na casa-taller convirtió durante las décadas de los 50, 60 y 70 a Irun en un lugar de paso obligado para los principales artistas de cualquier disciplina. El pequeño edificio en forma de cubo que construyeron en la Avenida de Iparralde Jorge Oteiza y Nestor Basterretxea ayudó a transformar el municipio, impulsando "la efervescencia cultural" que se vivía por aquel entonces con la llamada Escuela del Bidasoa. No obstante, tras la marcha de los dos artistas, el inmueble fue poco a poco cayendo en el abandono, sobreviviendo a duras penas en pie a pesar de ser considerado todo un referente arquitectónico moderno. Con la reactivación del proyecto para su rehabilitación, la esperanza está puesta ahora en volver a conseguir convertir la zona en un nuevo referente para la cultura vasca.

En la década de los 50, Oteiza, que vivía a caballo entre Madrid y Arantzazu, se vio en la necesidad de crear un espacio propio y fijo en el que poder trabajar con total garantía. A la idea se sumó Basterretxea y entre ambos empezaron a diseñar su futuro hogar. "Decidieron hacerlo en Irun porque querían trabajar cerca de una frontera. Para Oteiza las fronteras no eran un espacio para separar, sino para unir, sobre todo, culturalmente hablando", explica Gregorio Díaz Ereño, director del Museo Oteiza.

Por aquel entonces, además, Irun empezaba a despertar culturalmente. Eran los primeros pasos de una "efervescencia" que se prolongaría durante las décadas siguientes gracias a artistas como los que formaron parte de la llamada Escuela del Bidasoa -Remigio Mendiburu, José Antonio Sistiaga, Elías Garralda, etc...- e iniciativas como la puesta en marcha por Oteiza y Basterretxea, que rápidamente se convirtió en "un referente de visita de artistas multidisciplinares estatales e internacionales".

Con la casa-taller "la ciudad se vio enriquecida" y sumó sus mejores años de esplendor cultural. Algo que ni la marcha de Basterretxea tras once años conviviendo con el artista de Orio alteró. "Continuó siendo un lugar de referencia en el que tenía cabida cualquier disciplina: escultura, pintura, cine... Tenía una gran vocación por la suma de todas ellas, algo que quedó bien reflejado en el propio edificio", asegura Díaz Ereño. Porque, más allá de su valor emocional, la casa-taller es también un referente arquitectónico moderno.

De igual manera lo apunta la arquitecta y profesora de la Universidad de A Coruña, Emma López Bahut, quien pudo recomponer todo el proceso de creación de la casa gracias a una beca de investigación de la Fundación Museo Oteiza. "Desde las primeras cartas que intercambiaron los dos artistas ya se habla de un espacio para ser usado como museo. Incluso los nietos de Luis Vallet -el arquitecto que lo realizó- se refieren a ella como casa-museo, lo que dice mucho del espíritu que le quisieron dar", apunta la arquitecta, quien pudo sumergirse en el archivo completo de Vallet y conocer de primera mano todo el trabajo arquitectónico del edificio detrás.

En 1955, Oteiza y Basterretxea adquirieron el solar donde levantaría el edificio y trabajaron en catorce versiones diferentes del proyecto. En un principio, en él también participaba Sáenz de Oiza, pero finalmente abandonó la iniciativa y entró Vallet, viejo amigo del escultor oriotarra, con quien trabajaría en la capilla de Agiña y quien fue cambiando el proceso durante su construcción. "Se cambia todo el proyecto y hay algún intento de relieve en la fachada. Finalmente, se pierde una planta con el cambio", cuenta López Bahut, quien dio hace unos años con un relieve del propio Oteiza en el interior de la vivienda al comparar los planos con varias fotografías. "No he podido entrar y no sé en qué estado actual estará, pero estoy convencida de que seguirá existiendo. Poder verlo es una cuenta pendiente", revela.

Nueva oportunidad

"Hay que darle un sentido de permanencia"

Los años de esplendor de la casa-taller empezaron a apagarse tras la marcha de Oteiza a Altzuza en 1975. Durante las siguientes décadas, el edificio acogió una serie de establecimientos hosteleros y administrativos que fueron cambiando su paisaje interior, al mismo tiempo que se iba produciendo "una transformación en la sociedad". "Las instituciones no se dan cuenta de su singularidad y va desapareciendo. Por suerte, la casa se mantiene en pie", explica Díaz Ereño.

Poco a poco, los diferentes negocios también se marcharon y, durante años, el único que permaneció abierto fue un club de alterne que, finalmente, también acabó por claudicar. Es entonces cuando empezó el declive del edificio, que progresivamente se fue quedando más y más abandonado. Ni siquiera el intento del Ayuntamiento de rehabilitarlo en 2008 surtió efecto, ya que la iniciativa quedó en agua de borrajas por culpa del estallido de la crisis económica.

Ahora, catorce años después, el Consistorio irundarra retoma el proyecto con la idea de convertir la casa-taller en un museo dedicado a los dos artistas y al arquitecto que lo diseñó, y un nuevo espacio destinado a creadores de vanguardia con carácter transfronterizo. "Ha sido como tener todos estos años una joya en un cajón y no enseñarla. El espacio es una oportunidad única para mostrar las vidas de Oteiza y de Basterretxea y descubrir a nuevos artistas de alrededor", señala López Bahut.

Ese mismo entusiasmo lo comparte el director del Museo Oteiza, para quien no solo vale "sacarlo de su abandono". "Es importante darse cuenta de su valor. No solo es protegerlo para asegurar que sea una obra que siempre va a estar ahí, sino que hay que darle un sentido de permanencia, que tenga un futuro", explica, al tiempo que añade que la casa-taller puede ser "un catalizador cultural" en la zona con la oportunidad de relacionarse con otros espacios cercanos como el propio Museo Oteiza, que, precisamente en estos momentos, cuenta con una exposición dedicada al cine-club de Irun. "Son claros ejemplos de que en las periferias hay una riqueza cultural impresionante. Vamos a ser positivos y pensar que estos años de abandono han sido solo un impasse", puntualiza.

1955. Jorge Oteiza y Nestor Basterretxea compran el solar donde se edificará su casa-taller. Trabajan, además, en catorce proyectos diferentes junto al arquitecto Sáenz de Oiza.

1956. Comienza su construcción con Luis Vallet, que sustituye a Sáenz de Oiza. El proyecto va mutando, pierde una planta, y se apuesta por su espíritu de museo.

1956-1967. Oteiza y Basterretxea conviven durante once años en ella, convirtiendo la casa en un referente para artistas estatales e internacionales de cualquier disciplina. Durante esos años, Irun vive una efervescencia cultural muy importante de la mano de la llamada Escuela del Bidasoa.

1968-1974. Basterretxea abandona la casa, lo que no altera la importancia del edificio, que continúa siendo un lugar de paso obligado para innumerables personalidades de la cultura.

1975. Oteiza decide también irse, mudándose al pueblo de Altzuza, lo que pone fin a los años de esplendor del inmueble.

1975-2007. Diferentes negocios hosteleros y administrativos se instalaron en el edificio, cambiando su estructura interior. Poco a poco, estos también van desapareciendo y el edificio entra en estado de abandono.

2008. El Ayuntamiento de Irun inicia un proyecto de rehabilitación con el objetivo de convertirlo en un museo, pero, finalmente, no prospera ante la irrupción de la crisis económica.

2009-2022. La casa-taller continúa abandona mientras el paisaje de alrededor va cambiando con la construcción de nuevos edificios de viviendas. El Consistorio irundarra tratará de reactivar su rehabilitación en las próximas semanas.

"Es un claro ejemplo de que en las periferias hay una riqueza cultural impresionante"

Director del Museo Oteiza

"Ha sido como tener todos estos años una joya en un cajón y no enseñarla"

Arquitecta y experta en Oteiza