esta Vuelta tiene más espacio para otros actores del ciclismo, no solo para los escaladores, y así se está demostrando en las cinco etapas transcurridas, en las que hemos podido ver la lucha entre los mejores velocistas en las llegadas al sprint. Los destacados han sido Philipsen, con dos victorias, y el holandés Jakobsen, con una, demostrando que ha vuelto a ser el que era tras su escalofriante caída en la Vuelta a Polonia del año pasado, que le que tuvo entre la vida y la muerte. Jakobsen ha tenido que sufrir numerosas operaciones quirúrgicas, alguna tan cruenta como la de reconstruirle la mandíbula con huesos de su propia cadera. Fue un triunfo del que se alegró casi todo el pelotón, como lo atestiguaron los abrazos que recibió en la meta de corredores de equipos rivales. También hemos visto los abanicos, aunque con cuentagotas, porque el viento de costado que los provoca solo apareció ayer a última hora. Se desplegaron durante apenas diez kilómetros, pero fueron suficientes para desbancar al líder Elissonde, y hacer sufrir tanto a uno de los aspirantes, Hugh Carthy, que, exhausto, perdió casi tres minutos en la subida final al alto de Cullera. En esta subida, corta, de dos kilómetros, pero muy dura, Roglic demostró que es el principal aspirante. Distanció en unos segundos a todos los rivales, y no se llevó la etapa por muy poco. Yo creo que porque no quiso, evitando el do de pecho final y permitiendo el triunfo del danés Nielsen con un gesto de extrema generosidad. Nielsen venía de la fuga, era el único superviviente que había resistido y el esloveno debió pensar que, tras rodar toda la etapa escapado, se lo merecía. Yo vi ese gesto, no quiso apretar en los últimos 20 metros. Y de paso, ante la fortaleza de los rivales que tiene agrupados en escuadras, el Movistar y el Ineos, se ha ganado alguna colaboración futura del Education First, el equipo del ganador.

El alto de Cullera es una de las difíciles ascensiones que existen en el litoral levantino, con promontorios en la misma costa, o un poco más retirados, en la cordillera que está detrás, desde Castellón a Alicante, a poca distancia del mar. Son montañas bruscas, ásperas, abruptas, con subidas no muy largas, pero que sorprenden por su elevando porcentaje. Es el recorrido por el que transitarán hoy, terminando en el Balcón de Alicante. Vale la pena verlo. El escenario es muy veraniego: al fondo el mar, las playas, mientras los ciclistas trepan por montes de tierra clara, picoteados de pinos. Uno puede viajar con los corredores e incluso oler ese lugar, oler el salitre y el aroma dulce del Mediterráneo.

La actualidad política internacional, protagonizada por la vuelta al poder de los talibanes en Afganistán tras la retirada de las tropas estadounidenses, me trae un recuerdo que une ese país, y su trágica historia, con el ciclismo. Varias veces he escrito sobre Souko, con el que se conocía a Soukoroutchenkov, el mejor exponente de aquella “generación sputnik”, de ciclistas del Este, de la que los actuales eslovenos Roglic y Pogacar son herederos. He escrito sobre sus gestas, en el monte Titán del Giro amateur, en el Tour del Porvenir, en la Carrera de la Paz, en los JJOO de Moscú, victorias en las que derrotaba por aplastamiento a sus rivales, sacándoles una minutada. Era tal su dominio del campo amateur que en el ambiente ciclista, a finales de los setenta, se empezó a hablar de un enfrentamiento entre él y el dominador del panorama profesional, Bernard Hinault. Igual que el mundo, el ciclismo en ese tiempo estaba dividido en dos, impidiendo el enfrentamiento de los mejores. El escenario idóneo para ello era el Tour.

No se trataba solo de un deseo de los aficionados, sino que la prensa, la opinión pública, sobre todo la francesa, abrazó esa aspiración y empezó a especular con ello, a presionar. Parecía la “carrera del siglo”. El Tour se hizo eco de esa demanda e invitó a la URSS a participar en el Tour de los profesionales, haciendo una excepción para ellos, mientras que el resto del pelotón correría por marcas comerciales, ellos, la armada roja, lo haría como selección nacional. Se trataba de una invitación especial, a la que añadían un millón de dólares para estimular su participación. El Partido Comunista de la URSS no aceptó la invitación. ¿Qué había sucedido para desecharla? La intervención soviética en Afganistán, a finales de diciembre de 1979. Tampoco facilitó las cosas que EEUU y sus aliados occidentales boicotearan, por el asunto afgano, los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980. Un año antes todo hubiera sido distinto, pero tras la intervención en Afganistán, corrían nuevos tiempos en la política de bloques, no de distensión y acercamiento pacífico sino de enfrentamiento. Recuerdo la decepción: eran los años de gloria de Souko, 78, 79, 80, y de Hinault, y todo se venía abajo.

Se habla del efecto mariposa, de cómo el aleteo de una mariposa en un extremo del mundo, por una concatenación de fuerzas que se van expandiendo y ampliando, provoca un tsunami en el otro confín. Esa mariposa afgana impidió la tan soñada “carrera del siglo” entre Hinault y Souko.

A rueda

Los abanicos solo aparecieron ayer a última hora. Se desplegaron durante apenas 10 kilómetros, pero fueron suficientes para desbancar al líder Elissonde