sus 71 años, Bruce Springsteen aúlla “estoy vivo, vuelvo a casa” en su nuevo disco, A letter to you (Sony). Y no miente. Ha sacado a The E Street Band de su letargo eléctrico, afilado las guitarras y mirado hacia su interior para grabar su mejor álbum de este milenio. En lo que podría ser su último disco con “el mejor grupo de bar” de la historia, recupera la inmediatez de su rock y entrega “una carta” a la altura de su dimensión icónica pero aferrada al presente, como un superviviente que reflexiona con nostalgia sobre su vida.

El último disco de Springsteen fue un Western stars pausado de ecos de folk y country orquestal que hemos aprendido a apreciar más en sucesivas escuchas, pero a Bruce le salvó Elvis y el rock’n’roll en su juventud. Y eso no se olvida. Por ello, a sus 71 años y como canta en A letter to you, sigue buscando “el acorde perdido” y presto a “encender la chispa” junto a su banda. Y lo ha logrado con su mejor disco en décadas, quizás desde The ghost of Tom Joad (1995), con un álbum a la altura de su historia, lejos de pestiños como el olvidable High hopes.

Sus 12 canciones nos devuelven la confianza en una de las mayores leyendas del rock, y lo hacen con un disco que se revela como un libro (una carta) cantado cuyos capítulos pasan del joven delgado y barbudo de los inicios, cuando le vendieron como el nuevo Dylan, al rockero soñador, el héroe de la clase trabajadora, el amante padre… y, cosa de agradecer, menos al más maduro y reciente músico que necesitaba de estímulos externos y épicos para crear, fuera la política de Bush o el ataque a la Torres Gemelas, según el momento.

“El último resistente” entrega un disco de rock directo y demoledor grabado en su estudio casero en solo cuatro días, con su banda tocando a todo trapo, como viejos camaradas que añoraban la emoción de las sesiones juveniles. Habría que regresar a Born in the USA (1984), la última vez en la que tocaron juntos en el estudio. Y, además, sin maquetas previas, buscando la inmediatez. Y sus letras conforman su álbum más personal en años, con versos que desgranan su pasión por la música, por su familia y por la amistad, esos lazos que unen y que eliges más allá de la sangre.

Orgulloso de su supervivencia, Springsteen echa la vista atrás (recupera tres temas gloriosos de los 70), recuerda a los compañeros que se quedaron en el camino y reconoce que “hoy estás y mañana te vas” porque el camino es finito. Siempre quedarán los sueños para reencontrarnos. Si es su despedida con su banda de siempre, ¡por fin está a la altura de su talento!

‘One minute you’re here’. Folk con teclas vaporosas y piano sobre la futilidad del tiempo: “Un minuto estás aquí, al siguiente te vas”.

‘Letter to you’. Medio tiempo con sonido de los 90 (¿Lucky town?) que bucea “en lo profundo de mi alma”. Es una carta a sus fans en la que recuerda los tiempos difíciles y los buenos, escritos con “tinta y sangre”, entre miedos y dudas.

‘Burnin’ train’. Rock de invocaciones religiosas y con la inmediatez de las sesiones de The river, redobles de batería y la fiereza guitarrera en el solo de Darkness in the edge of town. Alude a un tren como metáfora del sexo: “Cama llena de espinas y bendecida en tu sangre”.

‘Janey needs a shooter’. Clásico de la época Darkness…. Intensa y dramáticamente eléctrica, con protagonismo de teclados tempestuosos, con Roy Bittan ofreciendo un máster con cuatro notas y solo de armónica doblado con guitarra antes de un crescendo en el que Bruce se deja la voz. Joyaza.

‘Last man standing’ La primera compuesta del álbum. Más rock fibroso con la primera entrada del saxo, episódico en el disco. Habla con nostalgia de los viejos tiempos, de sus inicios musicales, cuando “eras duro, joven y orgulloso”, y hace recuento de los que se han quedado en el camino.

‘The power of prayer’. Rock como oda al amor, “un juego fijo sin reglas”, con un bello piano y más saxo. Remite a I’ll work for your love. “Dicen que el amor viene y va ¿qué saben ellos? Estoy alcanzando el cielo”, canta.

‘House of a thousand guitars’. Con sus heridas y cicatrices, y guiño a Jungleland incluido (“las campanas suenan a través de las iglesias y cárceles”), es una declaración de amor a la música, ya sea en bares o estadios. Parece aludir a Trump al cantar “el payaso criminal ha robado el trono, roba lo que nunca puede poseer”.

‘Rainmaker’. Producción a lo de The rising, recargada y con teclas orquestales. Más versos políticos: “la casa está en llamas, a veces la gente necesita creer en algo malo y contratan a un hacedor de lluvia”. La peor.

‘If I was the priest’. La tocó ante John Hammond, con quien firmó su primer contrato, y conocida en maqueta acústica. El fantasma de Dylan se adivina en el fraseo y la letra caudalosa de un rock-soul arrollador protagonizado por jóvenes pendencieros entre imaginería religiosa.

‘Ghosts’. Rock apisonadora con la banda echando fuego. Otra joya con guiños a colegas muertos como Clarence Clemons, Danny Federici y George Theiss. “Estoy vivo, puedo sentir la sangre en mis huesos”, aúlla.

‘Song for orphans’. De 1971, Dylan toma cuerpo en su letra críptica: “Aquellos osados renegados, sin propósitos ni objetivos que viven sus vidas en canciones, perduran el lapso de una vela y, en un susurro de buenas noches, se desvanecen”.

‘I’ll see you in my dreams’. Gran medio tiempo rock de aire country. En ella confía en que “la muerte no es el final y te veré en mis sueños”.

Recupera el sonido clásico de la E Street Band en un álbum grabado en solo cuatro días y con todos sus miembros tocando juntos