un nuevo récord en la era World Tour. En la salida de la quinta etapa se ausentaron 18 corredores que habían llegado a meta la víspera, cifra que superó el máximo histórico hasta entonces vigente. Databa del Giro de Italia de 2020, con quince bajas el día posterior a la primera jornada de descanso. Pero hace dos años el covid andaba desatado. Esta vez no fue el caso.

¿Qué ocurrió entonces? Al parecer, sacudió al pelotón de la París-Niza una fuerte oleada de resfriados, traducida en cuadros fuertes de sinusitis y bronquitis. Comenzaron la carrera 154 ciclistas. Solo la terminaron 59. En total, 95 abandonos. No hubo positivos: los resultados de las pruebas diagnósticas que los equipos practicaron a los afectados disociaron plaga de bajas y coronavirus. Pero solo descartaron una relación directa, porque según los expertos la pandemia sí tuvo algo que ver en la situación. "Las restricciones y las medidas de autoprotección que todos hemos adoptado durante los últimos dos años nos han impedido acumular inmunidad ante determinados virus o bacterias. Y ahora somos mucho más susceptibles de enfermar", explicó Maarten Meirhaeghe, médico del Lotto-Soudal. "A esto hay que añadirle que los ciclistas son personas muy finas, sin apenas grasa, que además se entrenan en invierno con temperaturas muy bajas. Están muy expuestos".

No queda ahí la cosa. Todo este tiempo de convivencia con el covid ha propiciado investigaciones que, a su vez, han aportado conclusiones relevantes. Ha sucedido hasta el punto de que, en sus declaraciones, Meirhaeghe reconoció una circunstancia a tener muy en cuenta: hace diez años, la misma situación médica habría generado un menor número de abandonos en el pelotón. "Pero la ciencia evoluciona. Ahora sabemos que, si contraes una infección viral y compites con fiebre o con dolores musculares, puedes estar provocándote una patología cardíaca. Por eso, a la más mínima duda, los equipos estamos optando por retirar a los corredores y practicarles los exámenes pertinentes".

En cierto modo, esta nueva realidad choca frontalmente con las sensaciones expresadas por los propios ciclistas durante las últimas semanas. A finales de febrero, tras concluir una concentración en Canarias, el mismo Van Aert reclamó el final de "los test constantes de covid" en el pelotón. "Creo que ya es hora de empezar a mirar a este virus como a todos los demás y de dejar de seguir medidas locas. El miedo está ahí: una prueba positiva y toda tu preparación se va al traste, cuando igual ni siquiera tienes síntomas. ¿Que sí los sufres? Pues entonces sí, te vas para casa, como ha sucedido siempre con otras enfermedades". El belga podía tener su punto de razón, pero desde que dijo aquello han pasado cosas, lo de la París-Niza principalmente. Parece que ya no se trata tanto del coronavirus como del contexto médico posterior que ha generado.

Sea como sea, los temores de Van Aert y de los corredores en general se dan la mano con el nuevo panorama si miramos a las citas más largas del calendario, las que más días de competición implican. La propia París-Niza, con ocho etapas, ha sido la más extensa hasta la fecha en 2022. Y pasó lo que pasó. ¿Qué ocurrirá en las pruebas de tres semanas? Se prolongan durante más tiempo y, por lo tanto, multiplican las opciones de que los virus calen en el pelotón. Si a esto le añadimos la citada mayor cautela de los doctores, ante los posibles efectos secundarios de cualquier enfermedad por leve que sea, nos encontramos con carreras que supondrán, ante todo, auténticos ejercicios de supervivencia. Se tratará, casi a partes iguales, de rendir sobre el asfalto y de esquivar el más mínimo catarro. Los capos deben tomar nota.

La Milán-San Remo ya está aquí. Mañana se disputa el primer monumento ciclista de la temporada, una carrera cuyo encanto reside en una circunstancia llevada al extremo este año. Como sucede siempre, las quinielas con posibles favoritos están ya a la orden del día. Y en casi todas ellas conviven dos corredores cuyas características no pueden resultar más opuestas: Tadej Pogacar y Caleb Ewan. Si nada se les tuerce hasta entonces, esloveno y australiano estarán en el pelotón del próximo Tour de Francia, sin preocuparse en absoluto el uno por el otro. La Classicissima tiene, sin embargo, el poder de convertirles en rivales directos, cosa que ninguna otra carrera puede conseguir. Coronar el Poggio a cinco kilómetros de meta y con otros 287 en las piernas tiende a democratizar la lista de candidatos. Y el aficionado lo agradece.

Cuentan quienes conocen ambos terrenos que el adoquín belga, el del Tour de Flandes, poco tiene que ver con el francés, el de la París-Roubaix. La dificultad del primero reside en sus pendientes, porque el piso suele presentar un buen estado, sin apenas espacio entre piedra y piedra. El galo, por su parte, se encuentra en zonas rurales llanas, pero resulta exigente por el tamaño de los tremendos huecos que se abren entre pieza y pieza. El caso es que la quinta etapa del próximo Tour de Francia implicará pasos decisivos por tramos de este segundo tipo. Y el calendario apenas ofrece opciones de adquirir ritmo de competición sobre ellos, más allá de la propia París-Roubaix. Roglic y Vingegaard no estarán en el infierno del norte. Por eso se alinearon ayer en el modesto Grand Prix Dénain que ganó Max Walscheid (Cofidis).