a Vuelta siempre tiene un aire de retorno, de segunda oportunidad, al que le viene muy bien esa acepción que tiene la palabra, la del movimiento de algo alrededor de un punto, el giro de algo sobre sí mismo, la idea de regreso y repetición. Lo tiene porque al rematar la temporada ciclista de las grandes carreras por etapas, se convierte en el último escenario de postín para conseguir los éxitos que se han escapado, debido a la mala fortuna o por una mala puesta a punto. Es el caso de Landa, de Mas, de Superman López, de Adam Yates, o de Roglic, aunque este ya ha redimido su fracaso en el Tour al conquistar brillantemente la contrarreloj de los JJOO. Otros acudirán más relajados, para afianzar aquí, con un repaso, las lecciones ciclistas aprendidas en el año, como Carapaz, que ya hizo su temporada en el Tour y los JJOO; o Bernal, ganando el Giro. En todo caso, la atmósfera de la prueba se asemeja a la de las convocatorias de los exámenes especiales para los estudiantes, a los que se les escapó la primera opción. Esta idea de segunda oportunidad marca y define la personalidad de la prueba, caracterizada por la combatividad de los anémicos en triunfos, y por el desenchufe impredecible de algunas figuras, que venían sin hambre ni necesidad.

En la primera etapa, una crono por las calles de Burgos partiendo desde la impresionante catedral gótica, en honor a su 800 cumpleaños, Roglic demostró que es quien llega con más ganas, con deseo de revancha contra el destino, que le jugó una mala pasada en forma de caída en el Tour, y de demostrar quién es. Era un placer verle rodar, igual que en las Olimpiadas. Cuando Roglic está en forma pedalea soberbio contrarreloj, con un equilibrio entre cadencia y potencia, transmitiendo una gran impresión de velocidad. Cuando no lo está, como en aquella crono final donde perdió el Tour de 2020, lleva demasiada cadencia, faltándole desarrollo. Ese deseo de victoria con el que viene es decisivo para alcanzar los objetivos. Siempre recuerdo sobre este aspecto lo que decía el escritor Saint-Exupery, autor de El principito, una obra deliciosa para arrancar la madurez en la vida y lectura idónea para el verano. Decía que si uno quiere construir un buen barco, antes de ponerse a contratar a los mejores ingenieros, a los mejores dibujantes, a los mejores carpinteros, debe instalar en ellos el deseo del mar.

Entre los rivales de Roglic, el peor parado fue Landa, perdiendo, en 7 kilómetros, 40 segundos. Lo que augura que vamos a vivir una Vuelta bajo los altibajos del landismo, esas emociones contradictorias, en las que el ansia, el querer, se impone al poder. E imaginamos en él la continuidad de los destellos que le asemejaban a Pantani, y que vimos alguna vez en el Mortirolo, en los Giros de hace años. Esperemos que esquive esta vez a las desgracias. El resto de favoritos, en su sitio, Mas a 18 segundos, Yates a 20, Carapaz a 25, Bernal a 27.

El recorrido de este año es equilibrado; tiene mucha montaña, pero también etapas llanas aptas para el sprint, para las fugas, los abanicos; e incluye una contrarreloj de 34 kilómetros. Un factor decisivo será el calor, pues la Vuelta transcurre, en el centro de agosto, por la meseta, por Levante y Andalucía; reservándose el frescor del norte para el final.

Este agosto se han conocido los movimientos en el pelotón para la próxima campaña. Lo más destacable es el refuerzo del UAE, con los fichajes de Marc Soler, de Joao Almeida, y de la joven perla alicantina Ayuso. El ciclismo empieza a parecerse al fútbol, en el predominio y la ostentación del dinero, que a golpe de talonario, de petrodólares, arma un conjunto con las mejores figuras, sin un trabajo de base. El UAE se parece al City o al París Saint-Germain, que también están en las mismas manos de jeques árabes. Y lo que más me sorprende es que a nadie le importe ni le interese de dónde viene el dinero, ni si ese patrocinador es un país en el que se oprime a las mujeres, o refugia a nuestro rey emérito Juan Carlos I, protegiéndole ante las evidencias de corrupción. A mí sí me importa, por eso me costará animar a los corredores de ese equipo, sean quienes sean, porque me importa la bandera bajo la que corren, y porque un deportista tiene el deber moral de elegir conscientemente a quién representa. Es algo característico de los tiempos, amnésicos, donde el pasado, cualquier pasado innoble, lo borra el éxito. Y es algo muy distinto, antagónico, a lo que se ha querido montar aquí, con las distintas versiones del Euskaltel, donde se quiere dar oportunidades a los jóvenes talentos, en una tierra de gran afición ciclista, para que compitan en la categoría máxima de su deporte.

Por eso es tan importante seguir blandiendo la memoria como un proyecto, el que nos permite mirar a la verdad tal cual es y aspirar con ella a la reestructuración general del deporte, aunque suene utópico en estos tiempos, para hacer un deporte que se parezca a nosotros, a lo que queremos ser. Un deporte con valores, frente a un profesionalismo sin principios.

A rueda

Cuando Roglic está en forma pedalea soberbio contrarreloj, con un equilibrio entre cadencia y potencia, transmitiendo una impresión de velocidad