casi sin empezar el Tour, tres ilustres como Boonen, Brajkovic y Wiggins ya están en casa. También Velasco, operado ayer de su clavícula derecha. Gesink, Contador, Garate, Leipheimer, Popovych, Horner, Ciolek, Kreuziger, Zubeldia, Intxausti… La lista de caídos en solo seis etapas en línea es más larga que la de los que siguen en pie. De eso se trata en la primera semana: continuar caminando. "Prefiero el 1:20 que perdí el primer día que tener que abandonar", afirmó ayer Samuel Sánchez al conocer el parte de guerra del día. No por obvias carecen de valor las palabras del asturiano.
Siempre fue así durante las frenéticas primeras etapas de las grandes vueltas. La diferencia es que en la Grande Boucle nadie se queja. Asumen con naturalidad que los enganchones son fruto de los nervios y de la histeria colectiva por querer situarse en cabeza del pelotón. En la Vuelta y, sobre todo, en el Giro, a veces parece que las caídas son culpa del organizador, a menudo diana de las críticas. De acuerdo que en Italia les gustan muchos los finales rocambolescos, pero en la pasada edición, quizá mediatizados por la muerte de Weylandt (más fruto de la fatalidad que del riesgo de la bajada), muchos achacaron las caídas a la peligrosidad de los recorridos y al hecho de contar con 207 corredores en la salida, siete más que el límite reglamentado. Del paso de Gois partieron 198, y ya hemos visto cómo se han desparramado por los suelos.
Una de esas montoneras llegó antes de que el sentido de la carrera girara para la izquierda y entrara el viento lateral que barrió unos kilómetros preciosos. Ahí cayeron Wiggins y Horner, aspirantes al podio como lo era Andy Schleck en 2010. Adivinen quién tiró ayer, como debe ser ante el riesgo de los abanicos. Sí, Cancellara, el mismo que cuando el luxemburgués besó el asfalto supo parar el pelotón.