- Baby es una película de terror de más de 100 minutos sin diálogos. No son necesarios, se compensan con una cuidada banda sonora y dirección de sonido. Rodada en Araba, las metáforas visuales impregnan una cinta con un elenco internacional formado por Harriet Sansom Harris, Natalia Tena o Rosie Day, actrices con nombre en el séptimo arte, pero que también se han dado a conocer en la pequeña pantalla en series como Mujeres desesperadas, Juego de Tronos, Outlander o Good Omens. En este "cuento" poco amable, escrito por el propio Bajo Ulloa, Rosie Day interpreta a una yonqui que vende a su hijo neonato a una mujer (Harris) que se encarga de proveer niños a personas de la clase alta. Cuando el personaje de Day -ninguno tiene nombre- se arrepiente, se infiltra en la destartalada casa en la que su hijo espera para ser entregado con la esperanza de recuperarlo.

No parece que sea la mejor época para estrenar en cines, pero usted así lo ha decidido.

-Malos tiempos para la lírica y para el cine (ríe). En realidad me he puesto en manos de los distribuidores. A veces me llaman kamikaze y cuando aparece otro, nos tiramos contra el barco.

Es una situación complicada por el COVID-19.

-Sobre todo, de incertidumbre. Por otro lado, no hay nada seguro en este mundo. Baby habla de la incertidumbre. El suspense es incertidumbre y esto es un camino duro. La película también habla de pasar del temor al amor, que es el logline de la película. Hay que pasar del temor al amor, porque el amor es lo único que nos permite, ahora mismo, curar. La gente está en el odio, en la polaridad, en el desprecio al otro; todo esto eso es lo que, metafóricamente, nos ha llevado al lugar en el que estamos. Encontrar gente que tiene valentía, que no teme y que te dice ¡Hagámoslo! para mí es música celestial. Salga como salga, lo hacemos porque confiamos en nosotros. Tenemos la obligación de continuar en el escenario bailando hasta que el barco se hunda (ríe).

'Baby' compitió en Sitges y fue premiada. Usted defiende la "liturgia de ir al cine" y han decidido no participar en festivales 'online'.

-La película no es un producto. El fin de la película no es comerciar con ella, pretende remover. Una persona que ha visto la película y que se dedica a la terapia, me comentó que Baby es una película sanadora. Tal vez lo sea. En el momento en el que algo te remueve y te permite la reflexión, ya estás sanando. Es una situación en la que la gente tiene la posibilidad de mirarse en el espejo, como la protagonista; ver cómo somos y tratar de buscar paraísos artificiales; las adicciones que nos pone el ego y que la sociedad y la política nos están inculcando: el consumo constante en una huida hacia adelante totalmente depredadora y que es insostenible. Por eso la película habla del organismo que somos todos. La película habla de eso, de que todo lo que hacemos tiene consecuencias y que todo está conectado. No nos gusta ver las conexiones porque no nos conviene. El ser humano es profundamente oportunista y cómodo.

Habla de las conexiones. 'Baby', además de ser muy metafórica con los animales que utiliza -aves, carroñeros, arañas...-, es también profundamente 'chejoviana'. Al igual que lo que el ruso teorizó poniendo como ejemplo una pistola, ningún elemento -u animal- que aparece en pantalla es gratuito; siempre tiene una justificación en la trama.

-Si se ve por segunda vez, es probable que el espectador encaje aún más piezas. Es una película visualmente potente y muchas veces no te da tiempo a asumir todo lo que va ocurriendo o los pequeños sonidos que se escuchan.

¿Por qué una película sin diálogos? ¿Por qué apostar por el terror atmosférico?

-Es un acto de amor al cine, que es un vehículo que tiene las suficientes herramientas de narración: la luz, el sonido, el silencio, la música, la interpretación, el vestuario, el decorado... Todo eso es capaz de transmitir una narración. Lo que ocurre es que, muchas veces, el autor, y yo me he encontrado en esa situación, tiene miedo y utiliza el diálogo para expresar algo que piensa que el espectador no va entender. En cambio, al hacerlo se convierte en redundante. Me encuentro con muchas películas en las que veo que ocurre eso; es literatura filmada, teatro filmado... El cine es otra cosa.

Pero los diálogos también son unas herramienta.

-Lo son. El cine puede utilizarlos o puede no hacerlo: puede utilizar música o no... Son herramientas y yo confío en el poder de narración de los elementos del cine y, sobre todo, en la capacidad del espectador. Vivimos en una sociedad en la que al espectador se lo ha adoctrinado y se lo ha aborregado. ¿Qué ocurre con ese tipo de obras? Que después de verlas ya no las recuerdas. Baby pretende confiar en el espectador. Además, es una película que busco que sea interpretable. No va a haber dos personas que vayan a pensar lo mismo de lo que han visto. Eso me parece interesante porque abre el debate.

La ausencia de diálogos se compensa con la dirección de sonido y con una banda sonora premiada en Sitges.

-He dado el mismo valor a todos los elementos del cine. Acepto que hay películas que tras acabarlas deciden ponerse con la banda sonora, pero no lo entiendo. No sé cómo se hace eso. Mientras escribo, hablo con mi músico. El proceso de los músicos ha sido tan largo como la película; se han vuelto locos intentando encontrar la atmósfera adecuada y el tempo adecuado de cada secuencia.

Por lo tanto, ha cambiado en el montaje.

-Cada vez que la remontábamos o la esenciábamos, debían adaptar las composiciones porque ya no encajaban. Ha sido un proceso muy largo en la que Koldo Uriarte y Bingen Mendizabal han sido llevados al extremo, por eso han sido premiados en Sitges.

En su película todos los personajes evolucionan.

-En Baby todos los personajes hacen un viaje, algunos a un lugar mejor y otros a un lugar peor; es el viaje de la vida que hacemos todos.

¿Podemos clasificar 'Baby' como un cuento de terror gótico?

-Es un cuento o una fábula. Me interesan mucho los cuentos porque son esenciales, van a la esencia del ser humano y, sobre todo, a los miedos y los anhelos del alma. Por eso son subconscientes. Baby está llena de imágenes subconscientes, que puede que no las entiendas, pero las interpretas. Hay gente que ha soñado con la película porque te remueve; acabas dándole vueltas a la cabeza. A los cuentos les pasa lo mismo, son imágenes que no puedes olvidar. Por eso trascienden generación tras generación. Y por eso la sociedad bien pensante, neofascista y neopuritana los quiere censurar. ¿Cómo no va a querer? El poder siempre quiere censurar el arte.

En todo caso, es un cuento para adultos.

-Hay quien la considera dura. Es un cuento de vida y muerte; en ese sentido no hay un juicio de valor, si es malo o bueno, es la vida. Si dejas un objeto en el campo, la naturaleza se lo come.

No es para todo el mundo.

-No es una película amable. La gente que quiera ver una película de Disney, no debe ver Baby. Es una película para quien quiera tener un encuentro consigo mismo y que quiera recuperar ese cine que, a mí por lo menos, me ha convertido en la persona que soy; un cine que me ha hecho reflexionar, militar, que me ha emocionado hasta un punto, a veces, doloroso. Eso sí, siempre confiando en la belleza. Una de las máximas que había en el proceso con el director de arte o el de fotografía es que, por muy terrible que fuese lo que ocurriese en la pantalla, debía ser hermoso. Quería que fuesen imágenes que no pudieses dejar de mirar. Hay belleza en las imágenes e incluso en los terribles sonidos de la película.

Una de las cosas que destaca de 'Baby' es que ha hecho una película de terror a la luz del día, algo muy poco habitual en el género.

-En la película se muestra una noche, pero hay otras dos que obviamos. Queríamos evitar la oscuridad. La protagonista sufre de síndrome de abstinencia, se queda dormida, se vomita encima, tiene pesadillas... es un despojo humano. La realidad no es así, cuando eres alcohólico y politoxicómano no puedes levantarte del suelo. Y ella lo que hace es un proceso de superación de todo eso. Queríamos buscar la belleza, incluso en la muerte, en la enfermedad, en lo enfermizo y putrefacto.

En este largometraje ha vuelto a hablar de la maternidad, algo que ya ha tratado con anterioridad en su carrera.

-¿Qué otro tema más importante hay que la maternidad? Es la palabra que utilizamos, pero yo teorizo mucho sobre la capacidad de crear. El artista arrastra una frustración por la incapacidad de crear, porque la capacidad de crear pertenece a la naturaleza y es un potencial femenino. La mujer tiene la capacidad de crear vida, pero lo que tiene un artista es un sucedáneo, la creatividad. Por eso quieren dejar huella, un legado.

Como creador, ¿qué es lo que quiere dejar usted?

-Una de las razones por la que creo que quiero hacer películas es para conectar. Había un momento en el que me cuesta mucho expresarme hasta cierto nivel. Había un tipo de sentimiento que me costaba transmitir; encontré en el cine esa herramienta para transmitir y que era incapaz de hacerlo de otra manera.

Ha contado internacionales con actrices como Harriet Sansom Harris, Natalia Tena o Rosie Day.

-Estoy muy agradecido por la implicación que han tenido en el proceso. Sobre todo en el caso de Harriet, que aceptó cruzar el Atlántico para trabajar en país desconocido con un director que lo conoce solo por IMDB y que tiene fama de estar tarado. Entiendo que es un acto que yo no sé si hubiese sido capaz de hacerlo en su lugar, porque desde luego no han venido por dinero porque no podíamos pagarles su caché original.

Si no accedieron por el caché, ni por el director, sería porque la historia les trajo.

-Les inquietaba mucho, les resultaba una historia extraña. Tenían mucha curiosidad; les parecía especial, dura, extraña... Además, la película es exigente con las actrices, ha habido momentos en los que lo pasaron mal. No hay escenas normales, los personajes casi siempre están sufriendo.

¿Cómo fue el rodaje con ellas?

-Fue muy complicado coordinar sus agendas con el rodaje. Había muy poco margen y si hubiese salido algo mal hubiese sido un desastre. En una pequeña te vas al carajo. Pero su implicación ha sido absoluta. Creo que durante la primera semana tuvieron dudas, yo tampoco ruedo de una manera convencional. Pero enseguida vieron que queríamos hacer una película con una factura muy alta.

La cinta se ha rodado en Álava y ha contado con un equipo técnico vasco y también catalán. No obstante, podría haber estado ubicada en cualquier lugar. El hecho de que no cuente con diálogos, también invisibiliza de alguna manera la procedencia de las actrices.

-Podría situarse en Rusia, China o en cualquier lugar. Durante el rodaje el guion fue prescindiendo cada vez más de diálogos. El último que rodamos tenía algunos en euskera. Eran frases pequeñas, de carácter informativo. Las actrices llegaron a decirlas. Natalia Tena no tuvo problema porque, aunque es británica, su padre es vasco y su madre extremeña. A Harriet, siendo americana, le costó más, pero lo hizo. Charo López también las aprendió. Quizá algún día montemos la versión con esos diálogos en euskera, pero montándola me di cuenta que los diálogos estaban ahí por temor, por desconfianza.

Llevaba cinco años sin estrenar una película, desde 'Rey gitano' en 2005.

-La producción de Baby comenzó en 2017 pero, claro, la gente solo ve el resultado. Aquel año fuimos a un foro de distribución en París y logramos un coproductor francés. Nos acompañó un año y medio, pero el ICAA no nos dio la ayuda y, entonces, desapareció. Tuvimos que empezar de cero de nuevo. Íbamos a rodarla en Catalunya. De hecho, el teaser se hizo allí. Fue definitivo que la Diputación de Araba confiase en la película. Se sumaron la Fundación Vital, el Gobierno Vasco y el Ayuntamiento de Gasteiz. Eso fue lo que nos decidió a quedarnos aquí. Cuando RTVE compró la película, ya la podíamos acabar. Ha sido fundamental que instituciones que nunca me han tratado especialmente bien, hayan confiado en el proyecto.

¿Se puede rodar sin el ICAA?

-Es muy difícil. Las películas cuestan millones. Y esta es baratísima y se ha conseguido rodar porque el equipo y el elenco se ha implicado. Llevo cuatro años con esta película, empecé en 2017 y la rodé en 2019. Llevo un año con la posproducción, la hemos hecho con las manos. En 2018 me compré una cámara para hacer planos de animales y todos los fines de semana me iba al campo a rodarlos. Eso no es una producción normal.

¿Cómo se sobrevive cuatro años haciendo una película?

-Pues porque casi no como. De hecho, me tuve que venir de Madrid porque no podía pagar el alquiler. Volví a Gasteiz. También es cierto que creo más en Euskadi que en Madrid, donde hay una gran pérdida de tiempo y la vida es más cara. Aquí me he centrado mucho más y ya no es necesario viajar, puedes hacer las reuniones por Skype.

"El autor, y yo me he encontrado en esa situación, tiene miedo y utiliza el diálogo para expresar algo que el espectador no va a entender"

"No podíamos pagar el caché de las actrices; han participado en el proyecto porque les inquietaba mucho"

"No es una película amable. La gente que quiera ver una de Disney, no debe ver 'Baby'; es para quien quiera tener un encuentro consigo mismo"