Cómo que comes y cenas pizza el mismo día?”. Para una vez que mi madre deja de estar ocupada y lee mi columna, me llama para echarme la bronca: “¿Y qué has comido hoy?”. “Alcachofas con refrito y algo de jamón”. La respuesta era pasta con tomate. “No te creo, seguro que has comido pasta con tomate”. No hay nada que hacer. Después del rapapolvo, viene aquello de “¿No tenías una bicicleta estática en casa?” y el siempre amable “Vas a volver a engordar”. Mi padre le habrá dicho que, tras recoger toda la ropa de mi cuarto, apareció una bici. Además de insultarme y vacilarme, el viejo sí que me lee. Será chivato. Que aproveche y que la saque al balcón, que hace bueno y que pedalee al aire libre, que ya ha visto que hay gente que hace deporte en casa como quien sale a correr al monte, todo maqueado. Quién le dice ahora que ya no hay ropa sobre el aparato del demonio pero que vuelve a estar enterrado, ahora por cajas de pizza que aún no he bajado a reciclar. Dicen mis compañeros de piso que no se puede, que hasta que pase la cuarentena cada uno tiene que guardar la mierda en su cuarto. Igual me hago un fuerte con un tutorial de YouTube para el fin de semana o para Semana Santa. “Puedes quitarte el pijama y ponerte el chándal que te trajeron los Reyes. ¿A que no lo has estrenado? Así sales y tomas el aire y algo de sol, que siempre has sido muy blanquito. Un poquito de vitamina D. Por cierto, ¿ya lavas el pijama?” Sí, ama. “No me digas Sí, ama para que me calle”. No, ama.