ue puede surgir de una colaboración entre Pharoah Sanders, veterano saxofonista de jazz deudor del Coltrane más espiritual, y un músico electrónico como Sam Sheperd, que se esconde tras el proyecto Floating Points? La respuesta es Promises (Luaka Bop), un disco tan inclasificable como atrayente, una fantasía celestial donde el minimalismo se impone al jazz, la clásica, la electrónica y la psicodelia, y que corona la Orquesta Sinfónica de Londres.

La brecha generacional entre Sanders y Sheperd, que ronda el medio siglo, queda dinamitada en este disco que plantea un diálogo artístico excitante, casi celestial, y que no provoca una colisión entre ambos mundos, ya que los músicos, arropados por la orquesta londinense, se alimentan y dialogan para crear una obra mayestática, planeadora, repleta de misterio e interrogantes pero con la necesaria dosis de calma y sanación que requiere el atribulado momento actual.

Pongámonos en situación. Sanders es un nombre recurrente en el jazz del último medio siglo, aunque su discografía y colaboraciones van más allá de los códigos del género musical, el más libérrimo de todos. Aliado en su juventud de luminarias como Don Cherry, Sun Ra y Ornette Coleman, tocó finalmente la gloria con el maestro John Coltrane en Ascension. A partir de entonces, su saxofón nunca pudo rehuir la comparación con el del maestro a pesar de grabar discos de éxtasis alucinado y espiritual como Karma y Africa, entre otros.

Al otro extremo del cuadrilátero está Sheperd, Dj, productor y músico electrónico británico que es un máster con piernas en conocimiento de la música de baile, del funk al house, soul, jazz, techno… Virtuoso sin necesidad de alardes y siempre dispuesto a evolucionar, Sheperd se ha lanzado de cabeza a la música de club en su disco más reciente con Floating Points, Crush (2019), como prueban artefactos sintéticos rítmicos como Last bloom y LesAlpx, y situándose en lo alto de la pirámide electrónica junto a Four Tet, Nils Frahm o Jon Hopkins.

Promises, es un disco mágico e imposible de catalogar, ya que tiene mucho de jazz e improvisación, pasajes ligados a la electrónica más ambient y onírica, y ramalazos de clásica. El germen de las composiciones surgió de Sheperd, pero el titán de jazz acabó por compartir estudio y creación con él, en Los Ángeles, en 2019. Álbum que olvida la rítmica y se abona a las texturas y las armonías, tiene mucho de espiritual y alucinógeno, y se presenta como una pieza continua de 46 minutos dividida en nueve movimientos. Al trabajo del dúo se sumó posteriormente la Orquesta Sinfónica de Londres, en los estudios AIR, en verano de 2020. El resultado ha tardado un lustro en completarse y tiene mucho de la personalidad de Pharoah, alguien que asegura que ya no oye discos y que prefiere escuchar los sonidos que le rodean, bien sea las olas del mar o un avión.

Una conversación que ambos han hecho pública ilustra la personalidad del octogenario músico. Preguntado por Sheperd si estaba dormido, le respondió que no, que estaba soñando música con su mente. “Siempre estoy escuchando los sonidos a mi alrededor… y tocando en mi mente”, indicó el saxofonista, cuyo instrumento sobrevuela en el arranque del disco un colchón de clavecín y sintetizadores analógicos que dibujan un paisaje minimal de gran belleza. Y ese saxo juega, entra, sale y dibuja fraseos con gráciles melodías desde el primer movimiento.

El segundo es más tenue, juega con los silencios y aunque la melodía de notas escasas y en bucle se repite y repite, presenta unidad y consistencia. Las cuerdas de la orquesta entran en el movimiento tres, tímidas y ofreciendo una profundidad casi espacial, como los grupos progresivos de los 60 y 70. La voz humana, la de Sanders, protagoniza el cuarto. Y lo hace sin palabras, con sonidos sin significado pero conmovedores, que prosiguen con su saxo arrojando riffs.

A medida que se acerca el final, la orquesta gana protagonismo en el cinemático movimiento seis, con cuerdas elegíacas y el violonchelo sacando la cabeza en un largo y emocionante solo sobre el bucle original. Luego regresa Pharoah y vuelve a flirtear con la orquesta y los sintetizadores, en una especie de regreso final al remanso de paz inicial tras unos juegos sonoros psicodélicos que simulan el piar de pájaros. El saxo arrebatado, casi free-jazz, en el siete, y riffs de teclados caudalosos y profundos protagonizan el final de Promises, música para escuchar con cascos y que propone una belleza serena y espiritual, a la par que se muestra real y honesta al reproducir, sin esconder, el propio ruido de algunos instrumentos al ser tocados.