- Parece que Sílvia Pérez Cruz es abonada al Jazzaldia.

-Eso parece (ríe). Me siento muy querida en Donostia, muy afortunada la verdad. Además voy viniendo con proyectos muy distintos y da mucho gusto que haya un cuidado y un interés por lo que haces.

Hoy presentará 'Farsa' en el Kursaal. Ya lo presentó en otoño en el Victoria Eugenia, pero ahora vendrá con banda.

-He estado preparando tres directos diferentes para este disco que no tienen nada que ver. Son las mismas canciones, pero imagínate qué diferencia hay entre hacerlo sola y hacerlo con cinco musicazos. Hacerlo sola era provocar un reencuentro conmigo, con el vértigo y la soledad que da la soledad. Actuar con banda, en cambio, es el diálogo, el juego y la oportunidad de compartir estas canciones con músicos que quiero y admiro. Cuando existe un arropamiento, no solo musical, sino también emocional en el escenario es un lujo.

Entre esos músicos y amigos se encuentra Marco Mezquida, con el que el año pasado presentó 'Ma' en el Jazzaldia.

-Desde ese reencuentro llegué a la idea de que tenía que reunir a estos amigos, que cuesta tanto juntar. Por suerte tienen una carrera muy viva y rica. Les veía a todos con esas ganas y pensé que era le momento.

Aquel concierto de 2020, fue su primera cita sobre las tablas después del confinamiento. Si lo recuerda, se pasó de hora para satisfacción del público, ¿tiene previsto hacerlo también en esta ocasión?

-(Ríe) No me acuerdo. Era mi primer concierto después del confinamiento, eso sí recuerdo. También recuerdo estar debajo del piano y pensar: Es que yo soy feliz en el escenario con la música. Hay algo que me sana y pone las cosas en su sitio. Pensar en el tiempo cuando, por fin, puedes hacer música y compartirla era algo contradictorio. No sé si hoy tenemos límite. ¿Hay límite? (vuelve a reír). Ahora hemos aprendido, con el toque de queda, a ajustarnos. No nos vamos a pasar si no se puede (ríe). ¡Madre mía! ¡Cuántos límites!

'Farsa' surge de su relación con diferentes disciplinas artísticas, el cine, el teatro y la danza.

-Desde niña he estado rodeada de múltiples disciplinas porque mi madre tenía una escuela de arte. Había talleres de dibujo, cerámica, pintura, charlas, exposiciones... Yo hice danza y música desde los tres años; mi madre tenía claro que tenía que darme mucho espacio para la expresión. Durante mi trayectoria he conocido a artistas que admiro y que han confiado en mi manera de hacer.

Durante los últimos años se ha involucrado en proyectos muy distintos.

-He hecho proyectos muy lindos como componer la banda sonora de La noche de doce años o Josep. También he compuesto música para teatro, para dos obras de Lluis Homar, para danza con Rocío Molina. Siempre he tenido mucho interés en ver cómo otros artistas, desde otras disciplinas, explican la misma emoción que compartimos y aprender también de las diferencias. A veces parece que cada uno tiene posesión de su oficio. Yo soy músico pero me muevo. Quizás cuando estás trabajando con una bailarina, entiendes tu gesto, tu estar, tu cuerpo. Entender el silencio o cómo funcionan las luces. Cantando he sentido tantas emociones que necesitaba volver al mínimo, reencontrarme y entender el canto desde la Sílvia de ahora, la Sílvia que va creciendo.

De ahí salió 'Farsa'.

-De todas esas colaboraciones salieron unas canciones muy queridas por mí, escritas con mucha entrega. Me olvidé de todos los espectáculos, me quedé con las canciones pensando solo en el disco. El título del disco vino de la reflexión entre la fortaleza que mostramos y la vulnerabilidad que nos representa. Aunque ahora también, en aquella época las redes sociales estaban muy a tope y el impacto era muy bestia. Me di cuenta de que todo el mundo puede construir un robot de imagen de lo que quiere parecer, una imagen, en muchos casos, vacía. A partir de ahí comencé con una reflexión. Por supuesto, no todo es blanco ni negro. Hay muchos grises y ahí quedó ese título.

¿Por qué tres directos?

-Quería representar esa dualidad, la fragilidad del solo y la fortaleza del grupo y, por otro lado, continuar con ese diálogo que te comentaba sobre el escenario. Espero que la gira de Género imposible también pueda ir a Donostia porque con las canciones he dibujado una escenografía y he estado trabajando con un director de teatro, una bailarina, un iluminador, un director de vestuario... Todos ellos me han ayudado a entender cómo poder expresar las canciones más allá de la melodía, armonía, instrumentación y luz. Me han ayudado a comprender qué forma tienen, cómo estoy, cómo voy de una canción a otra, qué lugar ocupa el gesto... Se me han aplazado muchos conciertos y he perdido otros muchos, pero puedo hablar de que 2020 fue creativamente delicioso, me hizo muy feliz.

Esa farsa de la que habla, ¿no se da también mucho entre artistas?

-Claro, muchísimo. Por eso mi reflexión. Al final he comprendido que sí, que el arte es libertad. Y ahí dentro, al ser infinito, se encuentra todo: los contrarios y los que piensan lo mismo. También me he dado cuenta de que el arte que a mí me sale natural es el que habla de la belleza de lo imperfecto, de lo vulnerable, la fortaleza de lo que se rompe. El arte es un aprender a vivir, cuando hago música es cuando me reencuentro conmigo. Tengo que cuidarlo y cuidar mis valores, pero entender también cómo mutan para cuidar la vida en sí.

Abarcar muchas disciplinas, si bien la central siempre sea la música, ¿no provoca una pérdida de la perspectiva?

-En mi caso para nada. Recuerdo que cuando tenía 18 me decían que tenía que centrarme. Hacía todo lo que me llamaba la atención y me interesaba. Al cabo de un año me premiaron, precisamente, por mi polifacetismo, por mi eclecticismo. Entiendo que en el periodismo hacen falta las palabras y las palabras son necesarias y son los límites a los que agarrarse. Claro, esas palabras son maravillosas pero, a la vez, se quedan cortas. Muchas veces necesitáis responder a la pregunta sobre qué música hago y yo siempre respondo que hago canciones y emociones. Sabía que la música era mi modo natural de expresarme y yo he buscado recursos para hacerlo lo mejor posible.

En 'Farsa' parece que hay una cuestión que atraviesa el disco: la maternidad y la ausencia del padre.

-Sí, pero es algo a posteriori. Estas canciones fueron compuestas dos o tres años antes de publicarlo. Y luego, es cierto que me di cuenta de que es de lo que más se hablaba. Hay unas canciones que están hechas con Rocío Molina para un espectáculo sobre la maternidad, sobre la fecundación in vitro, en su caso; de ahí surge Tango de la Vía Lactea. También se habla de la ausencia del padre en Fatherless y Grito Pelao habla de la fuerza de la mujer en el parto en soledad. Pero más allá de eso me di cuenta que cuando elegí las canciones para Josep, elegí un poema de Miguel Hernández que habla de la guerra pero a partir de todas las madres del mundo. El disco termina con Futuras madres del mundo.

¿Por qué?

-No es algo buscado, lo siento así, soy madre y es lo más bestia que me ha pasado. Es un homenaje a la maternidad, pero sin quererlo, que es lo más bonito. Vivo mi vida compaginándolo con eso. La maternidad es lo que me ha dado el ritmo y me ha puesto los pies en tierra y me ha enseñado lo que es la generosidad. Es un aprendizaje tan bestia que me extraña que pueda hablar de todo esto en el disco. Por otro lado, ¡también hay un homenaje a mi madre! Porque esta manera de mirar que tengo surge en su escuela. En su momento hice el homenaje a mi padre porque murió, pero quien me educó fue mi madre. Me enseñó a mirar un cuadro, a admirar un paisaje y a ordenar la belleza.

De la misma manera que su madre le enseñó a mirar el arte, ¿educa también la mirada de su hija?

-Por supuesto. Además es muy bello entender que es otra persona, que no es igual que tú y entender cuál es la manera de compartir eso sin que sea una obligación, sino natural. En este caso, ella ha escuchado mucha música en casa, me ha visto componer y hemos jugado mucho con la música. Ha sido una herramienta de juego. El otro día me dijo que quería ir a ver la versión escénica de Farsa, el género imposible. Llevaba un tiempo que no le apetecía tanto volver a verme. Fui tan feliz de sentir que hacía lo que adoro con la persona que más quiero en el mundo, que sentí una plenitud especial. Pensaba también quera muy importante que lo viese para enseñarle a soñar. Para que viese por algo que yo he imaginado y por lo que he luchado.