DONOSTIA - Sin su empuje e iniciativa, jamás hubieran salido adelante asociaciones como Gerediaga o Euskarazaleak, jamás se hubieran creado el Museo de Arte e Historia de Durango o el Photomuseum de Zarautz. Leopoldo Zugaza tiene un currículo tan amplio que resulta imposible resumirlo en esta entrevista. Ha fundado instituciones, ikastolas, asociaciones, centros de actividad; ha promovido museos, bibliotecas; ha editado libros y revistas... Ha sido también asesor del Departamento de Cultura de la Caja de Ahorros Vizcaína y miembro de la Junta del Patronato del Museo Bellas Artes de Bilbao, así como del Instituto Labayru, Eusko Ikaskun-tza... Como él mismo ha confesado a este periódico en varias ocasiones, “he dedicado toda mi vida a facilitar que la gente entre en contacto con la cultura”. A sus 87 años, no baja ni un minuto la guardia y sigue pensando en cómo seguir llenando vacíos culturales. Acompañado de su inseparable mujer, Carmen Miranda, un pilar básico en su vida, Zugaza relata en esta entrevista algunos de los momentos claves de la cultura de este país, de los que él fue uno de los protagonistas indiscutible.

Sus contribuciones son innumerables en el mundo del euskera y de la cultura en general.

-Tengo que confesar que solo sé cuatro palabras de euskera. Soy el producto de unas circunstancias históricas determinadas. Nací en plena República y mi infancia transcurrió en un ambiente de guerra. Recuerdo el día del bombardeo, ya me había vestido para ir a clase cuando empezaron a caer las bombas. Mi madre nos cogió y nos bajó a una huerta de al lado para refugiarnos. Cuando cambió el sistema político, era raro oír hablar en euskera en la calle, solo se hacía en casa. Esas tonterías que te decían cuando te oían hablar en euskera: “Hable en cristiano”. La intransigencia en aquel momento fue tremenda. Un amigo me contaba cómo cuando volvieron a casa tras el bombardeo, el vecino le pidió “no hablar vascuence”. No sabía hablar castellano, pero por si acaso, por miedo, no quería hablar euskera. Era una situación muy absurda.

¿Cuándo surgió esa inquietud de luchar por el euskera?

-Creo que fue por la educación que recibí. Tenía una familia con unas vivencias democráticas absolutas, de mucho respeto. Mi madre leía mucho, mi padre tenía una gran biblioteca, de la que nosotros cogíamos libros. En la casa donde hay libros, el niño se hace lector, y en mi familia leía todo el mundo. Además, por educación estábamos convencidos de que había cosas que no se podían prohibir. Si la gente quería leer en euskera, tendría que poder hacerlo. La defensa no era solo y exclusivamente del idioma, sino también como una rebelión ante una intolerancia que era inadmisible. Aquello no había derecho.

Se preparó para ingresar en la Escuela de Ingenieros de Bilbao...

-Me matriculé, para ser más exacto (se ríe). Veía más películas que lo que iba a clase. Quería, de alguna manera, asumir el mundo de mi padre que, aunque era veterinario de profesión, tenía también negocios. Pero no tenía mucho interés, aprobé el primer ingreso, pero lo dejé.

Ha comentado que también fue cobrador de autobús, mecánico de camiones, tendero... Pero pronto empezó a a organizar actividades de carácter cultural.

-Hasta que tuve 18 años, en Durango no existió una biblioteca pública ni una librería, tan solo un pequeño establecimiento donde se cambiaban novelas. En aquellos años, había una carencia total de cultura y yo siempre he tenido ideas en la cabeza para hacer cosas, curiosidad, inquietud que sigo teniendo hoy en día, no me abandonan nunca.

Uno de esos proyectos fue la asociación Euskerazaleak para el fomento del euskera, creada en 1967, en plena dictadura, y tras superar numerosos obstáculos. ¿Qué recuerdos le trae?

-Fue un testimonio de adhesión popular al euskera. La iniciativa nació de una propuesta de José Antonio Montiano y a mí me habló por primera vez de este proyecto Jesús Atxa. Éramos unas seis o siete personas. Me encargaron hacer los estatutos que teníamos que presentar en el Gobierno Civil para la inscripción en el registro de asociaciones. La primera actividad fue la distribución de un manual de aprendizaje del idioma. Se planteó también una campaña de recogida de firmas solicitando al Ministerio de Educación la implantación de la enseñanza en la primera enseñanza. Conseguimos más de 50.000 firmas, aunque algunos tenían miedo de hacerlo. Fuimos a Madrid a entregarlas. Incluso el periódico ABC publicó una pequeña fotografía de aquella reunión sobre “el asunto de la enseñanza de ese idioma vernáculo”.

Fue también promotor de Gerediaga Elkartea. ¿Cómo consiguieron sacar adelante la asociación en pleno régimen franquista?

-Entre semana iba a trabajar, mi padre había muerto y yo me tenía que responsabilizar de los negocios, pero los domingos pasaba más tiempo en casa. Un día se me ocurrió que teníamos que impulsar una entidad cultural en Durango. Empecé a redactar los estatutos y le puse el nombre. Pero tuvimos que esperar a que surgiera la Ley de Asociaciones, que en realidad no era otra cosa que una argucia política de Fraga pensada para controlar a unos grupos políticos que estaban surgiendo. Pero el caso es que permitió que determinadas entidades pudieran tener vida, porque hasta entonces solo se admitían agrupaciones dedicadas al deporte. Como le había llamado a ese proyecto Gerediaga, como son doce pueblos, buscamos doce personas, entre ellas una fue mi mujer. Nos fuimos reuniendo amigos y socios y mandamos los estatutos al Gobierno Civil. Un día me llamaron y me dijeron que había un problema, pensé: Ya la hemos armado. Al final, fue que no había puesto el patrimonio con el que contaba la asociación. En realidad, surgió sin ningún patrimonio, solo con las aportaciones de los socios y donaciones que podían hacer otras entidades y particulares. Así que añadí este artículo a los estatutos y a los dos días nos mandaron una carta diciendo que estábamos autorizados. Así comenzamos.

Pero no empezó como una feria del libro.

-No. Se propusieron varias actividades, que van a sorprender, como una serie de proyecciones de películas sobre organización de empresas. Hicimos muchas cosas interesantes: exposiciones, ciclos cinematográficos, intervinimos en la creación de la Mancomunidad, en el Plan Comarcal de Urbanización... Yo he repetido muchas veces que he participado en infinidad de iniciativas, pero nunca me he salido de la ley. Las propias leyes que teníamos permitían hacer muchas cosas que pensaba que no se podían hacer.

¿Por qué abandonó Gerediaga?

-Me fui porque queríamos fundar una ikastola en Durango y porque quería que nadie involucrara a Gerediaga en ese tema, para que no hubiera problemas, porque aún había gente que era reticente al tema de ikastolas.

Incidió también en otras disciplinas como las artes plásticas e impulsó la sala de exposiciones Ezkurdi, el Museo de Arte e Historia de Durango, el Photomuseum de Zarautz...

-He procurado cubrir todos los ámbitos de la cultura. Empezando por mi localidad, porque hay que acercar la cultura a los ciudadanos. El Ayuntamiento abordó las obras de remodelación de la Plaza del Ezkurdi y junto con unos amigos pedimos que se habilitara una sala de arte permanente. Posiblemente, contribuimos a la educación cultural de muchos ciudadanos de aquellos años, les dimos la posibilidad de entrar en contacto con las obras de arte de nuestros creadores vascos.

¿Y el Museo de Arte e Historia de Durango?

-Un día me crucé con el que por aquel entonces era el alcalde, Patxi Zurikaray, y me comentó que le ofrecían un edificio a un precio muy razonable. Le dije inmediatamente: “Pues cómpralo”. “¿Para establecer, qué?”, me preguntó. No lo dudé: “Un museo de Arte e Historia para Durango”.

Usted que ha sido editor, que tuvo su propia librería y editorial, ¿qué opina de la situación del libro en la actualidad?

-No es que haya indiferencia, es que en algunos casos hay animadversión hacia la lectura. Hay gente a la que le parece que tener un libro es un atentado. No me cabe en la cabeza, yo compro libros todos los días del año. Puede que lo mío sea exagerado, pero el libro es el único vehículo que tiene como misión la transmisión del conocimiento. Nunca va a desaparecer, por muchas cosas que digan, que haya distintos soportes tecnológicamente muy avanzados, siempre vamos a volver al papel. Tenemos cinco sentidos, uno de ellos es el tacto, no hay nada como tocar el papel. Esa sensación no la transmite una tableta.

¿Qué le aporta la edad? ¿Qué proyectos tiene en la actualidad?

-Con la edad es mucho más fácil. Antes cualquier problemilla suponía noches sin dormir, ahora me resulta más fácil todo. ¿Proyectos? Por ejemplo, estos días he recortado un artículo que dice que el 93% de las noticias sobre el País Vasco que han aparecido en The New York Times ha sido sobre terrorismo. Hay que rescatar esa imagen que tenía el País Vasco y las personas en toda América. Se suele alardear de que hay catorce vascos que han sido presidentes de la República Argentina, pero no se sabe que hubo 16 presidentes vascos en Bolivia, alguno nacido en Bilbao, posiblemente en las Siete Calles. Y eso no se conoce ni aquí ni allí. Pues vamos a contárselo. Precisamente, eso es lo que hago en el Instituto Bibliographico Manuel de Larramendi. A partir de esa propuesta del boletín, con ayuda del Ayuntamiento de Bilbao y apoyo del Gobierno Vasco se celebrará un congreso de periodismo vasco en América el 3 y 4 de diciembre del año que viene.

Sus hijos han heredado su amor por la cultura. Miguel ha dirigido el Museo del Prado y ahora el Bellas Artes de Bilbao, del que usted también formó parte. Alejandro, la editorial Ikeder...

—Afortunadamente todos han tenido una vocación hacia el mundo de los servicios culturales y yo creo que todos ellos con mérito. Ahora tengo ocho nietos, tienen afición, me gustaría que alguno tuviera también dedicación, pero sin obligarles, con absoluta libertad. La verdad es que hemos tenido mucha suerte.