ientras toda una sociedad diversa trata de sobreponerse a una crisis inédita que amenaza su vida y hacienda, parte de su clase dirigente pone rumbo al pasado. La España negra ha vuelto. La derecha y la ultraderecha españolas agitan el dolor por los muertos y reclaman el luto como prioridad. Que el negro pinte la realidad y no de color esperanza. Haciendo suya esta lúgubre encomienda, la reina de las mañanas de la tele, Ana Rosa Quintana, luce a diario en su costado un lazo negro. ¡Que se sepa cuánto sufro, doliente y compasiva! Intereconomía TV, la más ultra de las cadenas y emisora de odio, sitúa en el frontal del plató de su tertulia El gato al agua una gran bandera rojigualda con crespón fúnebre. ¡Mal español es quien no se adhiera a nuestra tristeza de campanario!

En el último debate parlamentario, los dirigentes del PP y Vox reprocharon a Sánchez que llevara corbata roja. Casado, Abascal y el portavoz de Ciudadanos vestían traje oscuro y corbata negra. ¡Como debe ser hoy para un español de bien! Exigen bandera a media asta, descomunal monumento y un funeral de Estado. Eso sí, lo de ayudar a la solución de los problemas, sentarse a acordar un gran pacto de reconstrucción y sumarse solidariamente a las medidas sanitarias y económicas, de eso nada. Leña al mono. Luto y tente tieso.

No he visto en duelo a los líderes del mundo; pero España ha de mostrarse negra y compungida. Porque las lágrimas, aunque sean de Lacoste, son útiles para la exageración y el dramatismo. Hace décadas, las familias vestían un mes de luto tras un fallecimiento y quitárselo antes de tiempo era irreverente y causa de murmuraciones. Hemos vuelto al franquismo de los gestos hipócritas, de réquiem y golpes de pecho. En esencia, el mismo tráfico político que con las víctimas del terrorismo. Igualito, igualito que el difunto de su abuelito.