estas alturas todos conocemos las andanzas del versátil guitarrista Marc Ribot. Ha estado en el Jazzaldia en todo tipo de bandas, en solitario, con Los Cubanos Postizos, acompañando a John Zorn, etc. En esta ocasión visitaba el Jazzaldia al frente de Ceramic Dog, con los que ya deslumbró en la Sala Club del Teatro Victoria Eugenia en abril de 2018 y con los que se estrenó en las carpas del Kursaal en 2008. Acaban de publicar un nuevo disco, Hope, y las expectativas eran altas, teniendo en cuenta las prestaciones ofrecidas en la grabación.

Marc Ribot nunca te deja frío. Casi siempre sorprende con su propuesta y, aun conociéndola, consigue llevarte un grado más allá de lo esperado. Ayer lo volvió a hacer. En un entorno tan chulo como Chillida Leku, hasta las esculturas del gran artista se resquebrajaron por momentos con la experiencia ruidista que vivimos. Qué auténtico placer.

Las campas de Chillida Leku se convirtieron en la localización perfecta para disfrutar del show. Declaración de intenciones para empezar con energía, criticando muchos aspectos de la sociedad capitalista. Ribot, enfadado con las injusticias que nos asfixia a diario, propuso sonidos ásperos poderosísimos. El punk más vanguardista se fusionó con el free-jazz y los ritmos étnicos y, a pesar del entorno, la propuesta no fue nada bucólica. Pensilvania relajó un poco la tensión sonora con la colaboración en las voces del batería Ches Smith y el bajista Shahzad Smith. Fue un espejismo porque volvió el torbellino y la epilepsia. El perro de cerámica se adentró en ritmos progresivos, una especie de mantra envolvente. En algún momento la tensión sonora se relajó, pero lo que parecía un mar en calma se transformó en una tremenda tormenta, fuerte marejada. No hicieron falta poses. Los tres estuvieron sentados, formales pero libres, incluso demasiado autocomplacientes. Hubo una versión inclasificable del clásico Satisfaction de los Rolling. Casi irreconocible. Dijo Ribot que ha cambiado la letra por miedo a tener problemas con ellos. Se rió de ello y dijo cantar sobre las cosas que realmente importan. Fue la parte más rockera, con la guitarra haciendo diabluras, manteniendo en todo momento una hiriente distorsión.

Ritual Slaughter demostró con sus constantes cambios y las caras de los músicos el buen rato que estban pasando. Una buena forma de protestar con rabia y sin concesiones de los males de esta sociedad. Experiencias así nos sirven para mantenernos alerta y firmes en nuestras convicciones. En el bis tocaron When your love like heaven, tema de Donovan que adaptaron a su antojo con un in crescendo que cerró esta comunion entre el jazz y el rock realmente estimulante.