Nos llega de la vecina Francia un cargamento de comedias que hacen del género un disfraz, para afrontar el tema de la emigración. Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho... ahora? de Phillippe de Chauveron es, además, la continuación de una de esas incursiones que se cerró con un evidente éxito comercial.

Un poco en la línea de lo que aquí supuso Ocho apellidos vascos, que luego dio paso a Ocho apellidos catalanes, acontece con esta convencional familia de cuatro hijas, cuyos progenitores liban el tuétano de la Francia de DeGaulle y cuyas descendientes se casan respectivamente con cuatro emigrantes de países tan dispares como Palestina, Israel, China y Costa de Marfil.

En la obra precedente, boicoteada por racista en países de piel fina y Brexit interruptus, se impuso la ley del mercado, esa que no va al cine a sufrir y que aprecia mucho la sal gruesa y el chiste rancio. Allí se nos contaba cómo hija a hija, la Francia que se avecina: o se llena de extranjeros, o no tiene futuro. En esta, lo que se cuestiona precisamente es ese futuro ante el que los yernos, por diferentes razones, parecen decididos a labrarlo en sus países de origen, fuera de Francia.

Así, en un contexto donde los emigrantes viven en casas de lujo y los problemas se reducen a un encadenado de duelos dialécticos propios de una cena de Nochebuena, Chauveron exprime una idea que en su filme precedente ya había quedado seca. Sin el apoyo de la novedad y con un marcado tono artificial, no hay noticia alguna de la complejidad del tema que se toca. Reducir el enfrentamiento palestino-israelí al terreno de las discrepancias Madrid-Barça, o hacer de las peculiaridades culturales un reducto de chistes de Arévalo, no contribuye a darle mayor interés a una comedia de ninguna gracia.

El conflicto está en los yernos, ante la mirada vacía y la actitud pasiva de las hijas. El resto, un puñado de convenciones al uso, comienza con un viaje mal explicado y peor representado por el que Claude y Marie Verneuil, los padres de las hermanas francesas, visitan los cuatro países de origen de sus yernos. De ese periplo solo surge la ratificación de que las mejores excelencias se encuentran en Francia. A partir de hay, todo se precipita en lo previsible; un cine francés que podría haber sido apadrinado por las españoladas de los Landa, Ozores y compañía.