stamos a las puertas de un nuevo Tour de Franciala carrera más importante. Pronto, la dinámica de la velocidad, de la competencia feroz, de la lucha abierta entre adversarios, ocupará la mayoría de nuestra imaginación, pero aún, en los instantes previos podemos disfrutar de ese aire pesado de la premonición, evocador y más personal que ningún otro, porque no está invadido todavía por la realidad de la pugna, de los otros. Me gustan esos tiempos de premonición, previos a un acontecimiento mayúsculo que va a llegar, bien porque está programado como este Tour, o porque lo vemos como un presagio en la atmósfera, como una tormenta se dibuja en las nubes oscuras sobre el cielo, antes de precipitarse. Es el oasis antes de lo inexorable. Algo así deben sentir los marinos, sin escapatoria en su cascarón sobre el mar, ante una tempestad que vislumbran sin remedio.

En estos tiempos es cuando uno se encuentra consigo, y, aunque parezca lo contrario, más libre que nunca. Está frente a lo que ha elegido, al cabo de un camino que ha escogido, un camino que le va a ofrecer retos que sabe que están en la propia naturaleza de su elección. No hay mar que no se presente bravío en algún momento, y eso lo saben todos los marineros; y no hay deporte, ciclismo de competición, que no tenga su día D, donde ponemos a prueba toda nuestra preparación y entrenamiento.

Leí días atrás que Roglic, uno de los principales favoritos, estaba concentrado en los Alpes. Apareció una foto, tomada por él mismo, entrenándose, reconociendo el puerto Cormet de Roselend. Aislado, había renunciado a cualquier competición en el último mes. Esa es una de elecciones posibles para el tiempo previo al gran combate. Concentrarse en sus fuerzas, no gastar energía en lo superfluo, fortalecer la convicción. Algo similar a lo que contaba el escritor Thomas Mann en su novela La montaña mágica. Allí se trataba de un sanatorio donde acudían a curarse, gracias al aire puro, pero también a las virtudes de la concentración, de aislar lo adverso, y centrarse en uno mismo. Roglic no ha debido ser el único. Del último vencedor del Tour, su compatriota Pogacar, no sabemos casi nada desde hace mucho, salvo una aparición esporádica, y deslucida por cierto, en el campeonato de su país. También debe estar en su montaña mágica. Lo mismo cabe decir de Geraint Thomas, desaparecido desde el Dauphiné Liberé. Porque todos tenemos nuestra montaña mágica, yo al menos la tengo, o mejor dicho, las tengo.

Preferiblemente debe tratarse de un lugar al que no sea demasiado fácil llegar, para que tenga las condiciones de aislamiento que nos permitan hacerlo exclusivo, propio. Porque el sueño, eso que la montaña mágica va a estimular, necesita de la soledad, de la concentración, para no distraernos, para mirar al fondo del alma, para medir nuestra verdadera capacidad, y calibrar así los quilates del diamante, deseo, que acariciamos. Mirando al horizonte desde allí, desfilarán palabras por nuestra mente, recordando las batallas ganadas, las derrotas, los amores, y al mirar adelante extraeremos de todo eso nuestra esencia, para redimensionar la lucha ante los nuevos retos, sumando lo aún pendiente. Allí percibimos sin engaño la verdad, y renacen los sueños que nos mueven, que construyen lo que somos. Yo tengo dos montañas mágicas: una está camino de Arano, en Navarra, y la otra cerca del pirineo aragonés. La primera es netamente ciclista. Arano, para la gente de la cuenca del Urumea, es una subida mítica, adonde acudimos desde chavales para medirnos. Un puerto de bastante entidad, con casi seis kilómetros de subida, y los tres últimos tan pesados que parecen más largos. No conozco a ningún corredor que ascendiéndolos no pregunte: ¿De verdad que solo son tres kilómetros?. Allí, en una curva del último kilómetro me detengo, y mirando el valle que llega hasta Donostia, con un continuo de montes y bosques que parecen una selva, alimento y reanimo mis anhelos. El otro, como estos artículos, es más complejo, tiene ciclismo y todo lo demás. Se sitúa bajando el puerto de Santa Bárbara, junto al pantano del mismo nombre, camino de Huesca. Allí, no solo veo mi vida, las estrellas perseguidas o las ruinas de un amor perdido, sino que veo caminar, por la misma carretera, en 1930, a los capitanes Galán y García Hernández, al frente de la guarnición de Jaca, sublevada por la República, y en su camino insurreccional hacia Huesca y Barcelona. Allí, cerca de donde los detuvieron, me nutro. Todo suma fuerzas.

Si Roglic, Pogacar o Thomas ganan el Tour, seguro que volverán allá donde han estado concentrados en secreto. Y volverán una y otra vez a ese lugar, porque para ellos se habrá convertido en su montaña mágica. Estos días previos al Tour también recordé con fuerza, gracias a la eclosión de los tilos, el último Tour, cuando aún reinaba la incertidumbre de qué pruebas permitiría celebrar la pandemia, cuando la vida estuvo recluida, confinada, y cuando de pronto pudimos salir, hacer deporte. Porque ese olor a madera y miel que ofrecen los tilos por estas fechas, se convertía en una metáfora excelsa de la vida, clamando por su totalidad, por la libertad para todos sus sentidos. ¡Viva el Tour!

A rueda

Si Roglic, Pogacar o Thomas ganan el Tour, seguro que volverán allá donde han estado concentrados en secreto. Y volverán porque para ellos se habrá convertido en su montaña mágica