o siempre he despreciado la realidad y he anhelado la magia”. Y por desearlo tanto, y después de un intento precoz y frustrado de ser mago, Woody Allen se dedicó al cine. Lo hizo, como cuenta en su autobiografía, A propósito de nada, gracias a una prima, Rita, que desde joven lo llevaba a las sesiones dobles de las salas de Brooklyn. Allí descubrió el cine estadounidense, que más tarde contrapondría al europeo. Algo que ya hizo en cintas como Un final made in Hollywood (2002) y que también ha plasmado en su última película, Rifkin’s Festival, que inaugurará mañana el Zinemaldia. No en vano, este largometraje se plantea como una carta de amor al séptimo arte y a los referentes que marcaron la manera de hacer del neoyorquino.

En esta historia, Allen vuelve a presentar a un trasunto de sí mismo, Mort Rifkin (Wallance Shawn), un antiguo profesor enamorado del cine europeo, que decide acompañar a su mujer Sue (Gina Gershon), una responsable de prensa de estrellas, al Festival de Donostia, lugar en el que se simultanea una comedia de enredos con un planteamiento onírico en el que Rifkin sueña con varios de los maestros de Woody Allen.

Para Woody Allen, el sueco Ingmar Bergman ha sido el mejor cineasta que jamás ha existido. Ambos se conocieron personalmente y cuando Bergman falleció, el neoyorquino escribió una emotiva carta en la que le demostraba su admiración. En cuanto a la influencia cinematográfica, los homenajes al autor de Persona (1966) son constantes en la cinematografía de Allen. Por ejemplo, Desmontando a Harry (1997) no es sino la versión del neoyorquino de Fresas salvajes (1957) del sueco. Todo ello siendo Otra mujer (1988), probablemente, la película más bergmaniana de todas las que rodó Allen.

Durante el rodaje del año pasado, la playa de Itzurun de Zumaia se transformó en la de Hovs Hallar, al sur de Suecia, lugar en el que Bergman rodó la primera escena de El séptimo sello (1957). En esta ocasión, Allen reprodujo ese segmento y caracterizó al oscarizado actor Christoph Waltz como el personaje de La Muerte que en la versión original encarnó Bengt Ekerot. Esta figura, heredada de Bergman, ha sido recurrente en su filmografía; aparece, por ejemplo, en la citada Desmontando a Harry (1997), en Scoop (2006) y en La última noche de Boris Grushenko (1975).

Jean Luc Godard y Allen, Allen y Godard. Dos outsiders en la carretera que trasladaron su admiración mutua a un cortometraje documental en 1986 titulado Meeting WA, en el que ambos cineastas hablan de la situación del séptimo arte en aquel momento. Allen ha comentado en multitud de ocasiones que Al final de la escapada (1960), de Godard, y su larga secuencia en la que Jean Paul Belmondo y Jean Seberg están en la cama, es una de sus referencias; algo que se ha percibido incluso en el tráilerde Rifkin’s Festival.

François Truffaut. Es muy habitual que las películas de Allen presenten tríos amorosos o parejas no muy bien avenidas que buscan una vía de escape en terceros; algo que ya planteó Truffaut en Jules et Jim (1962) -por cierto, este cineasta tiene mucho que ver con la idea seminal que acabó convirtiéndose en Al final de la escapada-. Es también lo que parece ocurrir en Rifkin’s Festival. No en vano, su protagonista viaja a Donostia porque teme que su mujer tenga un idilio con un cineasta -también- francés (Louis Garrel).

Luis Buñuel ya ha sido citado con anterioridad en la filmografía de Allen, de la misma manera que, de una manera u otra, lo han sido los comentados directores. Después de haber sido influenciado por cintas como La edad de oro (1930) o El discreto encanto de la burguesía (1973), el neoyorquino decidió devolverle el favor al español con Medianoche en París (2011), una película que actúa de espejo con la que se estrenará mañana en Donostia. Algo que ha reconocido el propio Jaume Roures, productor de la cinta. De hecho, Owen Wilson, protagonista de la aventura parisina de Allen, sugiere a un Luis Buñuel cuál debe ser el argumento de El ángel exterminador (1962).

Federico Fellini. El uso de recursos oníricos es, en sí mismo, un recurso fellininiano. Pero qué esperar de alguien que se ha declarado fan acérrimo de Felliniocho y medio (1967), de Amancord (1973) y de La dolce vita (1960). Tanto es así que en la carrera de Allen encontramos otras cintas en las que hace un guiño al italiano, como al inicio de Recuerdos (1980) y al final de Desmontando a Harry, que si bien hemos comentado que es una versión de otra cinta de Bergman, en su tercer acto no deja de percibirse una referencia a Ocho y medio.