Ha empezado a chispear. Una buena noticia para Jon Rezola, un joven ganadero de Aia que no es ajeno a los caprichos de la meteorología. Las noticias del periódico y el anuncio por parte de Euskalmet de que estamos ante la primavera más seca de los últimos 50 años no le sorprenden. Solo la comarca de Goierri se ha librado de este registro. Y fue precisamente esa falta de lluvias, palpable para Rezola, la que le llevó en abril a perder una de las cortas de hierba de sus terrenos; y eso significa menos comida de casa para sus vacas lecheras, menos hierba natural, y, por tanto, una mayor inversión en forraje que hay que pagar del bolsillo.

Cada año, en el periodo entre marzo y noviembre, en cientos de caseríos de Gipuzkoa se corta la hierba y se guarda en bolas envueltas en plástico para dar de comer al ganado durante el año. Son cuatro días de trabajo en el caserío Olasoro de Aia: un día para cortar y preparar la hierba, otro para recogerla, un tercero para hacer las bolas y apilarlas y el cuarto para esparcir abono orgánico, purín, y favorecer el crecimiento de la hierba natural, comida de la huerta para sus vacas.

Un año seco es una amenaza grande. No solo porque se reduce el pasto propio, sino porque las plagas pueden echarte a perder “cinco o seis hectáreas” de prado. Es lo que le sucedió el verano pasado y forzó a Jon a gastar más de 600 euros en replantar hierba. Una escabechina ejecutada por unas larvas negras y largas que depositan las mariposas y que “dejaron la hierba sin hoja, solo el palo. Eso con la lluvia no sucede”, dice este ganadero. El campo y los ecosistemas son los principales afectados por la falta de precipitaciones de los últimos meses.

Gipuzkoa y Euskadi no son una isla, desde luego, y el escenario no varía en el conjunto del Estado, donde hay que remontarse a 1961 para encontrar una primavera con menos lluvias que la de 2021. Ha sido la segunda estación con menos precipitaciones en los últimos 100 años.

Pero, ¿es esto lo que nos traerá el cambio climático? ¿Debemos irnos acostumbrando? Jon Rezola, ganadero, no quiere aventurar situaciones futuras. “Vivimos en una zona muy buena, en la costa, de humedad, y si yo tengo un problema aquí, habrá quien lo tenga mayor en otras zonas”, asegura.

Récords de frío y calor: fenómenos extremos

Las lluvias torrenciales de los últimos días en Gipuzkoa no hacen sino confirmar patrones: fenómenos extremos, menos días de lluvia, pero episodios más violentos. De lluvias abundantes, como se produjeron el 19 de marzo y el 11 de abril, o esta misma semana, inundando un supermercado de Aretxabaleta Aretxabaleta y un colegio de Eskoriatza. Registrándose en algunos casos niveles máximos de precipitación en una hora en todo el siglo, como sucedió en Zaldiaran, Sangroniz o Derio. Lo mismo sucedió con las precipitaciones de 10 minutos en Alegia.

Lluvia esperada en algunos casos, para agricultores y ganaderos, entre ellos Jon Rezola, pero lluvia dañina si se presenta de forma torrencial y daña cultivos, como ha sucedido esta misma semana en La Rioja, arrasando vides. ¿Es un fenómeno aislado o debemos ir acostumbrándonos a estos sobresaltos?

Hablamos con Carlos Castillo, técnico del área de Acción Climática de Ihobe, la sociedad pública de gestión ambiental del Ejecutivo vasco, quien nos recuerda que el cambio climático “es una de las grandes preocupaciones del Gobierno Vasco, que mostró su compromiso en la declaración institucional de emergencia climática en julio de 2019”. La estrategia vasca Klima 2050 ha realizado, de hecho, estudios de tendencias climáticas y diferentes escenarios de cómo el calentamiento global puede afectar a nuestra tierra.

Los datos proporcionados por Euskalmet, la Agencia Vasca de Meteorología, son objeto de un riguroso estudio por parte de los técnicos de Ihobe, reconoce Castillo, pero “en cuanto a la atribución de esta primavera seca, no se puede determinar que un evento concreto es debido al cambio climático, ya que se necesita una repetición de un suficiente número de eventos que permita hacer un análisis estadístico de tendencia y un posterior estudio de atribución al cambio climático”.

Sin embargo, añade que “sí podemos decir que el descenso de precipitación producido este año es coherente con lo que se espera que ocurra en el futuro debido al cambio climático, ya que en el futuro se prevé un descenso de la precipitación del orden del 15%, siendo éste más acusado nuevamente en verano”.

“Aunque desde el ámbito académico se están desarrollando modelos de atribución que permitan decir que tal o cual evento (generalmente tormentas y huracanes) podrían deberse al cambio climático con una probabilidad de X por ciento, son análisis complejos y sujetos a incertidumbre”, asegura Castillo.

En resumen, no podemos saber si esta “primavera seca” es fruto del cambio climático, porque “la variabilidad anual de la precipitación es mayor que la temperatura y, aunque se aprecia una ligera tendencia descendente en verano, no es estadísticamente significativa”, dice. Sin embargo, ojo, porque esta realidad coincide con los escenarios previstos sobre cambio climático.

Y con la tendencia que traemos en las últimas décadas. “En este sentido -añade Castillo-, hemos observado que la temperatura media se ha incrementado casi un grado en 1971-2016 y está previsto que la temperatura se incremente entre 1,5 y 5ºC en 2100, dependiendo del escenario de emisiones escogido; es decir, del grado de compromiso de reducción de emisiones a nivel internacional”.

Y sin embargo, en esta primavera se han superado varios récords de temperatura. Por un lado, las máximas de los días 30 y 31 de marzo, superando los 30 grados en Oleta y rozándolos en Mungia. Y las mínimas diarias más elevadas (19,2 en Zarautz). Y, por otro, las mínimas heladoras registradas el 16 de abril, 2,9 grados bajo cero en Berastegi. Un termómetro loco. Con todo, y pese a los vaivenes, la temperatura media se situó en parámetros habituales.

Según explica este técnico de Ihobe, las variaciones de temperatura son más difíciles de apreciar, pero en el futuro “aumentarán los indicadores de temperatura. Por ejemplo, las olas de calor que pasarán de tener una duración media de 3 días/año a 6-12, o los días con temperaturas superiores a 35ºC que pasarán de 2 días a 18 en el escenario desfavorable”.

Abril, mes sin lluvias: ¿por qué no hay sequía?

Sin embargo, algunas situaciones resultan contradictorias. Y lo podemos ver en nuestros embalses, lejos todavía de situaciones de alerta pese a haber vivido, según Euskalmet, “una primavera extremadamente seca”. Los embalses guipuzcoanos se encuentran notablemente por debajo de los niveles últimos tres años, cierto, pero registran, aún así, niveles similares e incluso por encima a los de 2017 en algunos casos.

¿Pero por qué no hay falta de agua, ni señales de alarma, si estamos ante la primavera más seca en medio siglo al menos? Hablamos con Aguas del Añarbe, la sociedad pública que gestiona el embalse que abastece al 42% de la población guipuzcoana, a 318.000 habitantes. Allí no hay señales de alarma, ni previsión de escasez de agua, ni siquiera leve, de cara a los próximos meses, pese a que resta todo el verano por delante y la escasez de lluvias ha hecho mella en sus instalaciones.

El nivel de llenado del embalse del Añarbe era el jueves del 74%. Hay que remontarse, por estas mismas fechas, a 2006, para ver un nivel inferior, “pero aún así estamos muy lejos de cotas preocupantes”, reconoce un portavoz de Aguas del Añarbe.

El nivel de prealerta fijado en el plan de sequía aprobado recientemente en Aguas del Añarbe fija para estas fechas un nivel de llenado del 38% como barrera que indicaría una escasez moderada de abastecimiento de agua. Sería en esos niveles, cuando teóricamente se activarían las primeras restricciones, leves, del 10%. Estas afectarían en primer lugar a restricciones o limitaciones en fuentes ornamentales, llenado de piscinas privadas, limpieza de vehículos, regadío de jardines, etcétera.

En la cuenca del Añarbe también ha sido la primavera meteorológica más seca de los últimos 50 años. Sin discusión, pero sin embargo en los últimos años se han producido sequías y situaciones inquietantes que hoy parecen lejanas.

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De hecho, se han registrado menos de la mitad de las precipitaciones habituales por las mismas fechas. Un 57% menos en los tres meses de la primavera meteorológica (marzo, abril y mayo). En esos tres meses ha caído tanta agua como cayó solo en el pasado mes de enero (220 litros por metro cuadrado) y mucha menos de la que cayó en noviembre de 2020 (373 l/m2).

Lo más significativo es la enorme ausencia de precipitaciones en abril, el mes de las lluvias mil, un 71% menos de lo habitual. Es decir, mientras la media son 191 litros por metro cuadrado en abril, este año solo han caído 56.

¿Por qué entonces el embalse sigue en niveles superiores al 70%? Una cifra sobre la que se ha estabilizado en los últimos años. Fuentes de Ura, la Agencia Vasca del Agua, aseguran que la clave está en la gestión, “mucho más prudente y eficiente” que hoy en día se hace de los recursos hídricos, y también en las nuevas infraestructuras hidráulicas, mucho más modernas y fiables. “Sobre todo las redes municipales de abastecimiento han mejorado mucho y se han minimizado fugas y, por ejemplo, se han cambiado hábitos de consumo”, afirman.

Las innovaciones técnicas también han ayudado a reducir el consumo: tanto en los sistemas de grifería como en los electrodomésticos, se han obtenido grandes ahorros de consumo. Se estima que las lavadoras y los lavavajillas de consumo eficiente suponen ahorros de agua de entre el 40% y el 60% respecto a los modelos convencionales. Finalmente, se han buscado fuentes alternativas, como son los manantiales de monte, para atender determinadas demandas, como el riego de jardines o el baldeo de calles. Antes, estas tareas se realizaban con agua de red.