donostia - Acude a la cita con ese caminar tan guipuzcoano, casi como pidiendo perdón, en las antípodas de la arrogancia, con los hombros caídos y las manos en los bolsillos. La Behobia está a la vuelta de la esquina pero, a decir verdad, esta edición no le quita especialmente el sueño como lo hizo en otro tiempo. Los años no pasan en balde. Imanol Elkoroberezibar, atleta de pies a cabeza, seguirá entrenando una vez se despejen las carreteras estos días de corredores que, tan pronto como vienen, desaparecen una vez concluya la carrera popular por excelencia. Hay mucho de moda pasajera, como lo observa desde la atalaya de su dilatada experiencia quien ha hecho del deporte su modo de vida. “Hay que darle tiempo al cuerpo para adaptarse a una carrera como la Behobia. No es ninguna broma. Para participar con todas las garantías, una persona debería estar ejercitándose durante un año”, defiende este eibartarra con parálisis cerebral de nacimiento.
La ilusión no la ha perdido, pero escuchando a su cuerpo, ha levantado el pie del acelerador, y su reto deportivo ahora es otro: de la ansiedad por mejorar año tras año, su nuevo objetivo es llegar a meta. “Pon que llevo 26 Behobias, no digas lo de 27 porque todavía no la he acabado”, sonríe este atleta de Kemen, el Club Deportivo de Personas con Discapacidad, con el que lleva más de dos décadas participando en un sinfín de pruebas.
Cabe preguntarse qué habría sido de la trayectoria deportiva de este hombre de 58 años de no haber nacido con la lesión en el cerebro. Además de afectarle al habla, dificulta notablemente su respiración. La transmisión de los mensajes enviados desde su cabeza falla, no llegan a los músculos como debieran, y por eso respirar le cuesta lo suyo, una dificultad que aflora más aún al entregarse en cuerpo y alma al deporte, como lo ha hecho toda su vida este hombre. Pero que nadie se piense que se lame las heridas.
La Behobia se convierte en la excusa que justifica este reportaje, pero en su relato de vida late una filosofía que trasciende la carrera deportiva. Con su hablar titubeante y una dicción en la que parece tropezar con las palabras, lanza verdades como puños. Reconoce que los valores que ha aprendido en el deporte son herramientas muy válidas para el día a día. “La disciplina que exige entrenarse para la Behobia, por ejemplo, la aplico en todos los órdenes de la vida. Uno tiene que acostumbrarse a entrenar, a ser paciente, a no esperar resultados antes de tiempo, a cuidar su cuerpo”. Cuenta el eibartarra que cada vez son más los entrenadores y preparadores deportivos que acuden a empresas y fábricas a impartir charlas entre los trabajadores porque, a fin de cuentas, el mundo laboral y deportivo son vasos comunicantes.
Clases de golf
El mes que viene Elkoroberezibar cumplirá 59 años. Piensa seguir practicando footing toda su vida, pero de un tiempo a esta parte el cuerpo le va diciendo que ha dejado de ser un jovencito y él, asumiendo sus limitaciones, ha sabido recoger el guante. Por eso no saldrá el domingo como un galgo como lo hacía en otro tiempo. “Me tomo las cosas con mayor tranquilidad. De hecho, voy cambiando de deportes y he comenzado a tomar clases de golf”, confiesa el atleta.
La nueva disciplina se presta a la chanza durante la entrevista. ¿Acaso vive el eibartarra un progresivo aburguesamiento deportivo? “¡Ey, ey, de eso nada!”, ataja de inmediato. “Estoy jubilado desde hace un año y tengo tiempo y medios para comenzar a realizar otro tipo de actividades, pero el atletismo no lo dejaré en la vida”, advierte.
Se dice pronto, pero 35 años con sus respectivos días se traducen en miles de horas pegando zancadas sobre el asfalto e, indudablemente, acaban pasando factura. Más aún si durante una década compites, como lo hizo él, al máximo nivel. “El Campeonato de España de Atletismo Adaptado exigía entrenar muy duro porque en aquellas pruebas te estabas enfrentando a la elite, a competidores que iban a acudir a los Juegos Olímpicos. Quisieras o no, todo eso se traducía en una tensión que te exigía estar al cien por cien”. Sorbe entretanto un café frente al estadio de Anoeta, de donde proviene el traqueteo de un martillo percutor que pone la banda sonora a las obras de remodelación.
Corretean en torno al miniestadio muchos atletas. Elkoroberezibar se fija en ellos y habla del alto rendimiento. Sabe que aquí nadie regala nada, que todo es fruto del esfuerzo, en su caso además añadido debido a sus problemas respiratorios por su lesión cerebral. “Empecé a correr en pista más tarde de lo habitual, con unos 33 años, cuando el resto de competidores apenas habían cumplido la mayoría de edad. No me llamaban el abuelo pero lo podían haber hecho tranquilamente”, sonríe mientras toma de nuevo la taza.
“He sido un competidor tardío pero con fuelle”. Tanta gasolina ha tenido que a lo tonto, sin darse cuenta, se ha echado a las espaldas casi una treintena de Behobias. Y si no han sido consecutivas fue debido a la dichosa depresión, felizmente superada. “La última la padecí hace unos ocho años. En mi familia siempre hemos sido propensos”, dice en alusión a la carga genética que ha podido heredar de su madre, de 82 años, aquejada de esta enfermedad tan común como grave, la cuarta dolencia que más incapacidad provoca en el mundo, según estima la Organización Mundial de la Salud (OMS). “Aunque me encontrara deprimido, los médicos me recomendaban que hiciera cosas, y por eso no solía faltar a los entrenamientos. En esos momentos hacía el esfuerzo, sacaba amor propio y salía a correr, pero luego llegaba el día de la Behobia y no tenía ganas. Me ocurrió durante tres ediciones de modo alterno. Ahora estoy bien. Toco madera y espero seguir así mucho tiempo”, se sincera el hombre, que comienza a pensar en lo que puede deparar el futuro.
La charla se detiene por unos momentos, para continuar poco después por otros derroteros. ¿Y quién sabe qué ocurrirá en un futuro? ¿Y quién sabe si mañana padeceremos una depresión? ¿Y quién sabe si estaremos vivos? “En realidad, pensándolo bien, no vale para nada pensar ni en el pasado, que ya no tiene remedio, ni el futuro, que no está en nuestra mano. Lo único que existe es el presente, el de esta charla que estamos manteniendo en este momento tomando un café”, reflexiona el atleta. En ese momento le viene a la memoria la escena final de la tercera entrega de Rambo, de Sylvester Stallone. “Le preguntan al final de la película que cómo va a vivir ahora, después de la guerra. Él responde: día a día. Así lo hago yo también. Por eso digo que no sé si la depresión me volverá a atacar, pero es verdad que no merece la pena malgastar el tiempo pensando en lo que puede pasar”.
Adversidad
El presente ahora mismo se llama Behobia. “¿Qué cuál es el embrujo de la carrera? El eibartarra se toma unos segundos para encontrar las palabras adecuadas. “Igual hablaría de reto, un reto con uno mismo que exige una preparación previa y una disciplina. Detrás de cada participación hay trabajo y esfuerzo, y el resultado de todo ello me hace feliz”. Dice que desde muy pequeño descubrió su pasión por el deporte y su práctica le ha dado los mimbres para llevar un orden en su vida. “Aprender a conocer los límites de tu cuerpo, la importancia del cuidado, la alimentación... En la participación de este año en la Behobia, además, quizá pueda disfrutar más que en otras ediciones porque voy mucho más relajado. No me he preparado tan concienzudamente, y me voy a limitar a acabar”.
Su mejor marca es una hora y 29 minutos. “Para mí es un tiempazo. Las dificultades para respirar debido a la parálisis cerebral me exigen un doble esfuerzo. De pequeño nací con el brazo derecho pegado a la espalda, y gracias a mucho trabajo y rehabilitación conseguí moverlo con normalidad. También tuve que hacer mucho ejercicio en Bilbao. Aunque todavía tenga dificultades y quizá me cueste un poco hacerme entender, mejoré muchísimo gracias a esa parte de la logopedia que trabaja la fisioterapia orofacial. Estuve un montón de años yendo a la terapia. Me pasaban una máquina, como si fuera de afeitar, pero con unas ventosas que me estimulaban los labios y la cara. Gracias a todo aquello puedo hablar mucho mejor que antes”.
Y en todo este ejercicio de superación Kemen merece una especial mención. “Me gusta que me preguntes por ello, porque comenzar en el club supuso un antes y un después”. Ha perdido la cuenta de los años que lleva participando en la agrupación deportiva. Por lo menos, calcula, unos 25 años. “Acostumbraba a correr carreras populares por mi cuenta, y uno de esos años salí en la Behobia”.
Era la época de atletas excepcionales, como la andoindarra Maria Luisa Irizar, considerada la mejor maratoniana vasca de todos los tiempos, la misma que entrenaba muchísimas horas pero sin descuidar nunca las labores del caserío. Elkoroberezibar corría también con los hermanos Garin, que marcaron la impronta del atletismo popular.
El caso es que al día siguiente de aquella primera Behobia, hojeando las páginas del periódico para conocer su marca en la carrera, se encontró con un reportaje a Joseba Larrinaga. “Vi su foto en el periódico, le llamé y le dije que quería conocerle. Era un chico majísimo que trabajaba en la recepción del polideportivo de Aretxabaleta. Me dijo que me acercara al día siguiente sin ningún problema. Estuvimos hablando largo y tendido de nuestras discapacidades, y a partir de ahí nos hicimos grandes amigos”.
Fue Larrinaga quien le introdujo en Kemen, una agrupación deportiva de personas discapacitadas que había surgido en 1994, impulsada por un grupo de deportistas con discapacidad física que practicaban esquí alpino, y que desde entonces no ha dejado de crecer en otras modalidades deportivas, como el atletismo.
Elkoroberezibar habla con orgullo de aquella época en la que Larrinaga se convertiría en medallista paralímpico en los Juegos de Atlanta de 1996. “Recuerdo aquellos domingos en los que íbamos a entrenar al monte e igual nos pasábamos cuatro horas recorriendo caminos y senderos”. Hasta que sobrevino su trágica muerte, con 44 años, atropellado por un vehículo al realizar una maniobra de adelantamiento cuando circulaba con su bicicleta por la localidad alavesa de Aramaio.
“Fue una trágica noticia. Gracias a él pude conocer el equipo humano de Kemen. A mí me ha servido para disfrutar más de la vida. Conocer a tantas personas con todo tipo de discapacidad te permite abrir los ojos, y dejar de quejarte tanto. La gente se queja por todo: por lo molesto que es levantarse para ir al trabajo, por tener que hacer las compras, por el estrés de los hijos? ¿Qué pensarían todas esas personas si además de eso, tienen que enfrentarse a la vida en una silla de ruedas? ¿Cómo se imaginan afrontando las dificultades que entraña vestirse cuando te falta alguna de las extremidades, o las órdenes que manda el cerebro no llegan a los músculos? La gente no sabe lo que tiene. Hay que aprender a disfrutar de la vida, y las personas que lo han pasado mal de verdad lo saben. Ahora llega la Behobia y es un momento especial, pero tras ella sigue el día a día, y especial es cada instante de nuestra vida”.