Hace unas fechas me sorprendí al leer, en el Daily Mirror, la programación de BBC2, con el anuncio de un excelente drama titulado Life after life, cuya idea esencial versa sobre el enunciado inicial de este escrito. Por momentos, esa propuesta de cómo hubiera organizado mi vida en el hipotético caso de una posterior dilatación, la consideré poco razonable pero, no obstante, a pesar de no tener ideas precisas acerca de lo que pudiese hacer si reviviera de nuevo, acepté afrontar esa coyuntura con entusiasmo y responder a tal iniciativa. Empecé por preguntarme si repetiría las mismas vivencias triunfantes que tanto me satisficieron entonces y si, con el fin de vengar muchas injusticias no merecidas, eliminaría las experiencias adversas que empeoraron mi bienestar. Así y todo, creo que tendría en cuenta dos opciones: la de total conformidad con lo vivido en mi infancia anterior, de la que nunca estaría dispuesto a desprenderme ni un ápice, por mucho que fueran tiempos de posguerra, y otra, más propia de mi juventud, la cual intentaría disfrutar no tan deprisa, para gozar más de la vida y aprovechar, al máximo, el lado bueno de la existencia, beneficiándome de esas ocasiones perdidas que, por azar, caen en suerte una sola vez, antes de hacer frente al insondable destino de llegar a viejo sin tener que lamentarme de haber hecho muchas cosas que no puedo aprobar.