o temido, la modificación del recorrido de las dos grandes vueltas que se están disputando, el Giro y la Vuelta, se ha producido. No han sido las condiciones meteorológicas en las grandes cimas, sino la emergencia sanitaria decretada en Francia lo que ha provocado el cierre de su frontera, y ha impedido el paso del Giro. Y hoy la Vuelta, por las mismas razones, debe prescindir del Aubisque y la meta en el Tourmalet, sustituyéndola por una llegada en Formigal. Imaginando esta situación, dije que los organizadores deberían tener un plan B, añadiendo que nunca eran buenos los planes B. Lo sucedido lo demuestra, pues Formigal no es el Tourmalet. Sin embargo, debo atenuar mi sentencia, pues siempre se nos ofrece la posibilidad de luchar con lo que tenemos, de enfrentar la realidad como se presenta, en sus condiciones concretas, y aquí, el valor del artista, del ciclista, es decisivo. Ayer, Sestriere, un puerto que sustituyó al Izoard y que se sube con plato grande, fue un espectáculo. A ello contribuyó que el Giro está en la tercera semana y con las fuerzas exiguas. El australiano Rohan Dennis, en la segunda subida a Sestriere, impuso una velocidad que sólo dos corredores pudieron seguir, Hindley y Geoghegan. Igual que había hecho dos días antes en el Stelvio, descolgando al líder Joäo Almeida. Ambos quedan empatados a tiempo en la general, y dejan un desenlace inédito del Giro ante la contrarreloj final.

Almeida, a quien había elegido como preferido, perdió la maglia pero se defendió con uñas y dientes. Su liderato no ha sido efímero, ni improductivo, pues nos ha permitido soñar con ese otro ciclismo de puertas abiertas a los países ajenos a la tradición. Y ese sueño ya ha valido la pena. Hindley y Geoghegan representan la generación que ahora tiene 25 años, y junto a Almeida, Pogacar, Evenepoel y Hirschi, parecen demostrar que se ha producido el definitivo relevo generacional. Sin embargo, tengo mis dudas. Ésta es una temporada extraña, en la que los corredores se han encontrado un calendario comprimido, muchos no han podido entrenar en sus países durante meses, y se han presentado a las grandes pruebas sin un rodaje previo de carreras. Y eso puede haber pasado una mayor factura a los veteranos, porque ya se sabe que necesitan más preparación, más kilómetros que los jóvenes para ponerse en forma.

El Tarangu, Fuente, con la demostración de escalada que hizo camino de Formigal en la Vuelta de 1972, nos confirma que, aunque el plan B no sea lo ideal, siempre podemos extraer el potencial que toda oportunidad atesora. Aunque no sea el Tourmalet. Subió con un desarrollo enorme, imposible para los demás mortales, sentenciando la carrera. Fuente era un ciclista especial. Se había formado como ciclista desde la miseria. Con 14 años trabajaba doce horas diarias en el campo para la familia, y en un taller metálico. Dejó la escuela a esa edad. La bicicleta constituyó la válvula de escape para esa realidad tan difícil para un niño. Las carreras eran el único escaparate en el que podía soñar y ver un porvenir diferente, donde podía levantar la mirada del terreno y del destino; redimirlo de seguir el mismo e inexorable camino humilde, proletario, que fue el de su familia, el de sus ancestros. Fuente siempre supo que había que de salir del anonimato, que había que significarse. Por eso atacaba siempre, ganando cuando podía o descolgándose por desgastar demasiado sus fuerzas, hasta llegar incluso el último. No le importaba. Lo hacía porque sabía que tenía que destacar, no ser uno más. Para labrarse un horizonte tenían que fijarse en él los ojeadores de los equipos. Eso forjó su carácter, marcado por su sinceridad, su franqueza, por actuar sin dobleces, por decirlo todo de frente, por ser siempre él mismo. Eso es también muy válido para los comienzos de un corredor, hay que dejarse ver siempre. Esa ambición es la misma que percibo en las nuevas figuras emergentes.

Otra cosa que sucedió en el Giro, la víspera de Sestriere, fue el plante de los corredores. El día amaneció terrible, con frío y lluvia. Por delante les esperaba una etapa de 258 kilómetros. Y se negaron a disputarla. El director de la prueba ha prometido represalias después de que la carrera termine en Milán. Esto siempre molesta a los organizadores, a los patrocinadores, pero a veces, el ciclista, extenuado, exprimido, no puede más y toma conciencia de sí, de quién es. Recuerdo una carrera juvenil en Hernani, sede de nuestro club, la JOCC. Subiendo a Ventas de Astigarraga se produjo una escapada, y en el cruce de Oiartzun el guardia civil que conducía al pelotón se equivocó de carretera y nos llevó por otra. Cuando la dirección de la carrera se dio cuenta, pretendió que volviéramos atrás para retomar la buena ruta. No era nuestra culpa, y, además, iba por delante una escapada que si retrocedíamos sería inalcanzable. Así que nos negamos. El director de la prueba se mostró inflexible. Atrás o nada. Nos quitamos los cascos y fuimos juntos en pelotón, despacio, hasta Hernani, cantando No nos moverán. A nadie le gustó. En ese trayecto, por única vez, dejamos de ser adversarios para ser ciclistas, para tomar conciencia de lo que nos unía y no de los que nos separaba.

A rueda

Hindley y Geoghegan representan la generación que ahora tiene 25 años, y parecen demostrar que se ha producido el definitivo relevo generacional