Matt Dillon le gusta la música latina. Esa es la principal conclusión a la que se llega viendo el El gran Fellove. Todo lo que viene después es el cariño que siente el Premio Donostia 2006 a los sonidos cubanos de la década de los 50 y, en concreto, a un compositor y cantante, el Francisco Fellove del título. El intérprete firma un documental que deambula por senderos que otros han transitado mejor y que sirve como búsqueda del artista y la persona que hay detrás de un prolífico músico poco reivindicado.

En la primera escena de El gran Fellove el protagonista de La casa de Jack habla con mucho sentimiento de la importancia de cuidar bien una conga. Lo hace además rodeado por una enorme estantería repleta de vinilos antiguos y desgastados. Que Matt Dillon es un fanático de la música latina es algo que no mucha gente conoce. El intérprete lleva décadas husmeando en mercadillos de toda América en busca de grabaciones que vivieron mejores días. En uno de ellos, en los 90, dio, precisamente, con el protagonista de este documental que forma parte de la Sección Oficial fuera de concurso, y que por cosas de celebrar un festival en plena pandemia se pudo ver ayer a pesar de que su director no puede defenderla hasta hoy.

En 1999, Francisco Fellove era un cantante de 77 años que vivía en México añorando su vieja gloria. La oportunidad de grabar un disco con artistas jóvenes podía ser su última oportunidad de volver a la primera línea. Y Dillon no se lo quiso perder, por lo que viajó al país azteca para filmar todo el proceso de grabación. Así, el actor que barría las taquillas de medio mundo con Algo pasa con Mary y Juegos Salvajes pasaba a ser Mateo, el chico de los cables, como le bautizó el veterano músico que nada sabía de su estrellato.

21 años después, Dillon recupera esas cintas para llevar a cabo una búsqueda que responda a quién fue ese personaje conocido como El gran Fellove y, de paso, rendir un homenaje a la música cubana de los 50 y a todos esos artistas que tuvieron que emigrar para buscarse la vida. Un viaje al que la similitud con Searching for Sugar Man le pesa en demasía y que en ocasiones se queda a medio camino. Pero el cariño del neoyorquino permanece intacto.

Así, el espectador descubre cómo Francisco Fellove puso patas arriba los sonidos de su país gracias a su particular estilo de canto scat -un tipo de improvisación vocal, generalmente con palabras y sílabas sin sentido en el jazz- y que pasó a la historia como chua chua. No obstante, Cuba todavía no estaba preparada para entenderlo y tuvo que emigrar a México, donde los músicos cubanos se agolpan en las televisiones y en los clubes. "A los mexicanos les gustaba lo que cantábamos y cómo hablábamos. Éramos una celebridad", recuerda el protagonista en un momento del filme.

Allí le llegó la fama y ya no volvió a Cuba más que tres meses en toda su vida. Sin embargo, un nuevo sonido lleno de guitarras llamado rock apareció en escena. El gran Fellove tenía que reciclarse y lo intentó, pero ya nada fue igual.

A Matt Dillon no le vale sacar del anonimato a Fellove, que falleció en 2013, y quiere aprovechar su segundo trabajo tras las cámaras -en 2002 dirigió el thriller de aventuras La ciudad de los fantasmas- para homenajear a toda una generación de músicos cubanos.

De este modo, en hora y media de metraje desfilan una serie de nombres, algunos más conocidos que otros, entre los que figuran Niño Rivera, Bebo Valdés, Julio Gutiérrez, el Conjunto Batamba y el Conjunto Habana, Machito y hasta Celia Cruz, con los que el intérprete estadounidense trata de poner su granito de arena.

No obstante, esta amplitud de miras lastra en ocasiones el leitmotiv de la producción haciendo desaparecer la figura de Fellove entre tanto artista. El verdadero agradecimiento hacia el músico cubano está en los créditos finales, cuando se avisa de que el próximo año el disco que grabó en 1999 por fin verá la luz. Ese es el gran reconocimiento que realmente necesitaba.

El intérprete toma una vieja cinta que él mismo realizó durante la grabación de un disco de Fellove para ahondar en su figura y legado