ensaba titular este artículo Carreteras blancas, que me resultaba más evocativo que el nombre Strade Bianche, con el que la carrera italiana se anuncia al mundo. Carreteras blancas que son las de nuestra infancia y las de la infancia del ciclismo. Son los bordes, las fronteras de los pueblos y ciudades, los caminos que recorrimos en el territorio confinado del crecimiento, dentro podíamos todo, fuera nada; ellas nos daban el límite de nuestra valentía. Y son las sendas del primer ciclismo, el épico, el de los que abrían y descubrían rutas, caminos de tierra, entre las montañas, que solo tiempo después se asfaltaban.

Aunque admito que el idioma italiano, cercano pero distinto, nos permite entender de qué se habla añadiendo exotismo, para, con su musicalidad, facilitarnos viajar mentalmente a la Toscana. Prefiero, sin embargo, carreteras blancas, para fortalecer con el idioma propio la idea de un paisaje virgen, natural, indómito, por explorar. A pesar de que no sea del todo así, pues la prueba discurre por uno de los territorios más civilizados, ha existido una amabilidad en la intervención humana sobre ese paisaje, con sus casas bien puestas, con los cipreses puntuándolo, con las viñas, y los caminos serpenteantes sobre el polvo de mármol, que pareciera que se descubre en cada viaje, intacto.

Estaba en ese dilema, cuando mi paseo ciclista de esta mañana me ha hecho cambiar de titular. Me he cruzado con montones de ciclistas, solos, en pareja, en grupo, en pelotones tan numerosos que parecían celebrar una carrera; y he hecho una estadística particular: no he visto ninguna mujer. Y en la víspera del 8 de marzo, día de la mujer trabajadora, no me resisto a señalar esta anomalía. ¿Es que en las cuadrillas de todos esos cicloturistas no hay ninguna chica? ¿Son tan misóginos que no otorgan su amistad en equidad al otro género? ¿O quizá tienen miedo de equipararse por si son superados por ellas? No lo sé, pero es algo extraño, cuando la sociedad es igualitaria en sus proporcionas, no encontrar las mismas en un deporte tan placentero como es montar en bicicleta. Sin duda es el efecto de la falta de un trabajo de base, que, como en tantos campos, segrega después, el machismo; una carencia a la que se suma que, en la cima, el deporte femenino no sea tratado con igualdad, con los mismos salarios y premios que los masculinos, que están a años luz. Eso fomentaría la emulación, y no como ahora, que solo la abnegación en el deseo hace que las mujeres sigan, contra viento y marea, aún sabiendo que todo lo que logren será minusvalorado, tratado en la letra pequeña de los periódicos, que reserva sus titulares para los hombres.

Alguna vez he hablado de las pioneras, y conviene recordarlas. La italiana Alfonsina Strada, que disputó el Giro de 1924 entre los hombres, o la recientemente fallecida Mercedes Ateca, la primera campeona nacional en 1979, con 33 años, que contaba cómo, anteriormente, el ciclismo competitivo estaba prohibido para las mujeres por la Sección Femenina de la Falange. Y también recuerdo a mi amiga Arantxa Iturri, nieta del campeón donostiarra Joaquín Iturri, que, a finales de los setenta, se veía obligada a correr carreras con los chicos, porque no había otra alternativa dado lo pocas que eran, cuando nosotros éramos formados por Escuelas de ciclismo para niños, que crearon un amplia base de corredores. Eso faltaba y aún falta.

La Strade Bianche, como otras grandes pruebas, ha adquirido la buena práctica de organizar en el mismo día dos carreras, la masculina y la femenina. Venció la holandesa Chantal Blaak, ex campeona del mundo, dejando a su compañera de escapada Longo Borghini en la subida al Palio de Siena, entrando tras ellas la portadora del maillot arcoíris, Van der Breggen.

Entre los chicos se impuso un fenomenal Van der Poel, que cumplió los pronósticos. Un tipo que lleva el ciclismo en las venas, el de su padre Adrie, el de su abuelo Poulidor, y que es extremadamente generoso; no regatea un relevo, lo da todo, y ataca de frente, como ayer en la subida a la Piazza del Palio. No esperó, no hizo ningún análisis táctico, se sabía el más poderoso, se puso en cabeza, y, bajo la vigilancia de Alaphilippe y Bernal, apretó los pedales y se fue. Alaphilippe y Bernal se retorcieron, pero fueron incapaces de aguantar su rueda. Los cinco primeros en la meta auguran una temporada sensacional: Van der Poel, Alaphilippe, Bernal, Van Aert, y Pidcock. Bernal parece haber superado los dolores de espalda que le mermaron, y se le veía pedalear ágil, sin la pesadez que mostró en 2020. Y habrá que fijarse en Pidcock, un británico muy joven y atípico, con su 1,57 de altura. El ciclismo se empapa de pluralidad, no hay un canon vencedor, lo que me satisface. Cuando hace poco parecía postularse al atleta de diseño, con unas medidas exactas para el rendimiento óptimo, yo me asustaba. No me gustaba la anulación de la voluntad, del individuo, del carácter, que se traslucía en ese modelo. El deporte ya no era la expresión libre del esfuerzo de las personas por alcanzar retos, por superarse, sino un producto de la selección en laboratorio. Algo que me recordaba a los experimentos nazis.

A rueda

Van der Poel no esperó, no hizo ningún análisis táctico, se sabía el más poderoso, se puso en cabeza, y, bajo la vigilancia de Alaphilippe y Bernal, apretó los pedales y se fue