e preguntaba Bertold Brecht: "¿Se cantará también en los tiempos sombríos?", y él mismo se respondía, "también se cantará sobre los tiempos sombríos". Recordaba este aforismo mientras reflexionaba sobre lo que quedará, la huella que dejará en nosotros este periodo tan triste y doloroso que estamos viviendo con la pandemia. Si pasaremos la página como si nada hubiera ocurrido, o si, como parece recomendable, reforzarnos los lazos de la comunidad, haciéndonos más solidarios, fortaleciendo aquello que ha funcionado, la sanidad pública, lo público, lo común, y despejamos definitivamente aquello prescindible, cuando no reprobable, el egoísmo, los que buscan el negocio por encima de la colectividad y su bienestar (véase el asunto de las residencias de ancianos). Y en ésas andaba cuando trasladé la mirada al ciclismo. Un ciclismo encapsulado, encerrado, en conserva, en un limbo en el que sólo existen dos tiempos, el pasado y el futuro, y que, por la inexistencia del presente, se enlazan. La memoria nos trae aquellos lances hermosos, las gestas que recordamos de las grandes carreras, y sobre ellas, cabalga el sueño de lo que puede ser la nueva temporada. No hay otra opción. Así parece haberlo comprendido la televisión, tanto TVE como ETB, inundándonos en la sobremesa con los reportajes de antiguas carreras.

Como aficionado, agradezco y disfruto esa oferta, pero echo en falta más perspectiva. Percibo que los programadores no son capaces de ir más lejos que hasta donde llega su propia experiencia, lo que han vivido, y por eso alcanzan como máximo a los años 80. Vemos desfilar por la pantalla los éxitos de Indurain, de Contador, de Sastre, de Froome, de Perico. Pero podrían ir más allá. Si nos sumergen en ese bucle temporal cada día, esa burbuja donde nos podemos meter a recordar y soñar (¿acaso no son lo mismo una cosa y otra?), ¿por qué no llegar más allá? A los tiempos de Merckx, de Bahamontes, de Loroño, de Charly Gaul, de Coppi, de Bartali? ¿O de Ocaña, Fuente, Perurena? ¿Por qué no? Hay imágenes de esos tiempos grabadas, y mostrarlas sería algo muy didáctico. Permitirían comprobar los diferentes estilos de pedaleo, correspondientes a cuando las bicicletas no llevaban más de cinco coronas en el piñón, o incluso en los primeros tiempos de Bartali, cuando ni siquiera existían cambios de velocidad y el pedaleo debía buscar su eficacia compensada, entre el llano y las subidas, lo que obligaba por equilibrio a un pedaleo más pesado, "tuerquista", como se dice en el argot, en las escaladas. Ir más atrás sería enriquecedor.

Veríamos un ciclismo en blanco y negro que nos obligaría a aguzar la imaginación. Unos corredores grises sobre unas máquinas que parecen viejas. Y lo son, pero solo a los ojos de hoy. Entonces esas máquinas refulgían, sus llantas, sus bujes, sus radios, su manillar, eran tan brillantes como los de ahora. El color del cuadro vistoso, llamativo. Igual que los maillots. Hubo un tiempo en el que las películas de época vestían a los protagonistas con el ropaje viejo, o la armadura, si se trataba de la edad media, roñosa. Hasta que llegó la película Excalibur, recuerdo la polémica, y vistió a los caballeros con armaduras de acero tan brillante que parecía inoxidable. A algunos les pareció un artificio. Pero no, el artificio es mirar aquello con ojos de ahora. Aquellas bicis brillaban, su material era "el no va más" de la época. Así es la dialéctica. Ser capaz de ver aquello como realmente era, no deformado por la visión moderna. Si lo hacemos, podemos pulsar mejor las emociones de quienes disputaban aquellas carreras heroicas, maratonianas, en las más difíciles condiciones, de carreteras, de bicicletas, de preparación, y podremos acercarnos a sentir como ellos, atisbar un poco de lo que los impulsaba y lanzaba. Si no lo hacemos, si lo miramos con ojos de hoy, sólo veremos antiguallas, algo ajeno a nosotros, a nuestra vida, no penetraremos en su mundo, en sus razones, y no les comprenderemos. Viviremos en un presente sin memoria., ¿Y no es esto mismo lo que pasa en una sociedad amnésica? Que olvida pronto lo vivido, lo que costó llegar a lo que tenemos, las vidas que quedaron por el camino, sacrificándose por nosotros. Esa desmemoria que algunos resaltamos como veneno, porque no sólo afecta al pasado, sino a lo que proyectamos ahora. Esa memoria que reclamamos a la juventud, para que enarbole sueños más elevados, impulsándose en los que les precedieron, en el camino que abrieron.

Ver esas imágenes del ciclismo antiguo contribuiría también a eso, como contribuye la memoria a los proyectos. Combatiendo un adanismo que se percibe en algunos intelectuales, políticos, donde todo parece haberse inventado hoy, con ellos. Recuerdo que cuando en el libro La joven guardia, que cuenta la vida de Marcelo Usabiaga, incluí algunas fotografías de los viajes de estudios a Barcelona y Madrid en 1934-35, con la Escuela de Comercio de Donostia, algunos, al verlas se sorprendieron: "¿Ah, pero también viajaban entonces?" -dijeron-. Para que la memoria de estos tiempos sombríos no se olvide, no se borre, no se pase la página sin más, nos viene bien el ejercicio de escribir, hablar, cantar sobre lo que está pasando, como nos recomendó Brecht. También ver las películas de aquel ciclismo, y ser capaces de ver brillar el acero y el aluminio en sus bicicletas grises.

A rueda

"Vemos desfilar por la pantalla los éxitos de Indurain, de Contador, de Sastre, de Froome, de Perico. Pero podrían ir más allá"