Dirección y guion: Jonás Trueba. Intérpretes: Candela Recio, Pablo Hoyos, Silvio Aguilar, Pablo Gavira y Claudia Navarro. País: España. 2021. Duración: 220 minutos.

onás Trueba ha querido distanciarse de sus raíces desde su nacimiento. Nada en su trabajo quiere evocar el hacer de los Trueba que le han precedido. Mejor para él, aunque no siempre lo consigue. Pero aunque solo fuera por ello, por intentarlo, habría que reconocerle a Jonás Trueba un evidente mérito. Además en su trayectoria se percibe una coherencia singular. Salvo el desliz de figurar como guionista en El baile de la Victoria, olvidable y olvidada película de Fernando Trueba, tal vez la más ridícula de ese mediocre ocaso que comenzó con Two Much; la obra de Jonás se sabe con músculo y sentido.

Quién lo impide fue alumbrada tras los versos de una canción, la del ya lamentablemente desaparecido Rafael Berrio. Y surgió bajo el influjo de un filme anterior del propio Jonás, Lareconquista (2016). De hecho en ese momento comenzó a existir Quién lo impide, un filme de no ficción con el que sus figurantes sueñan con ser actores de cine. Una recreación que mezcla el gesto documental con el juego dramático. Estamos ante un filme de género híbrido como nuestro tiempo; liderado por adolescentes tiernos a los que Jonás ubica, por ejemplo, en Carabanchel. Si su origen parece un lugar común, su tiempo existencial se debe a una rareza.

Los adolescentes que ha reclutado Jonás Trueba para su largo ensayo experimental proclaman una naturaleza exacerbadamente romántica. Son extraños no por jóvenes sino porque miran a través de los ojos de Jonás. Cuando rockeros, imitan a Rosendo; cuando cinéfilos, acuden a la filmoteca española, al cine Doré, para deleitarse con ese cine portugués que tanto gusta de la magia y el esencialismo. ¿De verdad se comportan así los legionarios del botellón?

Sus raíces, las de Jonás Trueba, palpan el nacimiento de la Nouvelle Vague, veneran el cine de Jean Rouch. En cambio sus ramas recorren buena parte de los estilemas protegidos por los festivales del círculo interior, el que rinde culto a las obras más personales que aspiran a recorrer circuitos alternativos. Además a Quién lo impide le ha tocado la suerte de habitar en un tiempo en el que rodar apenas cuesta dinero.

De no existir la cámara digital esta aventura fílmica jamás hubiera sido posible. No al menos con este planteamiento. Y es que, durante años, Trueba ha filmado a sus compañeros de viaje sin saber su destino. Todo comenzó cuando, tras finalizar La reconquista, Jonás Trueba, que dentro de un mes cumplirá los 40, que vive con el entusiasmo de uno de 20 y los gustos de uno de 70, no quiso separarse de sus dos jóvenes, casi niños, protagonistas: Candela Recio y Pablo Hoyos. Se sentía a gusto con la chavalería y con ella ha continuado un lustro en busca de expresiones limpias de impostura y fingimiento.

Por ese lado, el de la frescura, Quien lo impide atrapa. En sus tres partes con dos intermedios, hay de todo. y en ese todo, el tiempo a veces pasa con velocidad de relámpago y lucidez desconcertante, pero en otros momentos, la cosa huele a relleno; a estiramiento del que no se ha sabido escapar.

En los últimos meses, antes de desembarcar en el SSIFF, cautivar a la mayor parte de la crítica y ganar el premio a la interpretación secundaria para su amplio y joven reparto, diferentes montajes se proyectaron en certámenes menores. Allí encontró Jonás Trueba las fuerzas necesarias para estrenar su obra experimental de 220 minutos con la convicción de que no debe pedir perdón por ser tan interminable.

Se comprende la fe de Jonás Trueba en su trabajo, pero con un intermedio menos y un metraje más ajustado no nos perderíamos nada esencial. Eso, lo esencial, era aquello que buscaron los cineastas a los que Trueba viene siguiendo y eso será lo que Jonás seguirá buscando. Parafraseando al eterno Berrio, hacer una película "de mala muerte" y un experimento de enorme vida.