El Tour entró ayer de lleno en la historia. En el Ventoux, que subieron por dos veces, se resume como en ningún otro puerto la gloria y el drama del ciclismo. El drama de Tom Simpson, que inauguró otra época del deporte con los controles antidoping. Ya conté mi primer recuerdo ciclista, viendo a Tom Simpson escapado en la Cuesta de la Muerte de Hernani, en los campeonatos del mundo de Donostia en 1965, en los que logró el campeonato. Tom murió sobre la bicicleta subiendo el Ventoux en el Tour de 1967. Dos médicos del Tour intentaron reanimarlo sin éxito. Fue evacuado rápidamente en helicóptero hasta un hospital, pero todo fue inútil. En el maillot le encontraron tres botes de anfetaminas, uno de ellos vacío; y uno de sus compañeros del equipo Peugeot, Colin Lewis, contó que ese día, bajo un calor infernal, los corredores pedaleaban muy alterados y se les ocurrió hacer una acción a la que llamaban un café-raid, algo reservado para los días extremos, donde se sentían legitimados como víctimas, para todo, amparados por una especie de patente de corso. Un café-raid no era otra cosa que asaltar un bar en plena carrera, entrar y llevarse todo lo que pudieran. Se parecía a un atraco, con la diferencia de que contaban con la simpatía de los clientes que estaban en el establecimiento; aunque, al dueño no le hacía ninguna gracia, y tenían que actuar rápido. Coger la mayor cantidad de bebidas posibles y largarse cuanto antes, no fuera a ser que el dueño y los camareros reaccionaran con mayor violencia que unos empujones. Colin cogió todo lo que pudo y se incorporó raudo al pelotón para buscar a su jefe de filas, Tom Simpson, para llevarle algo del botín. Colin le pasó una Coca-Cola que Tom se bebió de un trago, pero era tal el calor que no fue suficiente, y como si fuera un servicio de bar, le preguntó a Colin: “¿Qué más tienes?” Colin se echó mano al bolsillo del maillot y alcanzó una botellita de Remy Martin. “Cognac” -le contestó-. Tom dudó un instante, y luego le dijo a su compañero: “Qué diablos, dámela. Me siento un poco flojo. A ver si me pongo a tono”. Se la bebió de trago y tiró la botella a un campo de girasoles. En la autopsia es lo que encontraron, anfetaminas y alcohol.

El Ventoux estaba en la historia antes de la muerte de Simpson. El poeta italiano Petrarca, que vivió en Carpentras, al pie del Ventoux, escribió un libro contando la ascensión de ese monte, a pie, en 1336, junto a su hermano. Se considera el primer libro sobre montañismo, cuando nadie subía montañas por afición. Petrarca deseaba observar el paisaje desde la cima, sentirse henchido por el reto conquistado, alimentar su alma con el estímulo de la superación. En la cima leyó un trozo de las Confesiones de San Agustín, “Van los hombres a admirar las alturas de los montes, los ingentes oleajes marinos, el flujo de los amplísimos ríos, el ámbito del océano y las órbitas de los astros, y se dejan a sí mismos”. Es lo que buscaba, esa fusión de cuerpo y alma que se produce en el éxtasis de las experiencias extremas, tal cual se producen en el deporte, que brinda otra contemplación del mundo y de uno mismo.

Ayer Pogacar se mostró terrenal. Y tenemos otro joven prometedor, el danés Vingegaard, que en los últimos kilómetros de la ascensión descolgó al líder. Cuando parecía que la disputa por el primer puesto estaba zanjada, aparece una posibilidad, lo que augura unas emocionantes etapas de los Pirineos, que este año son muy duros. La etapa se la llevó Van Aert, como un mariscal. Pedaleaba con un grupo de fugados ilustres, y se quedó solo. Es un campeón capaz de quedar segundo al sprint la víspera, tras Cavendish, y de escaparse en el Ventoux. Solo le sobra algún kilo para ser un corredor tipo Indurain.

El Tour tocó ayer también la historia porque se cumplían 50 años de una de las batallas ciclistas más enconadas, librada durante seis días, en el Tour de 1971, entre Eddy Merckx y Luis Ocaña. El 7 de julio, camino de Grenoble, Ocaña ataca a Merckx, aprovechando que este ha pinchado, y llega escapado junto a Thevenet, Petterson y Zoetemeilk. Al día siguiente, 8 de julio, Ocaña distancia a Merckx en la cima de Orcieres-Merlette en 8’42”. El 9 es jornada de descanso, pero hay quien cuenta que vio al Molteni de Merckx entrenándose como para una contrarreloj por equipos. El 10 de julio la etapa termina en Marsella, 250 kilómetros cuesta abajo, Ocaña comienza bromeando en cola del pelotón, cuando todo el equipo de Merckx ataca a bloque; llegan con una hora y media de adelanto a Marsella, y le recorta dos minutos a Ocaña. 11 de julio, crono en Albi, Merckx solo le saca 11 segundos, y, enrabietado, dice que ha visto a Ocaña ir tras una moto. 12 de julio, lluvia infernal, como aquí, recuerdo ese día y aquí también llovía mucho, Merckx ataca bajando el col de Menté, se cae, se levanta y sigue, tras él se cae Ocaña, se levanta, le embiste Agostinho y luego Zoetemelk, queda inmóvil, malherido. Se ha acabado. Fueron seis días trepidantes.

A rueda

Ayer Pogacar se mostró terrenal; cuando parecía que la disputa por el primer puesto estaba zanjada, aparece una posibilidad, lo que augura unas emocionantes etapas en Pirineos