- Katarzyna Wappa es una profesora polaca que, desde Hajnowka, cerca de la frontera con Bielorrusia, lleva dos meses ayudando a escondidas a los inmigrantes que intentan acceder a territorio de la Unión Europea. “Aparcamos los coches en alguna zona segura, que no nos vean, que no nos siga ningún coche. Que no nos vean los guardias de fronteras o la Policía, por razones de seguridad, no nuestra, sino de la gente del bosque”, dijo a Efe.

“Recibimos una llamada, tenemos una localización en Google maps. Preparamos las cosas necesarias. Intentamos hacer preguntas como el tamaño del grupo, cuánta gente son, si son hombres, mujeres, niños, si necesitan un médico”, explica sobre la forma en que ella y las ONG en la zona planifican lo que denominan “intervenciones”.

“Normalmente vamos en parejas. Es más seguro y más sencillo de cargar con todo” dice Wappa que, como otros activistas locales, se ha adentrado en los bosques de esta zona fronteriza con Bielorrusia para aportar su ayuda a los inmigrantes que, sobre todo de Irak, Siria y Afganistán, pretenden acceder a la UE .

Que las autoridades polacas no permitan esta labor humanitaria hace que los activistas, según Wappa “estén desanimados, ya que cuando haces algo a escondidas la gente se pregunta si es esto legal, o puede ser ilegal, o podemos ser arrestados, o podemos recibir algún tipo de multa, podemos ser castigados de alguna manera misteriosa. Lo que, de nuevo, produce esta narrativa del horror. Algo que no debería suceder en un país democrático”.

Los migrantes que consiguen entrar y necesitan ayuda médica urgente son atendidos en hospitales como el de Bielsk Podlaski, donde el jefe del departamento de emergencias es Arsalan Azzaddin un médico de origen iraquí que lleva más de 30 años en Polonia. Destaca lo variado de las nacionalidades que ha atendido: “He tenido pacientes del norte de Irak, del Kurdistán, de Siria, Líbano, Jordania, Palestina, Afganistán, Turquía”, dice.