arece una evidencia que la crisis sanitaria causada por el coronavirus está poniendo a prueba todas las piezas del engranaje del sistema de sociedad en el que vivimos. Ha puesto en jaque a la globalización forzando el cierre de fronteras en Italia o complicando al extremo la producción por la falta de suministros procedentes de China y, en el caso de la Unión Europea, pone en evidencia la capacidad que dicha unidad tiene para afrontar un reto de tan tremenda magnitud epidemiológica y económica. De momento, la UE ha tratado de mostrar una imagen de colaboración mutua, pero la realidad es que cada país ha adoptado medidas en función de lo que considera sus necesidades. Sin embargo, parece bastante obvio, que en un espacio sin limitaciones de movimiento de personas como es el representado por Schengen en Europa, deberíamos poner en marcha políticas europeas para hacer frente a este tipo de crisis y no ir cada uno a la guerra por nuestra cuenta.

Si en algo debe servir y tener sentido la unión de los europeos, es en situaciones como la que estamos viviendo. Juntos somos más fuertes y más capaces de luchar contra la pandemia. En primer lugar a la hora de contener los contagios y después en encontrar soluciones de curación. De ahí que parezca imprescindible establecer una estrategia europea común para frenar la propagación, promover el abastecimiento de material sanitario y conseguir una vacuna que ataje el virus. Realmente se trata de un desafío donde la UE puede de verdad mostrar su valor añadido ante los ciudadanos. Si bien es cierto que las medidas concretas a adoptar tienen mucho que ver con las circunstancias de cada Estado miembro y si me apuran, de sus regiones, a nivel europeo podemos y debemos hacer una evaluación conjunta de riesgo. De hecho, el coronavirus es toda una prueba para nuestra forma de vida y tenemos que ser capaces de demostrar que sabemos defendernos de todo tipo de enemigos y, ante todo, de las enfermedades que generan muertes y pánico generalizado.

Pero el coronavirus tiene otro rostro tan demoledor como la de las víctimas de su contagio: las consecuencias económicas del parón del sistema de producción y consumo que produce. Si tenemos un mercado interior único, debemos defenderlo de manera conjunta de la drástica disminución de actividad y, con ello de crecimiento, que la epidemia está produciendo. Para ello serán precisas medidas financieras que aporten liquidez al sistema, especialmente, a las pequeñas y medianas empresas afectadas de primera línea en esta crisis y con mucha menor capacidad de aguante que las grandes corporaciones. Por supuesto, el virus y sus consecuencias económicas nos sitúan ante la necesidad de endeudarnos y, por ello, la UE debe asumir que sus políticas de control de déficit y de techos de gasto presupuestario han saltado por los aires. De otra forma, el Estado del Bienestar en los 27 se vendrá abajo y el orden civil y social se verá en serio riesgo.

El tercer de los factores a tener en cuenta en esta crisis, es el de la comunicación. Saber contar a los ciudadanos el escenario al que en cada momento, cada día, nos exponemos, es vital para no crear alarma entre la población. El miedo y mucho más el pánico es el peor enemigo de la democracia y de las libertades. La única manera de combatirla es mediante la trasparencia y la mesura en la información transmitida. Cuando se informa desde instancias públicas con responsabilidad de gobierno, se debe tener en cuenta la capacidad de comprensión y la reacción que los datos emitidos pueden tener en la audiencia. Y en el caso actual, sería muy recomendable que se acudiera al paraguas que supone la Unión Europea para lanzar mensajes homogéneos y genéricos sobre la afección de la enfermedad en el ámbito comunitario. Estamos, pues, ante una prueba de fuego sanitaria, económica y de imagen de la UE ante el mundo y, sobre todo, ante los propios europeos de la utilidad de nuestra unidad.