Muerte y resurreción se dan cita en Sinónimos, el largometraje con el que Nadav Lapid conquistó el Oso de Oro en la Berlinale el pasado año. Inspirado en su experiencia personal, el cineasta israelí relata el renacer que experimenta un joven al dejar atrás su país natal, incluida su cultura y aterriza en territorio nuevo.

“Un día, como si hubiera escuchado una voz de la nada, me di cuenta de que tenía que abandonar Israel”, recuerda Lapid sobre el detonante que le llevó a París y a “huir y salvarme de un destino israelí”, aunque finalmente terminó por regresar a su país.

Y eso hace Yoav, un joven israelí, que viaja a París con la esperanza de que Francia lo salve de la locura de su país. Pero nada más llegar a la ciudad, Yoav se queda literalmente desnudo, sin posesiones. Renace así de cero, renegando de Israel y del hebreo, y establecerá una relación cercana con su benefactor Émile y su novia Caroline.

Así, la cámara se pierde por las calles de la capital francesa, persiguiendo la evolución personal del protagonista: “Mi película intenta no filmar vistas de París, sino sentimientos experimentados por Yoav o por mí mismo al caminar en la ciudad”, explica el director sobre una puesta en escena enérgica y arriesgada, ya que “el cine es también movimiento, coreografía”.

Todo ello desde el triángulo que formarán los personajes de Yoav-Emile-Caroline, desde el que se desarrolla una tensión entre el interés personal, la explotación, la fascinación y el amor. Una tensión que se traslada al protagonista, desde “el afecto-rechazo entre Israel y Francia” que experimenta.- N.G.