intores/as de todas las épocas han mirado a través de las ventanas y de los balcones del mismo modo en que las/os ciudadanas/os lo hacemos ahora. Y colocando a personajes, casi siempre mujeres, asomadas en actitud contemplativa, pensativa, soñadora, traviesa... También los hay que han pintado ventanas como elemento central, como punto de entrada de luz, de iluminación en el sentido más espiritual del término o como restos de un edificio que en otro tiempo fue habitado. Los miradores son, sin duda, uno de los elementos recurrentes en la historia del arte.

Cuando se suman los factores mujer más ventana, a casi todo el mundo le viene a la cabeza Muchacha en la ventana, cuadro que Salvador Dalí pintó en 1925 y en el que retrató a su hermana Ana María, que entonces tenía 17 años y que fue inmortalizada por el artista en numerosas obras más hasta la aparición de Gala. Una obra temprana que sorprende por un realismo después nada propio en el genio del surrealismo. Movimiento que compartió con su coetáneo Magritte, que en su obra La condición humana volvió a demostrar que lo que se muestra es más apariencia que otra cosa.

Pero muchos maestros antes que ellos utilizaron las cristaleras y vanos de las casas para asomar a sus personajes o para que estos se inclinaran hacia el exterior. Como Bartolomé Esteban Murillo, que no solo plasmó vírgenes y estampas santurronas, sino que también reflejó la vida en las calles más pobres de Sevilla. Por ejemplo, hay quien dice que las protagonistas de Mujeres en la ventana (1675) eran prostitutas, pero lo cierto es que vistas desde hoy parecen reírse de nosotros. Y hacen bien. Quien es uno de los campeones de las ventanas es el danés Vilhelm Hammershoi (1864-1916), que optó por los interiores, y consiguió como nadie pintar el silencio. Hay quien le emparenta con el esteticismo de Whistler y con las soledades de Hopper, cuyas obras reflejan a personajes taciturnos, a veces junto a otros, pero siempre solos. Como Mañana soleada, por ejemplo. Aunque algunos expertos sostienen que Hammershoi dialogaba en sus cuadros con obras creadas muchos años antes por compatriotas suyos como Vermeer. Y señalan las similitudes entre Mujer leyendo una carta en la ventana (1657), del autor de La joven de la perla, y Ida leyendo una carta, del artista decimonónico.

En el apartado costumbrista, quién no recuerda a las muchachas retratadas por Julio Romero de Torres, detrás de las cuales casi siempre estaba la belleza de Amalia Fernández Heredia, La Gitana. Ella fue la modelo de numerosos cuadros del cordobés, como la que aparece en esta páginas, La niña de la calle de Armas (1922).

Expertos sostienen que Hammershoi dialogaba en sus cuadros con obras creadas años antes por Vermeer