Ulula el viento, bufa con la mirada torva y el mentón elevado, provocador, y en el pelotón cruje de inmediato el ay de la incertidumbre, el uy del miedo y ese escalofrío que se expande por todos los poros de la piel. A campo abierto, sin trincheras en las que cobijarse, las ráfagas del viento vocean afiladas y los nervios anudan los músculos, que son trémulos. En ese escenario abierto al desasosiego, a la preocupación, hay quién sonríe con la mirada traviesa. El Jumbo que vuela y el Quick-Step que muerde se alegran de los golpes de viento, de sus navajazos. Se alían con el viento y se estimulan mutuamente. Son hijos del viento. Cometas al aire que danzan un baile que en otros provoca pavor. ¡Danzad malditos!

En medio de los campos, a Almeida y McNulty, los dorsales con purpurina del UAE, el viento se los llevó lejos de las aspas del molino que gira, alocadas, desaforadas, el Jumbo, con el líder Laporte, el general Roglic y la turbina de Van Aert. El belga es capaz de avivar el viento y producir más energía que una central eólica. Por un momento, Van Aert era lo más parecido a una moto sin rebufo. La manada de lobos del Quick-Step, siempre hambrienta, alimentó los abanicos con Jakobsen, Senechal, Stybar y Lampaert, otros estupendos navegantes en el viento.

Quintana, menudo, pero poderoso cuando arrecía el viento y listo para manejarse en los abanicos, se coló en el pasaje. También Vlasov, Haig, O’Connor y los Yates. Adam y Simon. A Schachmann el viento también le señaló la dirección de la derrota. De un día de viento salió el vendaval de Jakobsen, que pudo con Van Aet en el escueto esprint de Orleans. El neerlandés sumó otra muesca en su revólver. Es un disparo. Un pistolero rápido y certero. El mejor esprinter.

UNA LOCURA

Cuando antes sonó la ametralladora del viento, se cortó el pelotón que no era uno, sino tres. No había vasos comunicantes ni velcro suficiente para pegarlos. El ritmo endiablado del Jumbo y el Quick-Step imposibilitó que se vincularan con el mosquetón de la esperanza. La carrera era una maravillosa locura. Un canto alegre a los pasajeros del viento, felices entre ráfagas. El padecimiento era para los otros, a los que el viento les desgarró y les tapió le horizonte de la París-Niza en Orleans.

Concentrados los más fuertes en el frente, Bissegger, el suizo capaz de demoler el reloj, buscó un rendija para evitar el esprint. Le faltaron piernas para enfrentarse al cienpiés de los mejores. Van Aert, que tanto había disfrutado peinando el viento, quiso vencer. Laporte, al que el primer día el belga y Roglic obsequiaron la etapa y el liderato fueron sus muelles. El francés sigue mandando en la general.

Al belga le tomó la matrícula Jakobsen, cuyo ratio de esprints disputados y ganados es una exaltación de su velocidad. Derrotar al neerlandés es un asunto mayor. Jakobsen, descomunal su aceleración, continuó con su porcentaje sobrenatural, próximo al 90%. El neerlandés acumuló su sexto triunfo en apenas 14 días de competición. Solo ha concedido un esprint. Ni el fabuloso Van Aert pudo contra semejante estadística. Jakobsen, todo pólvora, fue un cañón que anuló el esfuerzo de Van Aert, que reinó en el viento. El alimento del tornado Jakobsen.