l Tour ha conseguido el prestigio por su antigüedad, por sus recorridos; y esa categoría hace que esta carrera sea el escaparate en el que todos los corredores desean brillar. Por eso, todos se presentan en el mejor estado de forma, dispuestos para ganarse en ella el honor ciclista, los galones de corredor. No se regala nada. Y en esas condiciones, con todos preparados óptimamente, como en ninguna otra carrera, emerge la clase, el don, el duende ciclista, de algunos corredores, que los convierten en estrellas destacadas. En las dos primeras etapas hemos visto la clase de dos figuras como Alaphilippe y Van der Poel. Han bastado dos empinadas pero cortas cotas bretonas, cerca de la meta, para subrayar la calidad innata de ambos.

No podía haber un mejor vencedor en el estreno del Tour que Alaphilippe, francés y luciendo su maillot arcoíris. Ya lo dije alguna vez, el mérito de Alaphilippe es enorme, todo el mundo sabe dónde va a atacar, pero lo hace, se destaca y gana, como en la primera etapa. Llevaba a rueda a Van Aert, cerca a Van der Poel, a Roglic y a Pogacar, pero se fue. Es la clase, su clase, que también vive de la inspiración, de los momentos de gloria donde su condición se vuelve intratable.

Lo mismo ocurrió ayer con Van der Poel Cuando todos esperaban a Alaphilippe, en un final parecido al de la víspera, apareció el astro holandés. Además hizo una carambola, una jugada maestra, como confesó en la meta. Atacó en el primer paso por el Muro de Bretaña, a una decena de kilómetros para la llegada, con el fin de sumar la bonificación, y se dejó coger, pareciendo que era un signo de debilidad, así que cuando demarró en la misma subida donde estaba situada la meta, se vigilaron, desconfiaron de sus fuerzas, y en un momento les sacó más de cien metros de ventaja y se impuso. La clase de nuevo. Una clase en su caso genética, nieto de Poulidor e hijo de Adrie Van der Poel, dos enormes campeones. En la meta lloraba desconsolado, a pesar de ser un corredor con innumerables triunfos, cuatro veces campeón del mundo de ciclocrós, no dejaba de llorar. Era su primer Tour de France y dijo que había pensado mucho en su abuelo Poupou, fallecido hace dos años, al cruzar la meta. Esa reacción, esas lágrimas dan la medida de la importancia de esta prueba para cualquier ciclista. Su equipo, el Alpecin, lució en la primera etapa un maillot en recuerdo a Poulidor, igual al de su equipo de siempre, el Mercier, con el torso morado y las mangas amarillas, precioso. Fue una pena que solo lo portaran el primer día, y no ayer, impidiendo una foto que hubiera constituido un precioso homenaje.

Como sucede muchas veces, volvió a repetirse un hecho trágico: el de las caídas en las primeras etapas. Sobre todo ocurrieron en la primera, dos caídas masivas. Una provocada por una persona que sacó una pancarta de cartón sin mirar, que tumbó a medio pelotón. La otra motivada por los nervios junto a la estrechez de las sinuosas carreteras bretonas. Quizá los organizadores debieran sopesar mejor estos recorridos los primeros días, pues los corredores, en plenitud de fuerzas, sin que aún la carrera les haya puesto en su sitio, se sienten omnipotentes, y quieren ir todos delante. En las caídas, además de las heridas de los ciclistas, pudimos ver la fragilidad del carbono como material de los cuadros. Es un material que aúna rigidez y ligereza, muy apito para los esfuerzos que se producen en una bicicleta en la competición, pero se ve que es frágil ante los golpes laterales no previstos. Es el material que llevan las bicis de todos los equipos. Al ver los numerosos cuadros rotos tras las caídas, pensé que este material solo se puede llevar en el ciclismo moderno, cuando hay un soporte auxiliar detrás, con coches de equipo y bicicletas de repuesto inmediato. Un material que no hubiera servido para el ciclismo antiguo, en el que un cuadro debía resistir todos los golpes, y cuando se rompía, como le pasó a la horquilla de Eugene Christophe descendiendo el Tourmalet, debía reparársela él mismo en una forja. La resistencia del material también es dialéctica y pende de la historia.

Que el Tour es una carrera muy prestigiosa lo pudimos ver en las lágrimas de Van der Poel; y que es popular, que está incardinada en la memoria de nuestro pueblo, pude comprobarlo ayer en la Feria del libro de Donostia. Estaba en la caseta de la editorial Irreverentes, firmado ejemplares de mi libro Maillot Rojo, donde se reúnen los artículos que escribí en este diario durante los años 2019 y 2020. Cuando una persona de mediana edad se acercó y comencé a explicarle que se trataba de un libro con crónicas sobre ciclismo, y que si le gustaba este deporte podría disfrutar leyéndolo, me contestó que le gustaba mucho, y como prueba me dijo que se sabía de memoria los nombres de todos los vencedores en el Tour, desde el primero, Maurice Garin, en 1903. Me quedé asombrado. Como parecía que no le daba crédito, me los recitó, uno tras otro, toda la lista.

A rueda

A pesar de ser un corredor con innumerables triunfos y cuatro veces campeón del mundo de ciclocrós, Van der Poel no dejaba de llorar tras ganar la etapa de ayer