Difícilmente exista un logro mayor que convertirse en el campeón del pueblo, en un tipo amado, querido y venerado por la cuneta, elevado a los altares por las gargantas anónimas que vociferan ánimos y condecoran el esfuerzo. En realidad, nadie fue capaz de alcanzar el estatus de Raymond Poulidor, que falleció ayer a los 83 años de edad. Poupou, apelativo con el que le bautizó un periodista, fue el antihéroe, el eterno segundón, dialéctica que aún perdura para calificar a los que están cerca de ganar en numerosas ocasiones pero no lo hacen. Poulidor fue el hombre que nunca pudo reinar en el Tour de Francia aunque su imperio de cariño fue inalcanzable para el resto. Nadie fue tan popular como Poupou.

El galo fue tres veces segundo y cinco veces tercero en su lucha contra Jacques Anquetil, primero, y Eddy Merckx, después. Poulidor no logró imponerse al calculador francés ni al voraz belga, pero siempre les sobrepasó en popularidad y cariño. Imbatible para el pueblo que más le amaba cuanto más perdía. En Poupou se reflejaba la tenacidad, la valentía, la lucha, el esfuerzo, el coraje y el orgullo del que nunca se rinde. Bajo ningún concepto. Siempre dispuesto para la lucha, incluso cuando la fatalidad le pasaba la mano por la espalda. “Si hubiese ganado dos Tours, nadie se acordaría de mí”, solía decir Poulidor.

Poulidor, un magnífico ciclista que atesoró 189 victorias en su palmarés (entre ellas la Vuelta de 1964, la París-Niza, la Milán-San Remo o la Dauphiné), pudo conquistar el Tour de Francia, pero la gloria deportiva le esquivó. El infortunio le arrancó del triunfo en 1968. Camino de Albi fue arrollado por una moto y debió abandonar la carrera. Tampoco se alió con la suerte para vestir el maillot amarillo. Se le escapó por poco en dos ocasiones. Primero, en el prólogo de 1967, donde no pudo con José María Errandonea. Seis segundos le alejaron de su deseo. Seis años más tarde se lo arrebató por 80 centésimas Joop Zoetemelk. Tan cerca y tan lejos.

En cualquier caso, nada comparable para el imaginario colectivo como aquel duelo del 12 de julio de 1964 en las rampas del Puy de Dome. Ante medio millón de aficionados, Poulidor y Anquetil, en el cénit de su rivalidad, hombrearon en una ascensión icónica, en una imagen que perdura imborrable, generación a generación, en la mística del ciclismo. Aquel día de julio Poulidor derrotó a Anquetil, pero la etapa se la anotó Julio Jiménez y se quedó a 14 segundos del maillot amarillo. La bonificación se la llevó el Relojero de Ávila y eso impidió que Pulidor alcanzara el triunfo final en París. “Siempre me lo decía Poulidor: Julito, me hiciste perder el Tour. Y yo siempre le repito: Raymond, el problema es que eres muy tacaño y no me fiaba de ti. Me dijiste que si no ganaba, me dabas buenos francos, y yo te los pedí por adelantado, y como no me los diste, no te esperé”, recuerda Jiménez de aquel día en el que pudo cambiar la historia de Poupou. Ese mismo año, Poulidor cometió un error que subrayó su leyenda negra: en la novena etapa, con final en el velódromo de Mónaco, olvidó dar una última vuelta al anillo, lo que le impidió hacerse con la etapa y el minuto de bonificación. Acabó perdiendo el Tour por 55 segundos.

Retirado Anquetil, el hombre que cosió la generación de Bobet y la de Hinault -Poupou se retiró a los 40 años- se midió con el emperador Merckx. No pudo batirle, pero eso no impidió que su popularidad creciera en cada palmo del país, que consideraba a Poupou un mito. Su huella era de tal magnitud, que Anquetil, su némesis en la carretera, pero íntimo fuera de ella, acudió a Poulidor, cuyo legado continúa su nieto Mathieu Van der Poel, para pedirle un autógrafo para su hija. “Te tengo que pedir un favor. Ya ves, mi hija quiere una gorra tuya firmada... Ha aprendido a decir Poupou antes que papá...”. Años después, en 1987, con Anquetil enfermo de cáncer, en el lecho de muerte, Poulidor acudió a verle por última vez. “Ya ves, Raymond, también en esta carrera vas a terminar segundo”. Poupou, el campeón de los vencidos.