Al día estupendo, al sol lento de otoño, a las montañas verdes, aún exuberantes los bosques y a la mar, espumosa, pespuntando salitre, solo le faltaba un Ford Capri ronroneando y unos acordes de Salitre que evocan la vida maravillosa a través de la garganta de Quique González. Música para otro tiempo que pretende aliviar esta era rara de burbujas y aislamiento. Con toques de queda no son necesarios los conserjes de noche. En la Cantabria infinita se perdieron Jonathan Lastra, Brent Van Moer, Alexander Molenaar y Pim Lingthart, que se subieron a la nave de los locos, a un viaje con fecha de caducidad. Vidas cruzadas por carreteras secundarias que llevan a casas rurales y algún Hotel Los Ángeles para amparar algún pequeño rock&roll. Los fugados, con su esperanzas de kamikazes enamorados, dieron cuerda al reloj de plata, y se fueron hasta los doce minutos. Excursión. Día de feria.

Roglic es la fiesta de la Vuelta. El esloveno cruza la carrera de festejo en festejo. Le acompaña el confeti. Cohete esloveno en Arrate, Moncalvillo y Suances. Solo una cremallera rebelde le desenfocó en Formigal. Aquel día Carapaz se colocó la casaca roja. Roglic se la ha quitado a tirones. En Moncalvillo le deshilachó 17 segundos. En Suances, en un final enrabietado en cuesta, le descosió otros 13 segundos. Roglic es el nuevo líder, empatado con el ecuatoriano, pero mejor en el registro de triunfos.

No hay día de asueto para el esloveno, siempre dispuesto al asalto, lo mismo en carreteras extraviadas que recorre a tientas, como la cumbre de Moncalvillo, que en lugares que recuerda. Roglic examinó de buena mañana el final en Suances. Lo señaló en su cuaderno de bitácora. Con la memoria fresca y las piernas eléctricas, Roglic resolvió en la desembocadura con su particular método. El esloveno abandonó el camuflaje y brotó con fuerza para doblegar a todos. Impuso su ley.

Despachó a Carapaz, que se mostró antes en el escaparate. Al líder le fueron superando en un repecho que encajó a muchos. Guillaume Martin revoloteó. Bagioli se puso firme. También Grossschartner. Incluso un corajudo Alex Aranburu. Al guipuzcoano del Astana le decoró el frente Omar Fraile. En ese momento, Roglic, depredador, aguardó con paciencia. Mientras se marchitaba el resto, tronó el imponente esloveno. El gigante verde. En un par de zancadas, con esa posición felina, se propulsó. Su estallido resquebrajó al resto. Roglic, competidor feroz e implacable, que se toma en serio cada palmo de carrera, se ganó otra onza de admiración y respeto. No concede tregua el esloveno, que llega a la antesala de la montaña asturiana de rojo.

Allí no estará Sam Bennett, que penaba con la cara roja, en estado de alarma, cuando asomó el Alto de San Cipriano, donde los fugados ya no lo eran tanto. La renta se quedó en la tercera parte aunque el entusiasmo de Lastra, Van Moer, Molenaar y Lingthart era el mismo. La realidad no concede respiro, aunque deje recovecos a la belleza modernista y abrumadora de Gaudí en Comillas. Las vistas a través de las gafas de Mike que lucen los corredores, enmascarados, no perciben el paisaje que embelesa. La carretera es la fábrica. A Sam Bennett le creció la hierba, la enredadera del sufrimiento. Desconectó de la Vuelta. El fin de semana, con La Farrapona y el Angliru esperando estrujar los cuerpos para conventirlos en un amasijo de piel y huesos, le dejaron sin alegría. El irlandés, caminando en círculos.

Trepidante final

Todo se acabó para los fugados a 20 kilómetros de las flores de meta. Las escapadas son un acto de fe con escaso éxito, un entretenimiento para el pelotón. Un día de invierno con pájaros mojados. En el momento en el que pereció la escapada, descargó la maquinaria de los favoritos para situar a sus líderes en el tablero del final. Froome cuidó de Carapaz, trazándole tranquilidad. El Jumbo elevó la guardia para que Roglic no fuera un Kid Chocolate cualquiera en la lona. Ackermann, vencedor en Aguilar de Campoo, perdió reprís entre los toboganes. El final era intenso y duro. Cavagna, el TGV francés, elevó el mentón en un repecho con Oliveira. Se entendieron con una mirada. Cavagna, potente y poderoso, fundió al portugués, un fado. El champán de Cavagna lo dejó sin burbujas Amador, el guía de Carapaz.

Se configuró el final, con Aberasturi pensando en Serrano, con Fraile habilitando a Aranburu. Roglic subía con calma en su ascensor. De repente, en medio de la foresta, de la lucha al límite entre Carapaz, Martin, Bagioli, Grossschartner, Aranburu... surgió el implacable esloveno. Un titán. Su sacudida derribó de la peana a Carapaz, que concedió tres segundos en ese cuesta hosca. Lo justo y necesario para que el ambicioso y valiente esloveno recuperase el mando en la Vuelta. Roglic es una bendición.