Dirección y guion: Chloé Zhao, a partir del ensayo de Jessica Bruder. Intérpretes: Frances McDormand, David Strathairn y Linda May. País: EE UU. 2020. Duración: 108 minutos.

omadland contiene altas dosis de sustancia adictiva. Debido a ello serán muchas las personas que, tras interiorizar su relato, se convertirán en fervientes propagadores de sus excelencias. Este filme que se ha convertido en uno de los títulos del año -el año más triste de cuantos ha alumbrado el siglo XXI-, atrapa y envenena con su alta dosis de paradojas y contradicciones. La más vulnerable emana de su positivismo, una zona de ¿idealizada ingenuidad? contra la que públicos de colmillo retorcido lanzarán sus dentelladas.

Es así porque todo en Nomadland habla de miseria y pérdida, pero todo en ella mira al futuro con la esperanza de los dignos. Si lo primero cotiza en un planeta de cínicos, lo segundo provoca desconfianza porque la dignidad ajena incomoda entre ambiciosos resabiados. Forjada, como su directora, con una mezcla de contrastes, se sabe ying y yang y obedece a un proceso dialéctico. Nomadland reconstruye las huellas de unos centauros del desierto del tercer milenio. Sus protagonistas son, como señala su título, nómadas sin rumbo; pioneros sin tierra virgen; no buscan oro ni tesoros, hallan libertad. Esa mezcla híbrida que atraviesa el ADN de su realizadora, Chloé Zhao, una mujer nacida china pero forjada cinematográficamente en EEUU, esculpe al decir de Tarkovski, un texto que mezcla la ficción con la realidad, que une estrellas con Oscar junto a personas que jamás fueron enfocadas por un objetivo. Esa estrategia no es nueva, en los últimos años Iñárritu sacó petróleo con ello, en Babel.

A diferencia de aquel relato con vocación de enhebrar en un mismo encadenado el planeta entero, de EEUU a Japón, de Marruecos a México; Zhao solo retrata el paisaje americano, el que constituyó el fondo de las epopeyas de John Ford, el que cantó Jack Kerouac En el camino. En su caso, esa carretera transitada por los náufragos del sistema neoliberal, por las víctimas de vampirismo de Wall Street, teje una serie de encuentros y desencuentros cuya verdad no depende tanto de que respondan a la realidad como a los deseos.

Frances McDormand por ejemplo, saca a su personaje de sus impulsos y al hacerlo así es más Frances que nunca, porque en ella habita la verdad que atraviesa algunas de sus maravillosas criaturas de ficción regaladas a directores como Wes Anderson, Martin McDonagh, Lisa Cholodenko, Gus Van Sant, Alan Parker, Robert Altman, John Sayles, Sam Raimi, y por supuesto para su marido y su cuñado, los hermanos Coen y, que nadie se olvide, para el mejor Ken Loach de todos, el de Agenda oculta. A su lado, hay actores potentes, como David Strathairn, pero hay ilustres anónimos. Todos comparten furgoneta y carretera, todos arrastran el deseo de habitar la vida a través del movimiento perpetuo.

El Werner Herzog de "Encuentros en el fin del mundo", ponía un hermoso y estremecedor broche final a su relato contando la historia de un pingüino rebelde que se alejaba del rebaño para perderse por su cuenta. Herzog, al filmar aquel pingüino solitario, deducía que era una forma de suicidio. Los versos libres que pueblan este filme no se encaminan hacia una muerte adelantada sino hacia la voluntad de vivir intensamente su existencia al margen del grupo, lejos de las convenciones, en los arrabales de una sociedad donde el dinero manda, la tecnología tiraniza y el humanismo se resquebraja como cristal de bohemia. En su lugar, prefieren vivir y morir como los antiguos colonos que una vez llegaron a América creyendo que desembarcaban en la tierra prometida, sin reparar que las promesas se las lleva el viento. Ellos no creen, van de ciudad en ciudad, de campamento en campamento y conforman la última tribu libre de los EE.UU. de América. La próxima película de Zhao, Eternals, es de Marvel, produce Walt Disney y la encabeza Angeline Jolie. Dicen que nos sorprenderá a todos.