- El doctor Gregorio Marañón fue una autoridad en los estudios sobre endocrinología y otras disciplinas médicas, además de uno de los más destacados humanistas e intelectuales españoles del siglo pasado. Pero también fue un gran aficionado al arte que consiguió reunir una interesante colección, una de cuyas joyas fue el Lazarillo de Tormes de Francisco de Goya. Un cuadro que heredó su hija Carmen, quien junto a su marido, el político Alejandro Fernández Araoz, continuó con esa pasión que siempre demostró Gregorio Marañón. Juntos adquirieron los cuadros San Francisco en éxtasis, de El Greco, y La venerable madre Jerónima de la Fuente, de Diego Velázquez.

Son tres obras maestras que desde ayer se pueden ver en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, acompañadas por el Retrato de Doña Carmen Marañón, pintado por Ignacio Zuloaga en 1931. El artista vasco estuvo muy vinculado a la familia y mantuvo una estrecha amistad con el doctor Marañón. Los cuadros se exponen, dentro del programa La Obra invitada, en la sala M del Museo de Bilbao Artes.

Zugaza agradeció a la familia Marañón-Fernández de Araoz la generosa cesión de las pinturas, que permanecerán en el museo hasta el 5 de septiembre. “Cada una de las piezas de esta extraordinaria colección de obras representa un género característico de la escuela española: el retrato, la pintura religiosa y la pintura costumbrista, unidas por un mismo sentido naturalista y anticlásico , que tanto fascinó a la vanguardia artística europea moderna”, señaló Zugaza.

“Mi abuela Carmen fue una mujer muy especial, inteligente, culta, vital y elegante, con un sentido de la estética increíble, pero sencilla y humilde. Si hubo algo de lo que estuvo orgullosa fue de su colección de cuadros que construyó a lo largo de los años con mi abuelo Alejandro”, según describió Alejandro Fernández de Araoz y Gómez-Acebo. “Estudió Filosofía y Letras en los años 20 en Madrid, era de las pocas mujeres que estaban matriculadas en la universidad y vivió a la sombra de un gigante, que era mi bisabuelo, por lo que siempre estuvo rodeada de artistas, intelectuales, toreros y pintores”, añadió.

Alejandro Fernández de Araoz y Gómez-Acebo contó cómo sus abuelos se hicieron con dos de los cuadros que se exponen ahora en la pinacoteca: La venerable madre Jerónima de la Fuente, pintado por Diego Velázquez en 1620, y El Lazarillo de Tormes, pintado por Francisco de Goya a principios del siglo XIX.

“El cuadro de Velázquez lo compraron mis abuelos en el año 1944 a sugerencia del entonces subdirector del Prado. Las monjas del convento de Santa Isabel de Toledo lo estaban pasando mal; con la guerra toda la techumbre del convento se había hundido, pasaban mucho frío, no tenían dinero... Mi abuelo les compró el cuadro, lo envolvió en una manta zamorana, lo metió en la baca de un viejo Chrysler y se lo trajo para Madrid. Y en cuanto al Goya, Marañón tenía una gran amistad con el marqués de Amurrio y cuando cayó enferma su mujer, la atendió con gran dedicación. Y en agradecimiento, un día se presentó en casa el hijo del marqués, y le regaló el Lazarillo de Tormes envuelto también en una manta zamorana”.

Por su parte, José Luis Merino Gorospe, conservador de Arte Antiguo, destacó que “las obras recogen casi tres siglos de la historia del arte español, con los autores más geniales y con obras que son singulares en su producción”.

El San Francisco en éxtasis de El Greco, pintado entre finales del siglo XVI y principios del XVII, representa el momento de intimidad del santo antes de la estigmatización y encarna el valor de la salvación a través de la penitencia y la oración propio de la Contrarreforma. “El Greco hace infinidad de versiones de cada uno de los estadios en los que aparece San Francisco en el momento de la oración; toda una historia resumida en muy poco tiempo pero que él va desbrozando para poder suministrar la demanda de cuadros con este tema que tenía por parte de todos los conventos toledanos y de fieles adinerados. Esta obra es de una calidad excepcional, reúne todo lo mejor de El Greco”, en opinión del conservador.

La venerable madre Jerónima de la Fuente, pintada por Diego Velázquez en 1620, es la segunda de las piezas y constituye uno de los pocos retratos femeninos en el catálogo del pintor, que en este caso representa a la madre Jerónima, a quien retrató otras dos veces más, de cuerpo entero como ejemplo de piedad, silencio y entrega. “Velázquez hizo este retrato durante la estancia de sor Jerónima con su comitiva en 1820 en Sevilla, antes de ir a Cádiz para embarcar rumbo a Manila, para establecer allí el primer convento de madres clarisas. Lo encargaron para dejarlo en España como recuerdo de sor Jerónima”, recordó Merino.

La tercera pieza, el Lazarillo de Tormes, de Goya, recoge el pasaje de la novela en el que el ciego, en un acto cruel, huele el aliento de Lazarillo para comprobar si le ha robado o no la longaniza.