epués de más de 30 años sobre los escenarios y colaborando con su estrecho amigo, el guitarrista Gil Dor, la cantante israelí Noa se preguntó: "Después de todo esto, ¿qué?". Fruto de esa reflexión publicó un álbum llamado Afterallogy, un disco de standards de jazz que presentó el sábado en la plaza de la Trinidad, espacio que este año se ha caracterizado por el diálogo entre propuestas y que se cerró ayer con un doble trío, el de Brad Mehldau y el de Bill Frisel.

La misma pregunta que se hizo Noa se la podríamos hacer el propio festival. Después de todo esto, después de 56 años de trabajo y, sobre todo, después de dos de pandemia y una edición que ha salvado las nuevas restricciones del LABI por los pelos, ahora, ¿qué?

El Jazzaldia consiguió celebrarse en 2020, en una edición reducida pero musicalmente brillante en la que se apostó, eminentemente, por lo local y estatal, demostrando que lo más cercano sirve para algo más que un roto y un descosido. Una vez abiertas las fronteras, en cambio, la organización intentó recuperar parte del cartel suspendido, incorporando a referentes internacionales que, una vez más, redujeron lo que tan buen resultado dio el año pasado a la anécdota folclórica o a espectáculos de terraza. Noa, en el primer bis de su concierto, se lanzó con Txoria txori, de Mikel Laboa, algo que, por lo menos, desde 2018 hemos visto hacer a Salvador Sobral, Sílvia Pérez Cruz -ambos, tanto en la Trini como en el Kursaal- y, por supuesto, a Joan Baez en la inauguración del Jazzaldia en la Zurriola, cuando la cuestión sanitaria aún permitía hacer conciertos en la playa y cuando el Escenario Verde aún tenía esa denominación.

En el caso de Noa, no obstante, la interpretación de este popular tema tuvo aún más sentido que el de contentar a un público amigo de estos guiños, dado que sentado al piano se encontraba Iñaki Salvador, fiel colaborador de Laboa. El pianista, invitado por la cantante y la guitarrista, ayudó a compactar el concierto. Noa y Gil Dor ofrecieron varios standards extraídos de Afterallogy, como Something's coming, My Funny Valentine o Masquerade, a base de fraseos, cambios de registro -una especie de demostración de lo que la diva era capaz de hacer- y punteos de guitarra. Después de un solo de Gil Dor, Salvador convirtió el dúo en trío y continuaron con la composición propia Eyes of Rain. A mitad del espectáculo cambiaron de tercio para abordar piezas de Bach, un autor que contecta al pianista con la cantante, dado que ambos han trabajado profundamente sobre él.

El concierto del sábado se abrió con la francesa de ascendencia siria y egipcia Naïssam Jalal, un ejemplo de la búsqueda de diálogo entre propuestas a la hora de programar los días. Los aires arábicos y de Oriente Medio de la flauta de Jalal y su banda, Rythems of Resistance, conversaron, en cierta medida, con una Noa que, además de en inglés y castellano, también cantó en yiddish, por ejemplo, para preguntarse "¿Qué le dirías a Dios si te lo encontrases en un café?" mediante el tema Oh Lord. Jalal dedicó su concierto al pueblo palestino, algo que confrontó con la aparente equidistancia en cuanto al conflicto de la israelí, que no tuvo la oposición que se encontró en sus últimas visitas al País Vasco, aunque a las afueras de la Trini , una pareja de activistas sostenía un cartel que rezaba lo siguiente: "Noa no es bienvenida. ¿Es el Jazzladia cómplice de blanquear el genocidio? Boicot a Israel".

Noa concluyó el concierto, precisamente, con un guiño a sus orígenes y también a su propio genocidio, siempre para manifestar una esperanza en tiempos complejos. La cantante hizo suyo un discurso que ha ido cosiendo la mayoría de los espectáculos de esta edición, protagonizados por artistas que han tenido serias dificultades para girar el último año. Así, con una versión en castellano de La vida es bella, que tuvo como coro al respetable de la Trinidad, quiso demostrar, al igual que han hecho otros durante los cinco días del festival, que la música, como la vida, está para vivirla.

Con una idea similar saltó al escenario el pasado viernes Marco Mezquida, en una noche en la que el diálogo propuesto por el Jazzaldia se sustentaba en dos grandes pianistas. No en vano, la noche la cerró Kenny Barron, si bien es cierto que las propuestas entre ambos músicos fueron notablemente distintas más allá de la pericia con las teclas. Mezquida, que un año más ha sido uno de los instrumentistas más trabajadores de este encuentro jazzístico, salió a la plaza de la Trinidad "a jugar" con su nuevo trío, llamado Talismán y del que presentó su disco homónimo, y también para traer a escena versiones del maestro de Iparralde Maurice Ravel que recogió en Ravels Dreams. Enérgico, divertido, con esas camisas tan llamativas que le son propias, con un tono mediterráneo en sus piezas y con dos compañeros de excepción -Aleix Tobias (percusión) y Martín Meléndez (violonchelo)-, Mezquida inauguró la jornada con una declaración de intenciones: No pasis pena. El tono alegre de Talismán tuvo su efecto en el público, animado desde el primer momento, y que se lanzó a hacer los coros de Aljanfor, cuando el pianista decidió que ya valía del charro, de los ritmos ibéricos de Vientos Elíseos, compuesta en homenaje a Eliseo Parra, y dio el salto para dar su propia versión de una zamba argentina. Antes, no obstante, hizo una parada en el mismo espíritu de su concierto: Carpe Diem. Esta partitura le sirvió para reivindicar el momento y pedir al público que disfrute de cada día, "un capricho en los días chuscos. "Algo de musiquita, un poco de chocolate, hacer el amor o algo de onanismo", rió el pianista, que no perdió ocasión de incluir un fragmento de Xalbadorren heriotzean entre sus paisajes musicales.

Si bien Mezquida buscó la evasión del público, Kenny Barron, liderando su recientemente formado All Star Quartet, no quiso hacer olvidar que el virus sigue entre nosotros y que también afecta a los músicos. De hecho, durante los primeros momentos del concierto, mientras versionaba el Green chimneys, de Thelonious Monk, no se quitó la mascarilla.

A cara descubierta, Barron repasó algunos de los clásicos del jazz como Be bop, de Dizzy Gillespie, en un concierto que se desarrolló desde el prisma de la improvisación y de la efectividad individual del contrabajo de Peter Washington, de la batería de Jonathan Blake y del vibráfono de Steve Nelson, que al igual que le pasó dos días antes al trompetista Dave Douglas arrancaba aplausos del público cada vez que tocaba una nota con su trompeta.

Solo tres de los diez conciertos que se han programado este año en el Kursaal han respondido al jazz vocal, es decir, al jazz cantado. Además del concierto de Noa y de la estadounidense Cécil McLorin Salvant, el de Gonzalo Rubalcaba y Aymée Nuviola también puede enmarcarse en este ámbito. La pareja abrió la noche del jueves, en una jornada dedicada a la música latinoamericana y, en especial, cubana, y en la que el verdadero protagonista fue Chucho Valdés, que 18 años después de su padre, Bebo Valdés, recibió el premio honorífico Donostiako Jazzaldia en la Trini.

Húmedo el público y húmedo el escenario y los artistas por un calabobos que no dio tregua en ningún momento, la noche habló, en cierta medida, de sagas familiares. Rubalcaba abrió su espectáculo sin su amiga de la infancia en el escenario, para rendir un pequeño tributo al que fuera su abuelo, el también compositor cubano Jacobo Rubalcaba, del que interpretó el tema llamado El cadete. Posteriormente, ya con Nuviola en el escenario, que se presentó con un voluminoso peinado, la pareja cubana, sin aparente mayor pretensión, se dedicó a repasar grandes temas de la música latina como Bésame mucho, de Consuelo Vázquez; Lágrimas Negras, de Miguel Matamoros; o Dos gardenias, de Hisolina Carrillo.

Chucho Valdés, por su parte, también bajo la lluvia incesante, agradeció el premio, aunque matizó que el mayor reconocimiento que ha tenido hasta la fecha es ser hijo de quien es. En un espectáculo en el que Valdés completó un cuarteto con Reinier Elizarde (contrabajo), Georvis Pico (batería) y Pedro Pablo Rodríguez (percusión) se centró en repasar los ritmos afrocubanos de los que el pianista ha dado buena cuenta durante más de medio siglo, aunque también hubo tiempo para homenajear a Chick Corea y también a Mozart, mediante un danzón que el isleño, con conocimientos de clásico, le dedica al pianista austríaco.

La jornada de inauguración fue, quizá, la que menos diálogo supuso entre propuestas. Por un lado, Douglas abrió la plaza de la Trinidad acompañando al pianista Franco D'Andrea y a una contrabajista (Federica Michisanti) y un batería (Dan Weiss) de excepción que marcaron la diferencica, en una apuesta por un jazz improvisatorio. Por otro, en cambio, Salvant, junto al pianista Sullivan Fortner, repitió con algo más de solemnidad el concierto que ofreció en la previa en Chillida Leku, aportando poco más que una técnica vocal exquisita.

El Jazzaldia se inició, al igual que se terminó, con la incertidumbre sobre lo que vendrá. Aun así, después de todo y ante todo, se ha celebrado. Y en el camino a la normalidad, ¿ahora qué? Esperemos que la respuesta sea, al menos, que veremos, por fin, a Simple Minds. Dicen que a la tercera, va la vencida... si el covid-19 nos deja.