Un virus que se expande rápidamente; las calles desoladas y, a la vez, tumultos en los supermercados; restricciones de la democracia y la toma militar de las calles... Todo esto ya lo hemos leído en algún lado.

La crisis provocada por el covid-19 ha supuesto un repunte en la compra on line y de novelas que en su día abordaron -¿profetizaron?- una pandemia. Ha servido también para sacar a la luz obras ya olvidadas. Es el caso de Los ojos de la oscuridad, de Dean Koontz, un libro publicado en 1981 y que en una de sus subtramas anunciaba la creación del virus Wuhan-400 en China.

La ciencia ficción siempre ha imaginado futuros apocalípticos y los procesos deshumanizadores que los acompañan, aunque también es cierto, como ocurre en La guerra de los mundos (1898), de H.G. Wells, que en ocasiones la literatura ha usado los virus como elementos de salvación. No es el caso de los libros que siguen.

Aludiendo a otra obra del XIX, Mary Shelley, autora de Frankenstein o el moderno prometeo, publicó en 1826 una novela titulada El último hombre, un relato que aborda la historia de una sociedad arrasada por una plaga, El último hombrenarrada por el último superviviente de la Tierra. Se trata de una narración que, pese a lo fantasioso, tiene aparentes raíces autobiográficas, comenzando por la soledad de la autora ante incontables pérdidas cercanas.

En la estela de Shelley, pero algo más de un siglo después, Richard Matheson publicó otra historia protagonizada por el último hombre vivo después. En el Estado se tituló Soy leyenda (1954), haciendo referencia a la frase que cierra la novela. No obstante, su título original, The Omega man -El hombre Omega-, hace mayor justicia al contenido del libro, que sigue la vida de Robert Neville durante tres años a finales de la década de 1970. Matheson narra la cotidianidad del Neville como último ser humano, después de que un virus haya transformado al resto en vampiros.

De los chupasangre pasamos a las ratas y retrocedemos menos de una década para hablar de un existencialista, de Albert Camus, y de la peste que asoló Orán, Argelia, en un año desconocido de la década de 1940. Si bien no puede considerarse en puridad una novela de ciencia ficción, no puede dejar de citarse La peste (1947) y a su protagonista, el doctor Rieux, que intenta por todos los medios salvar la ciudad. Camus imaginó esta ficción como una metáfora de las consecuencias y el horror de de la Segunda Guerra Mundial -es por ello que el autor de El extranjero no explicita en qué año transcurre la historia-. El debate entre ciencia, humanismo y fe surge en el relato de una sociedad en cuarentena, temerosa y que pierde vidas día a día, sin control.

LA NOVELA DE SARAMAGO En el caso de Ensayo sobre la ceguera (1995), de otro Nobel, José Saramago, el mal que amenaza a la sociedad no es mortal, pero saca a relucir lo peor del ser humano. ¿De qué es capaz el individuo -y el colectivo- cuando tiene miedo? Es una pregunta que, por norma, sobrevuela a la mayoría de este tipo de obras. La ceguera blanca es una enfermedad que infecta a la mayoría, un virus que de la noche a la mañana deja ciego al ser humano. La novela cuenta la historia de los primeros infectados -y de la mujer de uno de ellos que finje su ceguera para estar con su pareja- y analiza la incapacidad del Gobierno y de las fuerzas militares para contener la pandemia, al tiempo que se asiste, a través de un microcosmos, a la desintegración de la sociedad y al surgimiento de nuevos órdenes, paradójicamente, más primitivos.

Otra novela que ha vuelto a estar de actualidad ha sido Guerra Mundial Z: Una historia oral de la guerra zombie (2006), de Max Brooks. Como habrán adivinado el virus al que se enfrenta la humanidad convierte a los seres vivos en no muertos. Relatado como si fuese un ejercicio periodístico retrospectivo, Brooks, que divide el libro en entrevistas que narran, desde puntos de vista socioeconómicos, geopolíticos y militares, las distintas fases de la guerra contra los zombies -el primero, surge en China-. Otras obras como el cómic The walking dead (2003-2019), de Robert Kirkman, también utilizan la excusa zombie para desarrollar la idea de que ante una situación extrema, el ser humano es mucho más peligroso que aquello que teme, aún cuando intenta reconstruir la sociedad.

Con una raíz parecida, Alan Moore y David Lloyd crearon en los 80 un antihéroe dispuesto a volar por los aires un sistema que estima corrupto. V de Vendetta (1982-1988) se ambienta en una Gran Bretaña totalitaria orwelliana, surgida de los escombros de una guerra nuclear mundial, aunque en su versión cinematográfica, de la que Moore reniega, es el control de la propagación de un virus letal el que permite al Ejecutivo fascista limitar el poder del pueblo; derechos que una vez normalizada la situación no devuelve, realidad ante la que se rebela con violencia el anarquista llamado V. Todo un aviso a navegantes.