hrissie Hynde ha devuelto a Pretenders a su punto de partida, el del rock a saco, enérgico, adrenalítico y de espíritu punk, superados los 40 años de su formación. A sus 68 años, la estadounidense regresa con Hate for sale (BMG), un álbum retrasado varios meses por la pandemia y que recupera su figura como icono del rock femenino del último medio siglo con canciones entre el rock, el punk, las baladas y el reggae.

Al igual que Debbie Harry, vocalista de Blondie, que cumple 75 años, Hynde es una de las caras más visibles del rock en femenino parido en los años 70 del siglo XX, junto a Patti Smith. Y, la verdad, nadie esperaba una resurrección de tal calibre de su grupo en 2020, aunque el anterior álbum de Pretenders, Alone, ya mejoraba en mucho trabajos preliminares al recuperar en parte su vieja ira eléctrica.

Hate for sale confirma que Hynde seguirá en esto hasta su muerte. Va camino de ello a sus 68 años. En una conversación en un hotel madrileño hace dos décadas ya nos dijo que soñaba con actuar y grabar “como los bluesmen”, hasta que no pudiera respirar. Y una de sus recientes canciones, I didn’t know when to stop, puede tomarse como metáfora de esta profética afirmación.

Hynde sigue en lo suyo. Aquella mujer con flequillo, sexy y rebelde que nos invitaba a escuchar el disco homónimo de Pretenders (1980) con una chupa de cuero rojo sigue con una cazadora similar... pero de cuero negro. Fiel al rock’n’roll a pesar de los años y con carácter, el que inunda Hate for sale. Este nuevo disco, el décimo primero del grupo, ha recuperado para la causa a otro clásico de los 80, Stephen Street, productor molón y responsable de éxitos de The Smiths, Blur o Suede.

El grupo, al que sigue fiel el batería original, Martin Chambers, se completa hoy con el electrizante guitarrista James Walbourne (Jerry Lee Lewis, Dave Gahan) y el bajista Nick Wilkinson. Juntos entregan un disco de canciones cortas, urgentes, sin truco de estudio alguno, con el aroma de la espontaneidad y a bordo de la instrumentación básica del rock, la de guitarras, batería y bajos, solo coronada por puntuales concesiones a teclados y armónicas.

Hate for sale no descubre la pólvora, pero sí recupera el vigor eléctrico y fiero de sus dos primeros discos, con su líder capaz de arañar en los pasajes eléctricos y acariciar en los más lentos, su particular seña de identidad. Y se advierte la inmediatez del disco desde su arranque con la canción que lo titula, en la que arrancan, advierten un error y paran, para empezar de nuevo. Paradinha como en el local de ensayo, vamos.

El álbum se inicia con la canción homónima, Hate for sale, una concesión al punk de su juventud, cuando compartía espacio como crítica musical y seguidora con Sex Pistols e Iggy Pop. “Todos amamos el punk y este tema es mi homenaje a los más grandes del género: The Damned”, explicó Hynde. Esa electricidad se advierte también en la rockera I didn’t know when to stop, con su puente de armónica; la seca y marcial Turf accountant daddy; y la garajera y distorsionada Junkie walk...

Al otro lado de la balanza, Hynde se torna dulce en la balada You can’t hurt a fool, con ecos de los 60 y del soul; el medio tiempo Maybe love is in NY City, que se acerca al encanto de Talk of the town; la tierna Crying in public, con un piano muy a lo Roy Bittan; y el popero The buzz, en el que compara “las relaciones amorosas con la adicción a las drogas” y remite a otro clásico juvenil, Kid.

Y en el camino se cuelan un cruce entre la new wave y Bob Diddley en ritmo y palmas en Didn’t want to be this lonely, y el reggae Lighting man, que pone color y versatilidad a un repertorio de notable muy alto.

El álbum sigue la línea de su anterior trabajo, ‘Alone’, y mezcla canciones entre el rock, el punk, las baladas y el reggae sin perder su esencia