André Greipel (Omega Pharma)3h31:21

Mark Cavendish (HTC)m.t.

José Joaquín Rojas (Movistar)m.t.

GENERAL

Thomas Voeckler (Europcar)42h06:32

Luis León Sánchez (Rabobank)a 1:49

Cadel Evans (BMC)a 2:26

Etapa de hoy, 11ª: Blaye-Les-Mines, 167,5 kms. ETB-1, Teledeporte y Eurosport, 15:00 h.

Carmaux. En Francia se amanece siempre con L'Equipe, la hoja parroquial del Tour. Hay que saber por dónde respira la carrera francesa. Ayer por aquí: "Las dudas de Contador". Y una larga explicación sobre los problemas que padece en la rodilla derecha para acabar afirmando que el ciclista de Pinto tiene tomada la decisión de retirarse en los Pirineos. Sprint a la salida de Aurillac con la tostada en la boca. Allí está Bjarne Riis, el manager del Saxo Bank, que cuando le preguntan por la afirmación del diario parisino apenas le cambia el gesto de la cara y se limita a decir que son especulaciones, nada más que ecuaciones de periodista.

Contador es mucho más contundente: "No se me pasa por la cabeza irme a casa, solo cuando termine el Tour". Dicho esto, se mete de nuevo en la barriga del autobús. Pica entonces el sol. Cuando vuelve a bajar las escaleras, caen piedras del cielo negro. No hay quien se aclare en este Tour. Graniza cuando se espera el sol y escampa cuando se huele la tormenta: horas después, en la meta de Carmaux, cuando Cavendish, emotivo y orgulloso, sufre la más dolorosa de las derrotas posibles. Ante Greipel. Su enemigo íntimo. Se esperan rayos y truenos. Y nada es lo que ocurre. El británico le felicita; el alemán, cercado por la prensa hacia una declaración incendiaria, no entra al trapo. "Ese no es mi terreno". En el suyo, destronó ayer a Cavendish.

A la espera de los Pirineos, que llegan mañana para deshacer todas las incógnitas que rodean al Tour, reinó en la etapa una calma desconocida. Solo hubo una caída. Temprana. En el kilómetro 14. Se astillaron Cancellara y, otra vez, Leipheimer y Gesink, el holandés que lleva la huella de media Francia en el cuerpo. Luego se hizo la paz. Tiempo para lamerse las heridas. La de Contador, el golpe en la rodilla que mima con sesiones de acupuntura, -"no era algo que me llamara la atención, pero me ha sorprendido", dice-, empezó protestando tímidamente y acabó por no dar guerra durante la etapa.

Las de Flecha y Hoogerland aún escuecen. "Hoy hemos ido un rato junto charlando de lo que ocurrió", contó el catalán del Sky. Lo que ocurrió es, ya saben, el atropello del coche de la televisión francesa a los dos ciclistas en la etapa de Saint-Flour que dejó a Flecha tirado en el asfalto con mil golpes y al holandés enredado en el alambre de espino que cerca el campo. De eso hablaron. De que aquella noche Hoogerland durmió empapado por el sudor de una pesadilla en la que al ser desenganchado del alambre no volvía a montar en la bicicleta sino sobre una silla de ruedas porque se había quedado paralítico. El día de descanso, rodó 45 minutos con su padre. Ayer, envuelto en vendas, acabó a seis minutos. Medio minuto antes entró Flecha, contento de haber pasado el día pese a la preocupación por los puntos que cerraban las heridas, que tiraban. "¿De lo que ocurrió que quieres decir, Joan Antoni?", le preguntaron en meta. "Nada, que ya se ha pasado", dijo. Paradójicamente, su equipo, el Sky del magnate de la comunicación, Rupert Murdoch, le pide que no hable de un asunto que corre hacia una demanda judicial contra el conductor.

Gilbert e… Izagirre La tertulia duró hasta casi el final. Hasta un puerto a menos de 20 kilómetros para la meta. Era de cuarta, pero en el Tour se va ya tan al límite que el pelotón se hizo añicos. El corte atrapó a Contador. "Iba un poco atrás", reconoció. "Pero he remontado y eso es señal de que las piernas van bien". Por delante apretaba el Omega de Gilbert, que arrancó con la brutalidad que acostumbra. Le siguieron el líder, Voeckler y su repertorio de gestos irritantes, y unos pocos. Dos o tres. Casi llega Gorka Izagirre, una delicia de ciclista, que salió un poco más tarde y cogió a todos menos al tremendo belga, que iba ya solo por delante. El pelotón, de todas maneras, se lo tragó también poco después.

Iba embalado. Pero sin tren. El HTC había descarrilado. Era lo que, en realidad, quería el Omega con la ofensiva de Gilbert. Llevaba una carta oculta a rueda de Cavendish: André Greipel. Así entraron en la recta de meta. El británico salió para ganar, la cabeza gacha, una bala de cañón, y cuando miró a su izquierda para ver cuánta diferencia llevaba, su vista golpeó contra un fantasma. Era Greipel, que le superaba ya sin remisión y pegaba un puñetazo al cielo. Donde más le duele a Cavendish.

Del británico siempre se espera lo mejor tras la etapa. Ayer, al caer ante Greipel, hay quien soñaba con caviar. Carnaza. El odio viene de lejos. De 2007. De un sprint de la Estrella de Besseges tras el que casi llegan a las manos. El alemán, que compartió ciudad de nacimiento, Rostock, y entrenador con Ullrich, era entonces el jefe y se sintió traicionado por un joven británico de las Islas Man que no respetó la jerarquía. Un año después, en el Giro de Italia, el orden establecido cambió y el Columbia se decantó por el talento de Cavendish. Greipel se quedó a un lado.

No volvieron a compartir calendario. Pero se han dicho de todo. "No ganarás ninguna carrera en este equipo mientras yo siga aquí", le amenazó un día el británico. Greipel se fue, pero la guerra siguió. Cuando el alemán ganaba cinco etapas en el Tour Down Under hablaba el del Columbia: "Solo gana carreras de mierda". Mucho más cerca, hace unos días en Chateauroux -victoria deslumbrante de Cavendish por delante de Greipel-, otro mensaje: "He ganado casi sin dar pedales". Por eso ayer, derrotado el de las Islas Man, se esperaba tormenta. Pero nadie habló. Greipel ya lo había dicho todo.